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domingo, 7 de febrero de 2016

EL LARGO SILENCIO DE LAS VICTIMAS




La Vanguardia. Tendencias, domingo 7 de febrero de 2016



“Le explicaré algo que nunca dije antes. Durante 4 años fui acosado en el instituto y no se lo conté a nadie. Me daba vergüenza que pensaran que yo no podía defenderme”. Esta confesión la realiza un paciente veinte años mas tarde rememorando la escena de humillación sufrida. Al igual que ocurre con muchas víctimas de abuso sexual o de maltratos, el peso del secreto se ha instaurado durante décadas dejando huellas indelebles. 
Hace falta que alguien tome la delantera y lo denuncie para que otros se sumen a esa declaración pública. Lo hemos visto en numerosos casos recientes de abusos sexuales o de acoso escolar.

lunes, 13 de julio de 2015

BULLYING: El acoso a la subjetividad






La Vanguardia. Tendencias, sábado 11 de julio de 2015

El reciente suicidio de una niña discapacitada, víctima de acoso escolar, nos recuerda las dramáticas consecuencias del bullying. No es un caso único, si bien es difícil cuantificar los casos de suicidio relacionados con el acoso. Son situaciones extremas que se suman a otras más frecuentes y que comportan un gran sufrimiento psíquico para los chicos y chicas objeto de esa violencia entre iguales.

Siempre hubo actos de matonismo en la escuela como nos recuerdan personajes literarios como el estudiante Törless de Robert Musil o la reciente obra teatral de S. Vila-Sanjuán “El club de la escalera” (Teatro contra el bullying). Pero entender la actualidad del bullying implica situarlo en nuestro contexto y localizar sus novedades. Una investigación en curso, y en la que hemos recogido testimonios diversos de alumnos, padres y docentes, nos aporta tres claves.
Por un lado el declive de la autoridad, encarnada tradicionalmente por el padre y sus derivados (maestro, cura, gobernante). No se trata tanto de ausencia de normas - haberlas haylas- sino de juzgar la autoridad paterna por su capacidad para inventar soluciones, para transmitir un testimonio vital a los hijos, a esos que como Telémaco, hijo de Ulises, miran el horizonte escrutando la llegada de un padre que no acaba de estar donde se le espera, para acompañar al hijo en su recorrido y en sus impasses.
Muchos de los chicos y chicas entrevistados nos confiesan que los adultos, profesores especialmente, nunca se enteran de lo que pasa y ellos mismos no confían en que puedan ayudarles a frenar ese acoso. Más allá de la exactitud de estos reproches hay una verdad latente en ellos: los alumnos/hijos esperan algo que no llega, una invención que les ayude a tratar el real que esa violencia implica y de la que ellos mismos, víctimas, acosadores o testigos, son participes sufrientes. En la espera, cualquiera puede ser víctima.

La segunda clave es la importancia creciente de la mirada como un nuevo objeto de goce privilegiado en la cultura digital, donde se trata de hacerse visible y asegurarse estar incluido en la comunidad. No quedar al margen como un friki o un pringao. Junto a la satisfacción de mirar y gozar viendo al otro víctima hay también el pánico a ocupar ese lugar de segregado, de allí que los testigos sean muchas veces mudos y cómplices. Mario lo tiene claro: “Es difícil tío salirte del grupo porque entonces te ven débil y van a por ti. A veces le insultaba para disimular pero no me gustaba. Lo hacía porque yo no quiero ser un pringao”.
La tercera es la desorientación adolescente respecto a las identidades sexuales. En un momento en que cada uno debe dar la talla surge el miedo y la tentación de golpear a aquel que, sea por desparpajo o por inhibición, cuestiona a cada uno en la construcción de su identidad sexual. Laura lo explica muy bien: “Hay una chica que es superpopu, cuelga fotos suyas provocativas y se gana muchos ‘me gustan’. Algunos envían cartas y la tratan de puta por internet porque ellas también quieren ser popus.”

Estos tres elementos convergen en un objetivo básico del acoso que no es otro que atentar contra la singularidad de la víctima. Elegir en el otro sus signos supuestamente “extraños” (gordo, autista, desinhibida,..) y rechazar esa diferencia por lo que supone de intolerable para cada uno. Es una violencia contra lo más íntimo del sujeto que resuena en cada uno y cuestiona nuestra propia manera de hacer.

martes, 10 de marzo de 2015

Lo singular de la víctima




 http://www.pipolnews.eu/es/portfolio-item/lo-singular-de-la-victima-jose-r-ubieto/

 
Quiero tomar un punto que me parece esencial para abordar la investigación sobre el significante víctima. Se trata de lo singular de la víctima como opuesto a la universalización del concepto víctima. Esta universalización plantea una  afinidad estructural entre el yo y la vocación de víctima, que se deduce de la estructura general del desconocimiento, lo que Miller nombra como “la ley de la victimización inevitable del yo” (Donc). Se trataría pues, en nuestra clínica, de apuntar a lo singular de la víctima más que a aquello que la colectiviza y la atrinchera en la categoría social de “víctima de…”

Hay un caso especial - sujetos que han sufrido acoso escolar- que nos muestran como lo singular juega un papel fundamental tanto en la génesis de esa condición de víctima como en su posible tratamiento analítico. Estos sujetos nos enseñan que el objetivo básico del acoso no es otro que atentar contra la singularidad del sujeto víctima, golpear en sus signos “extraños” ese goce diferente que resulta intolerable por lo que supone para cada sujeto de cuestionamiento de su propia manera de hacer y de encontrar la satisfacción.

Sustraer, en definitiva, lo singular de cada ser hablante. Esta hipótesis explica dos fenómenos relevantes en el bullying: la colaboración muda de los testigos que se aseguran así no ser incluidos en el bando de las víctimas, y el hecho de que el acoso se manifiesta en conductas de humillación y aniquilación psicológica del otro, más que en agresiones graves o abusos sexuales.


En sus formas actuales aparece como respuesta al declive del padre que da paso a una lógica de red y a una victimización horizontal. A falta de la consistencia de esa referencia identificatoria surge cierto sentimiento de orfandad que haría de cualquier escolar una posible víctima del otro. Si antes era el amo-maestro el que regulaba el ejercicio de esa violencia represora (castigos, sanciones) ahora esa violencia puede estallar entre los iguales más fácilmente. El sentimiento de impunidad del acosador nace de este vacío educativo, en esta “aula desierta” de la palabra del adulto.

Víctima es hoy, sin duda, un significante amo que nombra el ser del sujeto. Su uso múltiple da cuenta de como la tentación de la inocencia, a la que se refería Bruckner, ha devenido ya una victimización generalizada. Como psicoanalistas no desconocemos el sufrimiento que implican los fenómenos de violencia pero nuestra orientación hacia lo real implica pensar al ser hablante como responsable –el que puede responder de sus hechos y dichos- más que como sujeto pasivo.

Al igual que ocurre con muchas categorías diagnósticas, el ser hablante queda mudo, sepultado tras esa “nominación para”. Una víctima es alguien de quien se habla, en nombre de la cual se realizan actos políticos, educativos o terapéuticos, pero su inclusión en la clase “víctima” la excluye del acceso a la palabra y en ese sentido la des-responsabiliza. Lo singular de la víctima se opone a la universalización del concepto víctima y no es ajeno a ello el uso off label que muchos sujetos hacen de ese significante para desmarcarse de esa nominación.

Sabemos que las víctimas no constituyen, como tales una categoría psicopatológica. El único rasgo en común parece ser la contingencia de algún dato que les hace aparecer, ante el grupo, como raros: demasiado inhibidos a veces, en otros descarados o simplemente poco marcados por los logos compartidos (sujetos sin marca). Sus rasgos “extraños” y singulares los diferencian del conjunto y los hace vulnerables y presa del acosador. En ese sentido nadie ésta excluido, a priori, de su condición posible de acosador y/o víctima.

Lo que a veces sorprende es su silencio –a veces muy “ruidoso” (suicidio, encierro en casa) por los síntomas que produce- cuyas causas van de las razones de “fuerza mayor” (temor de ser represaliado) hasta la puesta en juego del real que para cada uno toma formas diferentes en el fantasma que lo vela (Matet) sean intensos sentimientos de culpa, vergüenza por la humillación recibida.

José R. Ubieto. ELP

lunes, 10 de marzo de 2014

¿Por qué se inhiben los testigos de la violencia?






La Vanguardia. Tendencias, viernes 7 de marzo de 2014



La filmación de la paliza en la escuela de Sabadell nos conmociona por la brutalidad misma de la violencia ejercida, pero también por la difusión en las redes sociales y por la inhibición de los testigos, compañeros y adultos. Varios estudios recientes confirman el aumento de las conductas agresivas por parte de las chicas que se suman a las ya clásicas de la difamación o rechazo de otras compañeras.

Dejando de lado -la desconocemos- la motivación particular de la agresora, ¿cómo entender la inhibición de los testigos? ¿Se trata de una aprobación de la agresión, de un miedo insuperable, de un goce del espectáculo o de una mera indiferencia ante el dolor de la agredida? Es posible que varias de estas razones cuenten para algunos de los presentes.

En cualquier caso lo que comprobamos en estos hechos es que la figura del testigo mudo y cómplice es clave por dos razones. Por una parte su mirada –muchas veces retransmitida por las pantallas (móviles, redes sociales) – añade un plus de goce al recrearse en la violencia y el dolor del otro sin por ello implicarse en el cuerpo a cuerpo. Al tiempo concede cierto protagonismo al agresor por la viralidad de las imágenes.

Por otro lado inhibirse y, por tanto hacerse cómplice del fuerte, asegura a cada uno –imaginariamente- su inclusión en el grupo dominante y evitar ser así excluido de él por friki o pringao. Los adolescentes dudan de su condición de “normales” , temen “no dar la talla” y ser apartados quedando como los raros, aquellos que encarnan, más que otros, la diferencia extraña y provocan por ello el odio, la burla y el acoso.

El pánico de verse segregado de ese espacio compartido (pandilla, círculo del patio, facebook,..) y de los beneficios identitarios que conlleva, hace que el sujeto se anticipe en su inclusión cómplice por temor a ser rechazado.

Por ello, el bullying plantea siempre un ternario formado por el/ los agresor/ es, la víctima y el grupo de espectadores, muchas veces mudos y expectantes. Sus testimonios resaltan su deseo: callar y aplaudir para no convertirse en víctimas, ellos también.