sábado, 22 de marzo de 2014

“ADOLESCENTS DEL SEGLE XXI: VIDES EXEMPLARES"




DOCUMENTAL. 
Dirección: ORIOL ROVIRA. Guión: José Ramón Ubieto y Oriol Rovira
Disponible en:  www.ciimu.org

“Una creación coral. No son vidas de santos y, de momento, nadie ha cambiado el mundo. Pero son sus reflexiones, su día a día, sus anhelos recogidos en un vídeo planteado como un proyecto de creación conjunto entre un grupo de adolescentes y estudiantes de comunicación audiovisual y periodismo.

El Institut Municipal de Serveis Socials(Ajuntament de Barcelona) puso en marcha la experiencia Adojo (A+J) para ofrecer un espacio creativo y de reflexión a chicos y chicas en situación de vulnerabilidad. Posteriormente, y con la intención de recoger una mirada transversal de los adolescentes, se incorporaron al proyecto jóvenes de todas las clases sociales y con situaciones socioeconómicas diferentes. No se trata de hurgar en sus vidas, sino de que expresen cómo observan la realidad y las situaciones más cercanas con las que se encuentran. Pese a las diferentes procedencias y los diferentes niveles de riesgos de exclusión hay un hilo conductor en su forma de analizar y sentir las relaciones con la familia, la escuela y la comunidad”.  Cristina Sen. La Vanguardia. 1/3/2014.


lunes, 10 de marzo de 2014

¿Por qué se inhiben los testigos de la violencia?






La Vanguardia. Tendencias, viernes 7 de marzo de 2014



La filmación de la paliza en la escuela de Sabadell nos conmociona por la brutalidad misma de la violencia ejercida, pero también por la difusión en las redes sociales y por la inhibición de los testigos, compañeros y adultos. Varios estudios recientes confirman el aumento de las conductas agresivas por parte de las chicas que se suman a las ya clásicas de la difamación o rechazo de otras compañeras.

Dejando de lado -la desconocemos- la motivación particular de la agresora, ¿cómo entender la inhibición de los testigos? ¿Se trata de una aprobación de la agresión, de un miedo insuperable, de un goce del espectáculo o de una mera indiferencia ante el dolor de la agredida? Es posible que varias de estas razones cuenten para algunos de los presentes.

En cualquier caso lo que comprobamos en estos hechos es que la figura del testigo mudo y cómplice es clave por dos razones. Por una parte su mirada –muchas veces retransmitida por las pantallas (móviles, redes sociales) – añade un plus de goce al recrearse en la violencia y el dolor del otro sin por ello implicarse en el cuerpo a cuerpo. Al tiempo concede cierto protagonismo al agresor por la viralidad de las imágenes.

Por otro lado inhibirse y, por tanto hacerse cómplice del fuerte, asegura a cada uno –imaginariamente- su inclusión en el grupo dominante y evitar ser así excluido de él por friki o pringao. Los adolescentes dudan de su condición de “normales” , temen “no dar la talla” y ser apartados quedando como los raros, aquellos que encarnan, más que otros, la diferencia extraña y provocan por ello el odio, la burla y el acoso.

El pánico de verse segregado de ese espacio compartido (pandilla, círculo del patio, facebook,..) y de los beneficios identitarios que conlleva, hace que el sujeto se anticipe en su inclusión cómplice por temor a ser rechazado.

Por ello, el bullying plantea siempre un ternario formado por el/ los agresor/ es, la víctima y el grupo de espectadores, muchas veces mudos y expectantes. Sus testimonios resaltan su deseo: callar y aplaudir para no convertirse en víctimas, ellos también.



jueves, 6 de marzo de 2014

El sentimiento de culpa



La Vanguardia



Cultura (s)   |  miércoles, 5 de marzo de 2014  |  Páginas 2-5







Dossier: El sentimiento de culpa

El sentimiento de culpa está ligado, en nuestra tradición judeo-cristiana, al obrar en oposición a la moral convenida y merece por ello el castigo. De la misma manera la impunidad -nunca ausente en sus diversas formas de corrupción- en ese discurso queda relegada a la clandestinidad.

Hoy el goce, satisfacción que empuja a su máximo logro, otorga otro estatuto a la impunidad. Ya no se trata de los vicios privados que "ahorran" el pago sino que ahora se presenta precedida de un investimento social positivo: la idolatría de esos personajes -algunos enjuiciados- como ejemplos públicos de ese goce llevado a la excelencia. Ese empuje al gozar -resorte del consumo y la adición generalizada- no es ajeno a la impunidad del sujeto contemporáneo.

¿Donde queda pues la culpa y que tratamientos observamos para aliviarla? Por un lado la ciencia ofrece argumentos de disculpa ligados a las explicaciones causales de muchos actos vitales (infidelidad, fracaso escolar, trastornos mentales, inversiones especulativas) que dejarían de implicar la responsabilidad del sujeto para reducirse a aspectos "moleculares" (genética, neurotransmisores) sobre los cuales el sujeto nada tendría que decir. La paradoja es que ese sentimiento de culpa arrojado por la puerta, retorna por la ventana de las imputaciones hereditarias (padres con antecedentes genéticos). La religión y el discurso (neo) moral también proponen otra tratamiento vía el perdón que supone renegar del acto sin necesidad de rectificar y por tanto hacerse responsable de ello.

¿No será la angustia, un afecto que no engaña al decir de J.Lacan, el que toma el relevo de ese sentimiento de culpa y de la vergüenza que, en ocasiones, la acompañaba? La prevalencia de los cuadros de angustia (desde el estrés postraumático hasta el panick attack) así parece atestiguarlo. En este dossier , tres psicoanalistas discuten estas cuestiones.


Culpa, vergüenza y perdón

La culpa tiene diversas causas, la primera es la que los clásicos resaltaron: el dolor de existir. Aún sin haber pedido venir al mundo, paradójicamente, nos sentimos culpables de habitarlo. Freud habló luego del sentimiento de culpa por gozar y transgredir los límites, sea bajo la forma de una compulsión, una infidelidad o un desafío.
Lacan añadió otra vertiente de la culpa, más compleja pero más actual, ahora que los límites se difuminan: la culpa por no gozar lo suficiente, por no ser felices con todos los objetos que pueblan nuestra existencia.

El mito del padre edípico, agente de la prohibición, ya no sirve para explicar el hecho de que uno se siente culpable de gozar poco, lo que obliga al sujeto a hacerse cargo de esa falta sin poder culpar al otro castrador de esa insuficiencia. El goce está limitado al hombre por su condición de ser hablante -ya Hegel se refirió al lenguaje como asesinato de la cosa- y la respuesta a esta falta de gozar es la culpa que deviene así estructural. El Nothing is imposible, lema global, vela esa imposibilidad con su ilusoria promesa.

Culpa “secreta” y causa del imperativo superyoico que exige de nosotros un esfuerzo más y un sacrificio que hoy toma formas diversas, muchas de ellas ligadas a la “gestión” xtreme de los cuerpos. Informaciones recientes del New York Times nos hablan de que el 35 por ciento de los estudiantes universitarios toman psicoestimulantes para combatir el estrés de los periodos de exámenes y circunstancias similares. Otros consumos compulsivos (tóxicos, cibersexo, comida) muestran como ese empuje al ¡Goza! (Enjoy!)  certifica que lo que no está prohibido es obligatorio, en la búsqueda imposible de ese goce perdido cuya culpa (falta) no cesa de agitar al sujeto.

El reverso de todo ello es la prevalencia actual de la angustia como pathos. Basta como muestra los 500.000 soldados americanos (de los dos millones desplazados a Irak y Afganistán) que padecen secuelas graves post traumáticas.

Diversidad de la culpa a la que corresponden también modos distintos de tratarla. Uno es el autocastigo, fijación a un síntoma que nos produce malestar consciente si bien implica un alivio de esa culpa inconsciente. ¿Cuántos varones infieles se “hacen castigar” por ello de diferentes maneras? ¿Cuántos conductores demasiado veloces se “hacen multar” o limitar por otros motivos?

Otro modo clásico, y hoy de renovada actualidad, es pedir perdón y mostrar arrepentimiento. Lo practican políticos, líderes religiosos, empresarios e incluso países enteros. Algunos –no todos- añaden a la petición los signos de otro afecto: sentir vergüenza por sus actos. Otra manera de dar salida a la culpa, que implica un grado de subjetivación mayor que el simple perdón.

Que extrañas suenan hoy las palabras de Vatel, cocinero del Gran Condé: “Señor, no sobreviviré a esta desgracia. Tengo honor y una reputación que perder”. Pronunciadas como preludio de su posterior suicidio, al no poder cumplir con sus obligaciones en el festín con el que el príncipe quería seducir al rey francés, evocan el afecto de la vergüenza.

Pretender hacerse perdonar por los daños causados implica la existencia de un discurso moral, teñido de religiosidad, que busca más la absolución del pecador que su rectificación efectiva. El problema es que ese pedido de perdón no es seguro que confronte al sujeto con su responsabilidad. Y si no lo hace sabemos que la única consecuencia posible será la repetición de ese exceso. Es lo que la clínica nos enseña: cuando un sujeto no elabora la culpa respondiendo de sus actos, queda entonces fijado a la búsqueda de ese perdón sin que su posición se modifique lo más mínimo. La responsabilidad queda entonces del lado del Otro que es quien puede/debe perdonar.

“Lo que tu haces sabe lo que eres” aseveración de Lacan que indica que un sujeto ético no es aquel que se disculpa sino el que testimonia de lo íntimo de su ser que se halla comprometido en sus actos y decide qué hacer con ello, lo cual no va sin una pérdida, sea en bienes, en imagen, en afectos. Cuando el sujeto no consiente a esa pérdida, y si además se trata de un personaje público, el mensaje que transmite es la impunidad por el goce obtenido.