La Vanguardia,
domingo 5 de febrero de 2017
Hygge: el secreto
de la felicidad danesa
La felicidad
hace ya tiempo que forma parte de la agenda política. Desde el S. XVIII, en que
algunos ilustrados (Mandeville, Saint Just) hablaron de ella y la Declaración
de Independencia de Estados Unidos recogió el derecho a ser feliz como uno de
sus principios fundamentales.
Pero no fue
hasta los avances recientes de las neurociencias que se creó una supuesta
ciencia de la felicidad. Lord Layard y Anthony Giddens –directores de la London
School of Economics (think tank del new labour de Toni Blair) - buscaron en la economía el índice fiable de
la felicidad. A eso añadieron investigaciones que demostraban que el cerebro se
hacía eco de ella.
La paradoja
que encontraron es que aun doblando o triplicando el PIB, la gente no era más
feliz. La economía no lo era todo. En realidad lo que nos ilusiona es tener lo
que tienen los demás. Eso nos empuja a conseguirlo por los medios disponibles (legales
o no) y nos muestra otra cara menos “feliz” de la naturaleza humana: la que
apuesta por gozar sin límites y a veces pagando un precio alto por los excesos
cometidos.
El hedonismo,
sorpresa, no nos da la felicidad sino que nos conduce a un más allá del placer
que ya Freud descubrió como pulsión de muerte.