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lunes, 19 de septiembre de 2016

Veranos adolescentes (IV). ¿Frikis o Popus?





El verano se acaba y la vuelta al Insti es percibida por ellos y ellas con cierta ambivalencia. La curiosidad por los rencuentros se mezcla con alguna inquietud por todo aquello que huele a incertidumbre. Los profes, los exámenes cuando lleguen, pero sobre todo los amigos y amigas. Las dudas sobre el papel que le espera a cada uno en ese nuevo curso.

El pánico hoy, para muchos adolescentes, es permanecer invisibles y marginados de la pandilla, virtual o presencial. Que nadie se fije en ellos, que queden situados en el bando de los frikis o pringaos, esos que nunca recibirían un like ni optarían jamás al título de popus y menos al de superpopus.

Para conjurar ese temor cada uno debe buscar sus alianzas, y en caso de conflicto estar atento para no terminar siendo objeto de acoso o burla, confundido en esa tribu de excluidos. 

Esos temores están directamente relacionados a la cohabitación que todos tienen que lograr con su nuevo cuerpo púber. Si hasta entonces el cuerpo infantil funcionaba por defecto, ahora hay que manipularlo para domesticar esos signos extraños que no para de enviar: temblores, excitaciones, escalofríos, molestias y decepciones por sus formas y volúmenes…Para hacerse con ese cuerpo hay que manipularlo con lo que se tiene a mano: tatuajes, dieta, gimnasia, alcohol, porros, ropa, peinados.

A veces esas formulas fallan

lunes, 5 de septiembre de 2016

Veranos adolescentes (II). Petas y botellón





“Cuando bebo me salgo. Es como si no fuera yo, salto, rio, cuento chistes. Tío, no me reconozco” (Juan, 16 años). “La primera vez que fume un peta flipe, me puse a reír y pensaba que estaba en otra ciudad, no sabía dónde pero era otro sitio que no conocía” (Laia, 18 años)

Ser púber quiere decir tener otro cuerpo, distinto al infantil. Un cuerpo nada silencioso, muy ruidoso y muy exigente. Hay que manipularlo para domesticarlo: tunearlo, vestirlo guay, muscularlo, adelgazarlo y por qué no intoxicarlo. Todo para hacerlo suyo y evitar que se escape y haga signos raros. Evitar que les “ralle” cuando va por libre.

Ese cuerpo es otro porque ellos mismos habitan también un nuevo territorio desconocido y que tienen que explorar. Como les ocurre a Juan o Laia, y tantos otros y otras, beber o fumar es un modo de iniciarse en el mundo adulto.

Exploran ese nuevo hábitat al modo de los ritos tradicionales, aunque las formas cambien. 

Primero hay que separarse del mundo infantil del que vienen: cambiar los objetos y juguetes de niño por los que los adultos usan (alcohol, drogas varias, moto) y apartar a un lado a los padres (habitación cerrada, intimidad en sus comunicaciones) para creerse que ya no los necesitan.

Luego hay que exponerse a las pruebas, que siempre implican riesgos, para verificar la potencia, saber si darán la talla o no: viajes solos, conductas de riesgo, consumos, peleas o transgresiones.

Finalmente, superado el desafío, obtienen su nueva identidad adulta: sexual y social. Erasmus, trabajo, pareja son algunos signos de esa nueva etapa.

Lo nuevo es que hoy el ideal social implica demostrar que uno va a tope, que goza al máximo porque su cuerpo funciona como si fuera una máquina en todos los ámbitos: sexo, fiesta, trabajo, deporte.