lunes, 27 de septiembre de 2010

¿Cómo se alimenta el odio colectivo?

LA VANGUARDIA - Tendencias, Lunes 27 de setiembre de 2010

José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

Los planes del pastor estadounidense Terry Jones para quemar el Corán han tenido un inusitado eco, tanto mediático como social y político. Más allá de los aspectos anecdóticos de este asunto, vale la pena preguntarse por su trasfondo: ¿cómo es posible que un personaje, con tan escasa incidencia social, recabe tanta atención por un gesto así?

Se trata, sin duda, de un gesto que resuena en millones de sujetos y que convoca sentimientos tan profundos como el odio, con la coyuntura añadida de la conmemoración de una tragedia (11 S) que conmovió los cimientos de nuestra civilización occidental.

Freud señalaba que “...toda religión aunque se denomine religión de amor, ha de ser dura y sin amor para con todos aquellos que no pertenezcan a ella. En el fondo, toda religión es una religión de amor para sus fieles y, en cambio cruel e intolerable para aquellos que no la reconocen Destaca aquí, sin nombrarlo todavía, lo que luego denominará como pulsión de muerte, la pulsión más allá del principio del placer que encuentra en la destrucción (propia o del otro) un goce oculto, un sacrificio a los dioses oscuros en nombre de la conciencia moral del superyó.

Ese sacrificio cruel encuentra en lo colectivo un acicate para su realización y su idealización. Para Freud las formaciones religiosas son el prototipo más claro de toda "puesta en masa", de toda masificación. Podemos encontrar una constante religiosa bajo toda formación social y el elemento común es el amor hacia el líder que, en los grupos fundamentalistas, encarna ese ideal de manera absoluta.

El escritor y premio Nobel húngaro Imre Kertesz, sobreviviente de Auschwitz y Buchenwald comentaba una frase de uno de sus personajes literarios: “las palabras padre y Auschwitz producen en mí las mismas resonancias” indicando que se trata de una experiencia personal y de una experiencia generalizable a su generación y a su contexto centroeuropeo. El culto al padre, como premisa esencial de la educación, con su correlato de obediencia, acatamiento sin reservas, respeto extremo sin apelar a ningún fundamento racional, creó un hábito de sumisión que facilito la deportación de muchas personas en su país. Esa sería la otra cara del padre, la del goce sacrifical, que hace que un sujeto actúe al margen de su deseo particular y sin sentirse responsable directo de sus actos ya que estos se realizan en nombre de su dios particular y al amparo de lo colectivo.

Es verdad que al mismo tiempo Eros se hace presente de múltiples maneras y, en nombre del Padre, protege a los desvalidos (ONG’s, cooperación internacional). Vemos aquí una deriva sublimada que crea vínculos, en lugar de destruirlos, donde el Ideal religioso de ayuda se muestra en la caridad y en la convivencia. Esto muestra que el Padre, como todo Ideal, tiene una faceta pacificante, reguladora de lo pulsional, pero también esconde un más allá que se sustenta en Tánatos.

Por eso Lacan puede hablar, y nosotros lo comprobamos en la clínica y en la vida cotidiana, de los contragolpes agresivos de la caridad. Basta que alguien se muestre desagradecido con nuestra ayuda para que, si desconocemos esa otra cara, le mostremos la agresividad más directa. El límite entre la ayuda y el dominio del otro a veces es muy sutil. El hombre se hizo sociable para no matarse pero al hacerlo inventó nuevas formas del asesinato.