miércoles, 18 de marzo de 2009

Psicoanálisis Siglo XXI
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Manifiesto
“A favor de la subjetividad”

Desde sus orígenes, el psicoanálisis ha estado atento a los avatares de cada época y a las formas sintomáticas que toma el sufrimiento. Como discurso y como práctica clínica, ha privilegiado la defensa de la subjetividad como algo irrenunciable, por tratarse de lo más valioso del ser humano, con sus paradojas y sus contradicciones.

Su práctica y su teoría han ido desarrollándose a lo largo de más de cien años y han sido la base de formación de muchas generaciones de profesionales: psicoanalistas, psicólogos, psiquiatras y psicoterapeutas, sin olvidar la función clave que ha tenido en la formación complementaria de todos aquellos que hacen de su tarea profesional una relación asistencial: médicos, enfermeras, educadores, trabajadores sociales, maestros,…Por otra parte, las conexiones del psicoanálisis con el arte y sus diversas manifestaciones (cine, artes plásticas, literatura, música, teatro, performance,..) han sido también constantes y han generado fructíferas producciones.

Las aplicaciones terapéuticas del psicoanálisis han permitido que hoy esté presente en muchas instituciones, públicas y privadas, dedicadas a la asistencia y a la prevención, tanto en salud mental como en servicios sociales, educación, toxicomanías, atención precoz, justicia, servicios de salud en general, y en el análisis institucional y de las organizaciones.

No obstante, actualmente, desde fuertes prejuicios ideológicos, sin rigor y con un amplio desconocimiento del alcance del método y la teoría psicoanalítica, se cuestiona su vigencia como práctica clínica en este nuevo siglo XXI y se pretende su desaparición de las instituciones públicas. Dichos prejuicios no son nada ajenos al compromiso y a las servidumbres, que muchos grupos de opinión y de presión tienen, respecto a intereses económicos diversos.

En el momento actual, asistimos al devenir de una clínica cada vez menos dialogante, más indiferente a las manifestaciones del padecimiento psíquico, aferrada a los protocolos y al abuso de la medicación generalizada como “soluciones eficaces”.



Por todo ello,

MANIFESTAMOS nuestra defensa de un modelo asistencial donde la palabra sea un valor a promover y donde cada persona sea considerada en su particularidad. La defensa de la dimensión subjetiva implica una confianza en las invenciones, recursos siempre singulares, que en cada persona se ponen en juego para tratar aquello que en él mismo se revela como insoportable, extraño a sí mismo, pero sin embargo tan familiar. Confiar en el sujeto es confiar en sus respuestas posibles, que si bien pueden ser cuestionadas y elaboradas, nunca pueden ser ignoradas.

MANIFESTAMOS nuestra repulsa al pensamiento y a las políticas imperantes que hacen de la seguridad un metavalor, con desprecio de las libertades y los derechos. A las políticas que, con el pretexto de las buenas intenciones y de la búsqueda del “bien” del sujeto, lo reducen a un cálculo de su rendimiento, a un factor de riesgo o a un índice de vulnerabilidad que debe ser eliminado por técnicas imperativas, muchas veces asimiladas a la domesticación.

MANIFESTAMOS nuestro compromiso para contribuir al fortalecimiento de la inteligencia reflexiva, profunda y plural, dentro de la cual también tenga cabida la visión que desde el vértice de observación psicoanalítica se pueda aportar, como teoría en sí misma y como práctica que tiene como centro de atención al sujeto.



La Plataforma, que ahora se constituye, se ofrece como un espacio abierto a todos aquellos que rechazan la reducción actual del sujeto a una cifra, a un protocolo, a un informe curricular, a un funcionamiento programado y cosificado.

Esta Plataforma nace con la voluntad de ser un punto de encuentro en la sociedad y de intercambio entre profesionales (psicoanalistas, psiquiatras, psicólogos, médicos, enfermeras, trabajadores y educadores sociales, docentes, psicopedagogos, antropólogos, sociólogos, filósofos, juristas, …), artistas, escritores, responsables políticos y ciudadanos para compartir y aportar reflexiones sobre las diversas formas contemporáneas del malestar en la civilización y sobre las respuestas posibles.

Queremos, con nuestra opinión, contribuir a un debate público, amplio, plural y abierto, e invitamos a todos aquellos que se sientan implicados, a participar activamente en esta iniciativa.

Los interesados en añadir su firma a este manifiesto pueden hacerlo en la dirección psicoanalisissigloxxi@gmail.com indicando nombre, apellidos y DNI.

¿Por qué no se suicidan ellos primero?

Diario La Vanguardia
AGRESOR HALLA EN LA VIOLENCIA UNA SALIDA QUE LE PROTEGE DE SU DIFICULTAD SUBJETIVA

¿Por qué no se suicidan ellos primero?
José R. Ubieto

Cada vez que conocemos un nuevo caso de violencia, doméstica, escolar o social, en que el agresor se ha suicidado (o lo ha intentado) tras matar a su pareja y/o a otros familiares o ciudadanos, nos preguntamos por la aparente inutilidad de su gesto posterior. ¿Por qué no se suicidó primero, si estaba tan desesperado, y hubiera evitado así la muerte de otras personas?

Tratar de responder usando los parámetros del sentido común ayuda poco, ya que si algo enseña la clínica es que lo más íntimo de cada uno, nuestro goce más particular, es todo menos útil, en el sentido pragmático habitual. ¿Qué tiene de útil fumar, comer o beber en demasía, conducir a velocidad excesiva o escuchar música a tope y en un ambiente cargado de humo y cerrado? Sin embargo, son actividades cotidianas de las que gozamos y a veces también nos quejamos por sus efectos colaterales.

En la mayoría de estas agresiones encontramos una dificultad subjetiva importante del agresor (definido generalmente como introvertido, callado, incluso bien adaptado socialmente en el caso del maltratador), de la que nada quiere saber y que encuentra en la respuesta violenta una salida que lo protege, aunque sea al precio de la desaparición del partenaire.

Esa dificultad tiene que ver con una idea fantasmática (no consciente de manera clara) sobre su propia desaparición como sujeto. Una idea que se ha ido formando en su mente acerca del lugar de excluido que le reservan y que toma la forma imaginaria, en algunos casos, de ser alguien sin valor y, en otros (maltratadores), de un poder disminuido. Para protegerse, proyecta esa desaparición y esa impotencia en el otro. Su pareja, su familia, sus compañeros de escuela o trabajo, son ellos quienes no saben ni hacen las cosas bien, y son objeto de desprecio, considerados desechos, y deben desaparecer o sufrir un castigo. Es el caso del asesino de Alabama, que tenía una lista de enemigos.

Para que el agresor pueda sostener su realidad psíquica y social, le es necesaria la disyunción entre su condición de sujeto (persona digna) y la del otro como objeto degradado. Esto se hace evidente en las relaciones sexuales (momento crítico para la verificación de la potencia masculina), donde el maltratador recurre a menudo a la agresión. El aplastamiento del otro le previene de la angustia propia del acto sexual y su carácter sádico le permite no detenerse en sus golpes.

La simple presencia del otro -aunque en la realidad ese partenaire sea más bien mutista- lo inquieta y le confirma su certeza de que es ese otro quien busca su perjuicio y por tanto justifica el pasaje al acto agresivo que hace de límite a su malestar.

La paradoja, dramática, es que esa respuesta de aniquilación del otro implica en muchos casos su propia desaparición, ya que al golpearle y matarlo queda sin interlocutor, sin doble con el que jugar ese peligroso combate entre su impotencia y la confirmación, que atribuye al otro, de esa carencia.