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sábado, 22 de abril de 2017

Hacer el duelo mediante la escritura





La Vanguardia, 21 de abril de 2017



La muerte forma parte de la vida. Tanto es así que sin ella, la vida no tendría sentido. Es el final lo que resignifica todo lo anterior. De allí que las necrológicas sean siempre un balance de lo logrado y también de lo errado o dejado pendiente.

Sin embargo, cuando la muerte llega antes de lo previsto aparece como algo sin sentido. Un accidente, un atentado, una catástrofe o simplemente una enfermedad, precoz para la edad, son finales bruscos para los que nunca estamos preparados, aunque algunos podamos anticiparlos (procesos patológicos terminales).

Solo nos queda hacer el duelo por eso que ya no está. Por la persona querida que hemos perdido pero, sobre todo, por lo que nosotros éramos para ella y que ya nunca volveremos a ser. Ese es el verdadero duelo que nos cuesta hacer. Si hasta entonces, en vida del fallecido, éramos su apoyo, su confidente, su alumno preferido, su pareja fiel o su hija siempre atenta, ahora se nos abre un vacío en el que ya nos somos eso para él o para ella.

Tenemos que ir poco a poco tejiendo una historia que de algún sentido a lo sucedido y que nos permita poner, en su lugar, otra cosa u otra persona. Una manera de tejer esa historia es escribir, poner palabras y sonidos a ese vacío silencioso. Muchos escritores han optado por hacer el duelo a través de una obra que, en ocasiones, ha pasado a ser una joya literaria.

Miguel Hernández lo hizo en su “Elegía”, recordando a su amigo Ramón Sijé