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lunes, 11 de julio de 2016

Conversar con adolescentes







La Vanguardia. Jueves, 7 de julio de 2016

La primera tarea de todo adolescente es separase del mundo infantil del que procede. Dejar sus juguetes, sus hábitos y también “abandonar” parcialmente a sus padres, perderlos un poco de vista. Por eso cierran la puerta de su habitación –primer signo inequívoco del cambio- y se niegan a salir de paseo con los padres.

Ese distanciamiento, necesario para llegar a ser adultos, se nota también en su lenguaje. El nuestro se les vuelve antiguo, propio de “puretas”. Ahora toca inventar otro o copiarlo de los amigos, la pandilla o los artistas admirados. Un lenguaje provocativo, a ratos obsceno y desafiante. Un lenguaje que les suene a auténtico, que diga de verdad lo que les pasa, sobre todo las nuevas sensaciones que el cuerpo no cesa de transmitirles.

Los adultos imaginamos que su única tarea es hacerse responsables, seguir sus estudios y ocuparse de sus cosas, incluidas algunas tareas domesticas. Y esa es una tarea que les corresponde, sin duda, pero no la única ni siquiera, para ellos, la más importante. Tienen otra urgencia, otro amo que les exige más y mejor que los padres y los profesores: su cuerpo sexuado.

Como decía Freud, tienen que cavar una doble salida del túnel en el que se encuentran. La que les pedimos para tener un lugar en la sociedad como adultos, autónomos y responsables y la que el cuerpo no cesa de exigirles para estar a la altura de esas nuevas sensaciones. Alcanzar, además de la identidad social, una “identidad” sexual, un saber hacer con ese cuerpo que, por resultarles extraño, les inquieta y les perturba.

Extraño porque no reconocen lo que sienten y tienen que manipularlo para hacerlo suyo. Para ello deben explorar territorios hasta entonces inéditos: la sexualidad, los consumos, los deportes de riesgo, la violencia entre iguales, las marcas corporales. De esta manera manipulan su cuerpo para domesticar esa especie de fiera interior que no los deja tranquilos.

Ellos van a lo suyo y parece que pueden prescindir de nosotros, no quieren que les rallemos (o rayemos) con nuestros consejos y nuestras historias pasadas. Conversar con ellos deviene una tarea titánica para no convertirla en un monólogo.

La clave está en

jueves, 2 de junio de 2016

¿Cómo hablar con los hijos sobre la sexualidad?







Para nuestros abuelos el sexo era tabú, algo que cada uno debía aprender en secreto o con la ayuda, en el caso de los varones, de prostitutas. Para nuestros padres, marcados por el mayo del 68 y algo más tarde por el “destape”, resultaba normal mostrar el sexo, vivirlo con “naturalidad”. Hoy el sexo es un asunto científico-educativo, se enseña en las escuelas y cada vez más se consume online bajo la modalidad del ciberporno.

Un reciente informe de la ONU nos da un dato contundente: los chicos de 12 a 17 años son el grupo que más porno consume en la red. La pornografía se configura así cada vez más como la verdadera iniciación sexual del siglo XXI.

¿Delegar la educación sexual a la escuela y/o reducirla a la gestión de la genitalidad, vía el porno, es la única manera de abordar la sexualidad con nuestros hijos?


Afortunadamente hay otras vías posibles que requieren, eso sí, de la implicación de los padres y madres. Para ello ofrecemos algunas ideas que pueden ayudarles.

1.    La sexualidad no se enseña en tanto experiencia humana. Se vive y se experimenta, si bien hay conocimientos que sí se pueden transmitir en la escuela, en la familia o en otros lugares (centros de salud, internet). Cuestiones informativas (reproductivas, fisiológicas) o de prevención (enfermedades, embarazos precoces).

2.    La sexualidad nunca va sola, habita los cuerpos púberes que, por su novedad, inquietan y perturban a los adolescentes más de los que nos pensamos. Esos cuerpos se les presentan como misterios hablantes, les “dicen” cosas (afectos raros, sensaciones cambiantes) para las que muchas veces no tienen respuestas y sólo les queda manipularlos como pueden: tunearlos, adelgazarlos, muscularlos, cortarlos, tatuarlos. Es allí donde debemos estar cerca de ellos, acompañarlos no delante, sino al lado suyo.

3.    Esperan de nosotros soluciones más que discursos morales y allí radica nuestra verdadera autoridad. Un auctor (auctoritas) es el que propone respuestas a dificultades, sean rupturas dramáticas (“me ha dejado”), accidentes imprevistos (“estoy embarazada”) o inhibiciones culposas (“nunca se que decir”).

4.    Las soluciones se inventan pero siempre a partir de los mimbres existentes. ¿Qué madre/padre no pasó por eso? ¿Cómo lo hizo? ¿Qué le funcionó y qué no? Testimoniar de eso a los hijos desde su saber y experiencia, limitados pero basados en su vivencia personal, les sirve más que recitarles el decálogo del buen sexo (por cierto, inexistente).

5.    No hay que esperar sus preguntas directas. Normalmente no las harán. Hay que coger al vuelo la ocasión: una escena televisiva compartida, un comentario que sueltan al pasar a propósito de un amigo/a que tiene dificultades amorosas o es demasiado avanzado, la confesión fugaz de una aventura sentimental. Cualquiera de estas ocasiones es propicia para dar nuestra opinión confiando en que eso será escuchado y un día u otro hará su efecto.