miércoles, 6 de julio de 2016

Mujeres y madres solas a los 40





Publicado originalmente en la web de las XV JORNADAS "MUJERES" Colegio de Médicos de Madrid 19 y 20 de noviembre, 2016



Hoy hablar de mujer, madre o maternidad, en singular, resulta algo obsoleto porque vivimos en el siglo de lo plural y de las paradojas. Es cierto que hasta no hace mucho lo hacíamos así y especialmente respecto a la unicidad de la madre que, como se dice, “no hay más que una”. 

Esa una y toda madre, destino en lo universal para la mujer, sigue siendo una idea con apoyos, si bien ahora hay otras al lado. Lacan nos ofreció en 1960[1] una interesante tesis para captar estas variaciones sobre la sexualidad femenina.

En ese escrito dice lo siguiente: “si los símbolos aquí (en la sexualidad femenina) no tienen mas que un asidero imaginario es probablemente que las imágenes están ya sujetas a un simbolismo inconsciente, dicho de otra manera a un complejo, lo cual hace oportuno recordar que imágenes y símbolos en la mujer no podrían aislarse de las imágenes y símbolos de la mujer. La representación de la sexualidad femenina condiciona su puesta en obra”.

Es evidente entonces que los símbolos e imágenes de la mujer- el cómo cada una subjetiva lo femenino-  se articulan con los escenarios de la relación sexual de los que se dispone en cada época, es decir con las invenciones que cada momento de la cultura ofrece para recubrir, escamoteando, la no relación sexual, la gran tesis lacaniana sobre la sexualidad humana.



No hay duda pues que las propuestas identificatorias, al alcance de cualquier mujer, están mediatizadas por las propuestas del Otro en cada momento. Y es por ello que no podemos pensar ningún fenómeno, en lo social, sin tener presente esa doble clave de lectura: lo nuevo y lo atemporal. Para las mujeres, hoy, la relación con la maternidad y con los hombres no se presenta igual: la significación fálica, el valor libidinal de sus bienes, hijos incluidos, ha cambiado pero, sin embargo, los elementos de estructura que están en juego son los mismos.

Las cifran tienen desde siempre un valor mágico, les atribuimos propiedades y significaciones especiales, como cuando nos referimos a la edad: 1, 15, 18, 40. Esta última se acompaña además de la coletilla: “la crisis de los …” que parece indicar un rasgo generacional compartido. Los varones sentirían los primeros signos de un cierto declive, manifestado en síntomas corporales diversos, y algunas (cada vez más) mujeres se enfrentan a una decisión vital: ser o no ser madre.

Si antes ese dilema se resolvía a los 20 o máximo al inicio de la treintena, hoy el rol activo de la mujer, en todos los ámbitos, les permite elegir otros destinos distintos a la maternidad. Sea como sea es raro la mujer que, no habiendo tenido hijos antes, no se enfrente a esa Krisis de los 40. Para los griegos krisis era el momento de tomar una decisión y asumir sus consecuencias. Cada una tiene, pues, que responder a esa pregunta que además se le impone por la inminencia de lo biológico y por la presión que puede sentir en su entorno (familia, amigos, trabajo), donde otras mujeres también eligen su ser o no madres. Los datos de mujeres solas que solicitan un niño en adopción o en acogimiento familiar, a estas edades, hace ya un tiempo que van en aumento.

Es por ello que no es infrecuente que algunas consulten cuando se acerca esa fecha, acuciadas por sus dudas y por el temor a las consecuencias de la decisión que tomen, sea una u otra. La idea del instinto maternal, tan cara a cierto discurso religioso, insiste cuando sabemos que tener un hijo es el resultado de un deseo y por tanto de una elección subjetiva.

La clínica de estas maternidades, dentro de la singularidad de cada caso, pone de relieve que los hijos siempre confrontan a la mujer a su falta y que por tanto el hijo o hija por venir nunca la colmará del todo y esa falta formará un buen trío porque les ayudará a los dos a salir de ese dúo y preservar el deseo de otraar otras cosas.

El riesgo, nos advertía Lacan[1], es situar a ese hijo/a en el lugar de nuestra única causa sin dejar entre él y nosotros ningún hueco por donde deslizar otro deseo que no sea él. Ese pegoteo simbiótico asegura la asfixia y un día u otro retornará en forma agresiva. La llamada Violencia filio-parental (VFP) no deja de ser un síntoma, en muchos casos, de esa erotización precoz que deviene en intención agresiva entrada la pubertad.

Tener un hijo es asumir que, junto a la satisfacción esperada, habrá también una cierta decepción asegurada. Asumir cierta renuncia, implícita en los cuidados, sin que eso nos dé derecho a exigirle incondicionalidad. El deseo siempre tiene condiciones y es bueno que así sea.

Claro que la maternidad no es la única manera de transmitir o donar algo (ideas, afectos, bienes, cuidados). El deseo teje también otros lazos de amor y satisfacción.


[1] Jacques Lacan (2012). “Nota sobre el niño” en Otros escritos. Paidós, Bs. As.


[1] Jacques Lacan (1960) “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina” en Escritos vol. 2. Madrid: Siglo XXI