viernes, 26 de junio de 2020

Más allá de la zoomvida





La Vanguardia, 26 de junio de 2020



La fatiga zoom es un nuevo modo de cansancio, que se suma a otras modalidades anteriores del agotamiento digital. La novedad de esta es que surge en medio de una pandemia y con la pretensión de reemplazar los encuentros presenciales. Esas circunstancias son claves para entender la fatiga. Por un lado, la pandemia que comporta muchas incertidumbres -apenas tenemos una parte del relato-, causa de miedos y tristeza por las pérdidas. El cansancio es un signo muy característico del ánimo depresivo.

Por otra parte, lo virtual disloca tres registros que normalmente se anudan en un encuentro cara a cara: la imagen, el cuerpo y la voz. Aquí el cuerpo está en casa, fuera de la escena, la imagen rígida y a ratos congelada y la voz va y viene, se encabalga o queda en silencio sin saber, a veces, cómo interpretar esas pausas (forzadas por la conexión o simples vacilaciones).

Nos gusta mirar y ser mirados, de eso vive el gran negocio de las tecnológicas. Lo que no es seguro es que nos guste estar expuestos tanto rato a la mirada de los otros, ni que queramos fijar la nuestra, rehenes de la pantalla. Esa fijación permanente tiene algo de desalentador, nos mortifica y desvitaliza. 

Es el colmo de la economía de la atención que quiere atraparnos en su apuesta por la minería de datos -extraernos todo lo que puede- pero que, al no darnos margen de elección ni de deslizamiento infinito de un touch a otro, revela su naturaleza real: no solo somos los consumidores felices, también trabajamos non stop atrapados en la nueva servidumbre voluntaria.

Lo virtual nos ofrece, sin duda, muchas oportunidades y, como decía Heidegger, no hay que renunciar a las novedades técnicas, como si la tradición fuera un sagrado refugio inviolable, pero conviene no renunciar tampoco a nuestros principios. Uno básico, que lo presencial es clave en los aprendizajes (¿cómo educar a los más jóvenes en la responsabilidad o la solidaridad sin practicarla en el cara a cara?), en los cuidados o el amor (donde no se trata solo de la necesidad, sino de palabras compartidas), en un psicoanálisis donde el cuerpo y la presencia cuentan, en la discusión política y social donde el compromiso exige también poner el cuerpo.

Por ello, separarse un poco de esa mirada hipnótica, apagando la cámara, disminuyendo las conexiones, recuperando lo presencial nos aliviará, sin duda, del cansancio de “lo mismo”. Fuera de la zoomvida, hay sorpresas interesantes.