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viernes, 6 de mayo de 2016

¿Padres perfectos? No, gracias






La Vanguardia, jueves 5 de mayo de 2016

Es muy común hoy que madres y padres jóvenes, incluso algunos rozando la madurez, se pregunten, no sin cierta angustia, sobre su paternidad: ¿lo estaremos haciendo bien? ¿La permisividad no los volverá caprichosos y poco dados al esfuerzo? ¿Y si nos pasamos de duros y coartamos así su autonomía y su creatividad? ¿Cómo encontrar la justa medida, ese equilibrio entre la exigencia y el dejar hacer? ¿Habría un manual o una prueba que nos evalúe y nos dé una evidencia científica de nuestra capacidad como madres y padres?

Lamento decirles que ese test mágico no existe pero les daré una pista: ¿conocen a Homer Simpson? Seguro que a la mayoría les suena porque han visto la serie o al menos han oído a sus hijos hablar de ella. Les propongo que evalúen al bueno de Homer, entre 0-10, y luego se autoevalúen ustedes. Si igualan o superan en nota a Homer pueden estar tranquilos, no lo están haciendo tan mal.

¿Se trata de una broma? Sí y no. Este ejercicio vengo realizándolo hace tiempo con muchos grupos de padres y profesionales de la educación o la salud. Sirve para romper el hielo y para constatar un hecho fundamental: no hay que perseguir al padre/madre perfecto. No existe y cuando encontramos a alguien parecido es una catástrofe. La clínica nos ofrece abundantes ejemplos, así como el arte. Lean la novela de Patricia Highsmith “Gente que llama a la puerta” o vean la película de Peter Weir “El club de los poetas muertos”.

Entenderán porque decimos que cuando un padre quiere colocarse en el lugar del padre perfecto, sin fallas ni debilidades, produce una asfixia en los hijos que suele acabar de la peor manera. No les deja ningún lugar para que ellos encuentren su propio camino. Es el drama de muchas celebridades que ven como sus hijos quedan anulados ante ese ideal paterno inalcanzable.

Un padre o una madre imperfecta –es el caso de Homer Simpson- ofrecen, en cambio, muchas virtudes a los hijos al permitirles mejorar algo de esas fallas y encontrar así una causa para superarse en la vida. Les advierte además, al elegir pareja o profesión, de los límites reales que existen, constatados ya en su propia familia.

Les propongo, pues, otro ejercicio: deletrear en la palabra PADRE algunas funciones básicas de lo que podría ser hacer de padre hoy:

Prohibir cuando es necesario decir NO para proteger a los hijos de un exceso (abuso de drogas, malas compañías, uso escesico de las pantallas: consolas, móviles, tablets,..).

Acompañar las vidas y preocupaciones de los hijos, estar a su lado en las dificultades, saber qué les pasa y no sólo esperar que hagan lo que les pedimos. Decirles lo que pensamos aunque nos respondan “no me rayes”. Lo que digamos quedará guardado para ser usado cuando convenga.

Disimular cuando hay que dejarles tiempo y lugar para explorar y equivocarse, como nosotros mismos hicimos

Renunciar a saberlo todo, a controlarlo todo, a dárselo todo, a ser los únicos responsables de su vida y de sus decisiones...Ellos también eligen y deben hacerse cargo de las consecuencias de esas elecciones.

Estimular en ellos el gusto por vivir, la alegría de disfrutar, darles un SI a sus invenciones y a sus propuestas (de pareja, profesionales,..).