martes, 21 de marzo de 2017

¿Es un destino inevitable? Sobre los llamados Trastornos de Conducta








La Vanguardia, sábado 18 de marzo de 2017


“Joan, de 28 años, se tiró hace diez días a las vías del metro. Lo hizo dos horas después de abandonar el servicio de urgencias de un hospital de Barcelona. Fue allí a pedir ayuda, pero al parecer no la encontró. Entonces decidió suicidarse. Ahora se recupera de las graves heridas (le quedarán serias secuelas que limitarán su movilidad) en el hospital Clínic de Barcelona. Es la cuarta vez que Joan ( nombre supuesto) intenta quitarse la vida. Este es el último capítulo de una historia ­ –con un final que la familia de este joven ya auguró hace un año en una carta enviada a La Vanguardia– de la que se empezó escribir las primeras líneas cuando Joan tenía 12 años.”. Javier Ricou

La historia de Joan es, sin duda, una historia dramática y muy dolorosa. Para él y para sus padres, que se sienten impotentes para ayudarle. Coincide con otros muchos casos que vemos en nuestra práctica. Hay recursos públicos, pero es verdad que son insuficientes y a veces no idóneos.

Pero esa no sería la única clave del destino de estos adolescentes. Sus malestares, expresados en forma de actos, ya nos hablan de una dificultad para elaborarlos mentalmente. Su vivencia de la vida es de una gran extrañeza y no les permite entender sus propias razones para actuar así.

Su dolor toma una forma emotiva y pasional. No encuentran términos medios
y eso hace que resulten expulsados de muchos lugares (institutos, centros de día) donde lo incomprensible de su conducta resulta inasumible. En primer lugar para ellos mismos y a veces para sus terapeutas y cuidadores.

En esas conductas, acompañadas generalmente de una mirada extraña, hay un sentimiento de inhumanidad, una dificultad que precariza su sentimiento de la vida: ¿qué son ellos para el otro? ¿Cómo responder a eso con alguna metáfora del amor y no como si su destino en este mundo fuera ser un resto, escoria?

A esa pregunta no responden más que con una certeza de destino: se sienten desheredados, enfadados con el mundo, al que acusan en su interior de deberles algo. No importa que en su vida haya habido situaciones objetivas de exclusión. Estos chicos/as pueden pertenecer a familias con recursos o a familias desfavorecidas. No se trata de lo que pasó, sino de cómo lo vivieron e interpretaron ellos.

Sus respuestas maníacas (agresividad, conductas de riesgo, consumos, desafíos, errancias) esconden un sentimiento íntimo de desánimo, una convicción de haber sido dejados caer como si fueran un objeto que se desecha.

Es por ello que el suicidio (o su intento) es un destino relativamente frecuente. Sobre todo cuando no encuentran una manera de hacer con esa vivencia de fracaso, que les permita sostener una imagen de sí mismos más amable.