jueves, 14 de abril de 2016

¿Por qué tanto silencio sobre el bullying?


Organizado por El Casalet, el Centre de Recursos Pedagògics y el Centre d'Estudis de 
 L'Hospitalet

¿Por qué tanto silencio sobre el bullying?


El pasado miércoles 13 de abril participamos en la presentación del libro "Bullying. Una falsa salida para los adolescentes" (Ned ediciones) en el centro Tecla Sala de L'Hospitalet. Con una nutrida asistencia de profesionales, técnicos, responsables institucionales y padres. Las entidades organizadoras, con Enric Roldán, co-autor del libro y activo miembro de la comunidad educativa como maestro de ceremonias, dieron buena muestra de su interés y de su presencia en la ciudad así como de su hospitalidad y acogimiento presentes en el topónimo y, como nos recordó Enric Roldán también en el escudo de la ciudad.


De los diversos temas planteados desde la mesa, compuesta por Juan Carlos Arévalo y Montse Zaera (INS Bellvitge), Carme Fernández (EAIA), Begonya Gasch y Miriam Pérez (Fundació El Llindar), Manuel Domínguez (CEL'H) y Ramon Almirall y José R. Ubieto (co-autores), querría señalar uno: el silencio de unos y otros sobre el acoso.


Freud se confrontó, tras la primera guerra mundial
y a partir de las neurosis traumáticas, con un real velado por los ideales del progreso científico y económico de ese mundo de ayer que tan bien describió su contemporáneo Stefan Zweig. Lo nombró y formalizó como pulsión de muerte, un empuje que habita en cada uno y que tiende a la destrucción. La carnicería de esa guerra cuerpo a cuerpo lo hizo evidente y hoy lo vemos en múltiples fenómenos de destrucción y autodestrucción: consumos, anorexia, accidentes de tráfico, guerras, violencia intrafamiliar, suicidios. Esta claro que no siempre queremos nuestro bien, la felicidad no parece nuestro único objetivo.


Lacan lo llamó más tarde “el goce” y la escena del bullying lo trae al primer plano. La crueldad misma de la escena nos produce, como al joven Törless de la novela de Robert Musil, un doble afecto: horror por ese goce sádico y por la falta de respuesta de la víctima, pero al mismo tiempo cierta fascinación por la escena misma. Hasta el punto que no podemos dejar de mirarla y en algunos casos es objeto de difusión (escenas de violencia redifundidas en TV) y viralización al infinito (grabaciones de escenas violentas). Esa conjunción del horror y la fascinación nos divide y nos deja muchas veces mudos ante el fenómeno violento. Temerosos también de ser nosotros mismos los próximos en ocupar ese lugar del caído y humillado. El silencio nos protege, falsamente, de ese destino. Es por eso que callan y se inhiben los testigos pero también, a veces, los adultos (padres y docentes).


Hablar del acoso, desvelar su lógica, aceptar que un cierto sadismo es constitutivo del sujeto humano, nos permite encontrar otras salidas, otras vías menos nocivas para todos los participantes de la escena. El silencio fija ese goce sin dialectizarlo, como si fuera un destino irreversible.