Para nuestros abuelos el sexo era tabú, algo que
cada uno debía aprender en secreto o con la ayuda, en el caso de los varones,
de prostitutas. Para nuestros padres, marcados por el mayo del 68 y algo más
tarde por el “destape”, resultaba normal mostrar el sexo, vivirlo con
“naturalidad”. Hoy el sexo es un asunto científico-educativo, se enseña en las
escuelas y cada vez más se consume online bajo la modalidad del ciberporno.
Un reciente informe de la ONU nos da un dato contundente: los chicos de 12 a 17 años son el grupo que más
porno consume en la red. La pornografía se configura así cada vez más como la verdadera
iniciación sexual del siglo XXI.
¿Delegar la educación sexual a la escuela y/o reducirla a
la gestión de la genitalidad, vía el porno, es la única manera de abordar la
sexualidad con nuestros hijos?
Afortunadamente hay otras vías posibles que requieren,
eso sí, de la implicación de los padres y madres. Para ello ofrecemos algunas
ideas que pueden ayudarles.
1. La sexualidad no se enseña en tanto experiencia humana.
Se vive y se experimenta, si bien hay conocimientos que sí se pueden transmitir
en la escuela, en la familia o en otros lugares (centros de salud, internet).
Cuestiones informativas (reproductivas, fisiológicas) o de prevención
(enfermedades, embarazos precoces).
2. La sexualidad nunca va sola, habita los cuerpos púberes
que, por su novedad, inquietan y perturban a los adolescentes más de los que
nos pensamos. Esos cuerpos se les presentan como misterios hablantes, les
“dicen” cosas (afectos raros, sensaciones cambiantes) para las que muchas veces
no tienen respuestas y sólo les queda manipularlos como pueden: tunearlos,
adelgazarlos, muscularlos, cortarlos, tatuarlos. Es allí donde debemos estar
cerca de ellos, acompañarlos no delante, sino al lado suyo.
3. Esperan de nosotros soluciones más que discursos morales
y allí radica nuestra verdadera autoridad. Un auctor (auctoritas) es el que propone respuestas a dificultades,
sean rupturas dramáticas (“me ha dejado”), accidentes imprevistos (“estoy
embarazada”) o inhibiciones culposas (“nunca se que decir”).
4. Las soluciones se inventan pero siempre a partir de los
mimbres existentes. ¿Qué madre/padre no pasó por eso? ¿Cómo lo hizo? ¿Qué le
funcionó y qué no? Testimoniar de eso a los hijos desde su saber y experiencia,
limitados pero basados en su vivencia personal, les sirve más que recitarles el
decálogo del buen sexo (por cierto, inexistente).
5. No hay que esperar sus preguntas directas. Normalmente no
las harán. Hay que coger al vuelo la ocasión: una escena televisiva compartida,
un comentario que sueltan al pasar a propósito de un amigo/a que tiene dificultades
amorosas o es demasiado avanzado, la confesión fugaz de una aventura
sentimental. Cualquiera de estas ocasiones es propicia para dar nuestra opinión
confiando en que eso será escuchado y un día u otro hará su efecto.