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viernes, 19 de febrero de 2021

El síntoma Hasél

 


El Periódico, 18 de febrero de 2021


La violencia es también un síntoma social con una doble cara. Cualquier análisis simplista nos conduce al falso dilema de condenar o aprobar sin separar el acto -rechazable- de las causas particulares -analizables.


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jueves, 25 de julio de 2019

¿Cómo hacer con lo traumático? Otro Punto de Vista



La Vanguardia. El Diván, viernes 26 de julio de 2019



Lo traumático, lo que de verdad nos perturba, es aquello que emerge para nosotros como carente de significación. No tenemos palabras para ‘traducirlo’ y se nos impone así, de manera brusca. Un accidente de tráfico, un atentado terrorista, la pérdida de manera abrupta de un ser querido, o una pelea en la que nos vemos inmersos con consecuencias graves.

Para cada uno y cada una, lo traumático tiene siempre un valor propio, una manera singular de vivirlo, diferente a cualquier otro, aunque el evento en cuestión (accidente, atentado) sea el mismo para todos. Hay personas que han perdido su casa en un incendio y pueden rápidamente sobreponerse y hacer frente a la adversidad. Otras, en cambio, quedan paralizadas y requieren de un tiempo largo para recuperarse. Quizás estas últimas habían tenido ya, anteriormente, otras pérdidas por las que no hicieron el duelo y ahora lo no elaborado se reactiva con fuerza....


martes, 11 de julio de 2017

Los 'sintomas adolescentes' nos convocan





Empecemos por el principio: ¿a qué llamamos violencia? La pregunta, aunque parezca obvia, no es banal. Nosotros no somos sociólogos ni educadores ni tampoco juristas o policías. Por tanto nos conviene tener una definición operativa pero ajustada a nuestra disciplina y a nuestro objeto que no es otro que la subjetividad humana.

Y además se trata de un término coloquial, usado para designar muchos fenómenos y por tanto tiene sus riesgos como lo usemos. Sobre todo si lo acompañamos de un adjetivo como puede ser el “juvenil”. Violencia juvenil implica casi una naturalización el fenómeno, como si una palabra fuera naturalmente con la otra. Este efecto ha sido muy estudiado en criminologia.
¿La violencia de un conflicto como el de Siria o la de una banda mafiosa o la de un hombre que la ejerce contra su pareja son homogéneas entre sí? ¿Y si añadimos la que puede ejercer un joven con sus padres, con otros semejantes o contra el mobiliario urbano? ¿Nos ayuda ponerlas en serie, homogeneizarlas?

Seguramente no porque lo que ocurre entonces es que obviamos la significación que toma ese fenómeno para cada uno y el carácter de impasse que tiene en una situación y en otra. Ponerlos a todos en el mismo saco criminaliza y segrega a los adolescentes y además pierde de vista que hay respuestas decididas, que obedecen a una voluntad clara, y otras que son falsas salidas temporales como ocurre en la mayoría de los actos violentos que realizan los jóvenes.

Para nosotros la violencia es un síntoma que nos habla de un fracaso. Un síntoma, decía Freud, es la constatación del fracaso de un ideal. Es la prueba evidente de que algo de la

jueves, 8 de junio de 2017

¿A quién beneficia la impunidad de los menores de edad?







La Vanguardia, jueves 8 de junio de 2017


La comisión de delitos por parte de los menores de edad ha tenido diversos tratamientos a lo largo de la historia. De modelos punitivos, a veces extremos y de un gran sadismo, hemos pasado a una idea de reparación del daño a la víctima y a la propia sociedad. Una idea de justicia restaurativa que ayude al joven que ha cometido el delito y que, al tiempo, alivie el dolor de la víctima.

Eso tiene todo su sentido si pensamos que hay que diferenciar claramente entre el acto y el actor. Una acción violenta, sea una pelea en la calle, una escena de acoso escolar o una agresión a los padres son condenables siempre por lo que tienen de exceso y desborde. Sobre ese acto no puede haber tolerancia ya que su intención agresiva no persigue otra cosa que manifestar el odio puro de la pulsión de muerte.

Otra cosa, y especialmente tratándose de adolescentes y jóvenes, es la respuesta a dar al actor de esa violencia. Conviene diferenciarlos de los adultos, que pueden haber concluido ya en el uso instrumental y decidido de la violencia como patrón de relación al otro. Para algunos de ellos la delincuencia, el tráfico, el maltrato a la pareja o el desprecio por el semejante constituyen ya su modus vivendi y no están dispuestos a renunciar al beneficio que eso les procura. Es su elección y por tanto la respuesta debe apuntar

lunes, 12 de septiembre de 2016

Veranos adolescentes (III). ¿Violentos o Agresivos?






La Vanguardia, 18/08/2016


Las noches de verano traen la música, y con ella las fiestas y los momentos de desinhibición y transgresión de la rutina anual. En todas las culturas el ritual de la fiesta incluía alguna manifestación de la fuerza física, sea en forma de peleas o como demostración de potencia. La tradicional fiesta del Palio de Siena, o muchos bailes en Valonia, terminan con enfrentamientos rituales entre los participantes.

Agresividad y violencia se mezclan hasta el punto de confundirse. La agresividad se presenta como una potencialidad del individuo que, según las teorías, puede estar ligada a lo instintual/genético o al entorno de aprendizaje del sujeto. La violencia, por el contrario, es un fenómeno social que se manifiesta en acto y que se relaciona con un discurso que la articula y la alimenta. Puede dirigirse a uno mismo, al otro o a los objetos.

El psicoanalista Jacques Lacan inventó un concepto - común a ambos- más interesante, que es el de “goce”. Designa el hecho de que nuestros cuerpos, habitados y marcados por el lenguaje, no pueden dejar de satisfacerse y para ello están en pleno funcionamiento constantemente.

Cuando no encontramos cómo traducir en nuestra lengua las sensaciones corporales diversas que experimentamos (tristeza, rabia, pánico, angustia, dolor) se produce la violencia como un paso al acto bajo sus diferentes modalidades: 


lunes, 25 de julio de 2016

La rabia. Masacre en Munich





La Vanguardia. Internacional, 24/07/2016

Entender las razones que llevan a un joven de 18 años a asesinar a sangre fría a otros jóvenes no es fácil. Sobre todo cuando él no puede explicarlas porque ha decidido a continuación suicidarse. En este caso tenemos algunos datos que nos permiten formular, con prudencia, algunas hipótesis para tratar de explicarnos el sinsentido de esta matanza. Datos policiales y lo que equivaldría a la carta del suicida: la conversación que mantuvo con un vecino mientras disparaba, y que éste difundió posteriormente por las redes sociales.

En esa conversación Ali Sonboly le confiesa que él fue acosado durante siete años y la policía informa que sufrió también un ataque donde fue golpeado, hace algún tiempo, por unos jóvenes delincuentes.
 
Este último dato tendría poco valor si no fuera en el contexto de una humillación larga y continuada como es la que sufren las víctimas del bullying. Sus secuelas son evidentes y sabemos que dejan huellas indelebles. Algunas toman la forma de una depresión....

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martes, 14 de junio de 2016

Cuerpos que piden excitación







La Vanguardia, lunes 13 de Junio de 2016


Los graves enfrentamientos entre hooligans rusos e ingleses, con motivo del partido de la Eurocopa, nos interroga de nuevo sobre el estatuto de esta violencia que se repite con ocasión de cada evento deportivo. ¿Violencia lúdica, patriótica, racista?


“No queremos un mundo en el que se nos garantiza que no vamos a morir de hambre a cambio de la certeza de morir de aburrimiento”. Esta frase de un grafiti suizo de los anos 80, escrita por jóvenes que protestaban por el cierre de unos centros recreativos, nos da una de las claves de lectura de la violencia de los hooligans.

Este tipo de violencia surge en Gran Bretaña en los anos 60, justo en las décadas doradas (golden years) del estado del bienestar. Sus protagonistas son jóvenes obreros y de clase media que cumplen sus obligaciones laborales durante la semana sin demasiadas quejas ni un gran entusiasmo por su tarea.

El fin de semana y en los grandes eventos públicos (conciertos, vacaciones y partidos de fútbol), sobre todo lejos de su ciudad y país, es la ocasión propicia para dar a sus vidas un poco de emoción,

lunes, 30 de mayo de 2016

VIOLENCIA, AGRESIVIDAD Y CRUELDAD




“Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.”
Gabriel Celaya. La poesia es una arma cargada de futuro
    
"Las palabras tienen un poder mágico. Pueden proporcionar la mayor felicidad o la más profunda desesperanza. Pueden transmitir el conocimiento de maestro a estudiante; las palabras capacitan al orador para influir en su audiencia y dictar sus decisiones. Las palabras son capaces de despertar las emociones más poderosas e incitar todas las acciones de los hombres".
Sigmund Freud. “Psicoterapia por el espíritu”

El poder de la palabra ha sido reconocido por poetas, psicoanalistas y, por supuesto, lingüistas y otros pensadores. El uso que hacemos de ellas no es nunca inocuo y de allí que convenga mantener una posición siempre crítica y atenta al respecto.

Violencia es uno de esos términos prêt-à-porter que usamos de manera generalizada, y por tanto abusiva, para describir fenómenos muy diversos. Lo confundimos también con otros como agresividad o crueldad que, sin embargo no son idénticos. Por ello quisiera, brevemente, diferenciar estos tres términos.

La distinción clásica entre agresividad y violencia  hace referencia al carácter individual y subjetivo de la primera frente al carácter social y colectivo de la segunda. La agresividad se presenta como una potencialidad del individuo que, según las teorías, puede estar ligada a lo instintual o a la formación del sujeto.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Violencia y psicoanálisis

Entrevista a José Ramón Ubieto
Por María José Figueroa


José Ramón Ubieto es Psicólogo clínico y Psicoanalista. Miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

Autor de “La construcción del caso de trabajo en red teoría y práctica”, “El trabajo en red: usos posibles en educación, salud mental y servicios sociales” y “TDAH hablar con el cuerpo”.


María José: Me gustaría agradecerle por aceptar realizar la entrevista. Para partir, nos podría contar cómo es su acercamiento al psicoanálisis y en particular a la AMP y ELP.

José Ramón Ubieto: Mi encuentro con el psicoanálisis parte de un síntoma adolescente que me lleva a la biblioteca del colegio donde encontré los “Tres ensayos” camuflados entre otras obras de psicología. Esta primera lectura que apenas entendí decidió mi elección de la carrera de psicología. En aquel momento la convulsión política y social de nuestro país me alejo de las aulas y me condujo a otros lugares de estudio más interesantes, donde pude escuchar a los últimos maestros de la universidad española (José María Valverde, Manuel Sacristán, Eugenio Trias). Fue entonces cuando se produjo la feliz contingencia del encuentro con Oscar Masotta y sus grupos de estudio.

Fue para mí, y para otros colegas con los que compartíamos inquietudes, como un relámpago en un paraje gris como era la facultad de psicología ya dominada por el conductismo. Eso me llevó a la recién fundada, por el propio Oscar Masotta, Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona y a participar activamente en la creación de las iniciativas de escuela que más tarde concluyeron en la creación de la AMP y de la ELP de la que formo parte desde su fundación.

María José: Un tema que ha adquirido protagonismo en la época actual es la violencia, de lo que ha escrito bastante, por lo que me parece interesante centrar en este tema la entrevista. En la actualidad, las figuras de la violencia o lo violento proliferan – violencia de pareja, violencia hacia la mujer, Bullying, feminicidios, violencia hacia los niños, violencia política, etc. – la que se liga directamente con la vulneración de los derechos humanos, los que se promueven por doquier “para todos”. ¿Cómo pensar la violencia desde el psicoanálisis lacaniano?

José Ramón Ubieto: La violencia no es un accidente del ser humano y del lazo social, es una respuesta fallida a un conflicto que vehicula la tensión inherente al sujeto y a la sociedad en la que vive. Freud se refirió a esto con su concepto de la pulsión de muerte para indicar que la palabra y su universo simbólico no bastaban para absorber ese conflicto constitutivo del sujeto y de su vínculo al otro. La palabra regula y frena esa satisfacción que desborda al ser hablante pero el empuje superyoico, ese imperativo del ¡Goza!, nos empuja a buscar el malestar más que el bien. Lacan llamó a eso el goce.

El drama de la primera guerra mundial, que dio al traste con la felicidad del mundo de ayer que tan bien nos recordó Stefan Zweig, le sirvió a Freud para leer en las neurosis traumáticas de muchos de los combatientes esa pulsión de muerte, velada por los ideales victorianos. No siempre queremos el bien, a veces nos esforzamos denodadamente para buscarnos la ruina: consumos, conductas de riesgo, accidentes de tráfico, hábitos poco saludables, violencias varias. Lacan hablaba del odio sólido para mostrar como su fin no es otro sino el de reducir al sujeto a un desecho, a un puro objeto de rechazo.

Reconocer la existencia de esa pulsión es la primera condición para poder limitar su poder destructivo, aceptando entonces que nuestro objetivo no será la erradicación (imposible) de la violencia, sino su delimitación. Conocemos muchas experiencias que muestran como las pretendidas políticas de erradicación de la violencia no hacen sino desplazar ésta a otras escenas más ocultas o desviadas del foco mediático.

La violencia necesita encontrar un destino, vehicular esa tensión y para ello históricamente se han creado rituales como tratamiento de lo pulsional del sujeto. Lo constatamos en muchos ritos festivos, donde servía de colofón, animada por el consumo de tóxicos, de muchas fiestas populares, Allí los jóvenes, tolerados y animados por el orden social adulto, libraban sus cuerpos al combate. Todo ello formando parte de un ritual que incluía las coordenadas simbólicas en las que esos actos violentos cobraban sentido. Las peleas entre barrios (contradas) en la fiesta del Palio de Siena o los enfrentamientos verbales entre aficiones en el estadio son ejemplos de esta violencia que busca una salida “protocolizada” a lo pulsional de cada sujeto.

La edad de la ira I, Oswaldo Guayasamín.

María José: ¿Cuál es la relación entre violencia y agresividad?

José Ramón Ubieto: La distinción clásica entre ambas hace referencia al carácter individual y subjetivo de la primera frente al carácter social y colectivo de la segunda. La agresividad se presenta como una potencialidad individual que, según las teorías, puede estar ligado a lo instintual o a la formación del yo.

La violencia, por el contrario, es un fenómeno social que se manifiesta en acto y que se relaciona con un discurso que la articula. Puede dirigirse a uno mismo, al otro o a los objetos.

Para el psicoanálisis de orientación lacaniana hay un concepto común a ambos más interesante que es el de goce que a su vez une la libido y la pulsión de muerte. La pulsión de muerte, que no tiene fundamento instintual, es constitutiva del ser hablante como efecto de la incidencia del lenguaje. Esta incidencia se manifiesta en una alienación al otro y un consentimiento a ser representado por el significante amo (S1). A partir de aquí constatamos un doble efecto:

1. Por un lado la falta-en-ser presentificada en el ($) y en el objeto (a) como agujero. Tenemos allí el dolor de existir, el misterio del ser
2. Por otro, la pulsión de muerte que empuja –vía el superyó- a la recuperación del goce vía el plus-de-goce del objeto a. Se trata de algo mudo que empuja a la satisfacción gracias al superyó que es uno de los avatares de la pulsión de muerte.

Lo que define el goce es el riesgo de muerte y se convierte en una exigencia fundamental del ser. A partir de esta operación básica podemos pensar la agresividad como eso pulsional del sujeto que es constitutivo, que lo causa y que va a ser tratado a partir de los recursos simbólicos a su alcance.

Cuando el anudamiento entre ese goce y la lengua no funciona, no hay traducción posible, se produce la violencia como su puesta en acto bajo sus diferentes modalidades. Allí surge el acto y la violencia como cortocircuito para recuperar la sensación del cuerpo que se escapa (lo real). Se trata de una elección ya que frente a lo real las respuestas son diversas: podemos identificarnos a la realización de la cosa o bien hacernos una imagen de nosotros mismos, localizar lo indecible del goce y separarnos de él.

María José: Otro efecto epocal es la proliferación de las víctimas, que ha sido llamada “victimización o desresponsabilización generalizada”, ¿cómo se puede entender esto desde el psicoanálisis?

José Ramón Ubieto: Hoy ser una víctima tiene unas connotaciones diferentes de las de épocas anteriores. Nuestra hipótesis es que ante el eclipse de la figura del padre y de sus derivados (cura, maestro, gobernante) el ejercicio de la violencia pierde su monopolio y pasa a generalizarse entre los iguales. La violencia deja de pivotar alrededor de esa figura central que ordenaba, en un marco simbólico férreo, el lazo social definiendo bien los lugares, para extenderse en la horizontalidad de los sujetos (alumnos, hermanos, ciudadanos). Ahora todos, amo incluido, pueden ocupar el lugar de víctimas. Esa cierta orfandad favorece su identificación al lugar de la víctima, al “Todos víctimas” como un nuevo lazo social que se propone en nuestra época para tratar el traumatismo, inherente al ser hablante. Todos tenemos una parte de real por tratar, una satisfacción que nos incomoda y no sabemos cómo hacer con ella. Una vergüenza con la que vivir y cuya tentación de desconocer es grande y marca lo que Miller nombra como “la ley de la victimización inevitable del yo”.

Víctima es hoy un significante amo que nombra el ser del sujeto, omnipresente en nuestras vidas y en el discurso corriente. Su uso múltiple da cuenta de cómo la tentación de la inocencia, a la que se refería Bruckner, ha devenido ya una victimización generalizada. Hoy cualquiera tiene “razones”para tomarse como víctima: desde la violencia intrafamiliar a los retrasos en los vuelos, pasando por las estafas bancarias o los incumplimientos políticos.

Nuestra condición original de seres hablantes nos convierte en cierto modo a todos en víctimas del lenguaje. Es por esto que la condición de víctimas nos es tan familiar porque está ya en el origen. La tentación es acogernos a esa posición cada vez que encontramos un impasse y llegar a obturar de esta manera la implicación subjetiva de cada uno en todo ese proceso, el reconocimiento de aquello que para cada uno se juega en esa escena. Esa pasividad que en muchas ocasiones implica el significante mismo de víctima, supone que el sujeto, al igual que vemos en las categorías diagnósticas, queda mudo, sepultado tras esa “nominación para”quedando escondido su pensamiento y su temores ante la posibilidad de ser activo.

Una víctima es alguien de quien se habla, en nombre de la cual se realizan actos políticos, educativos o terapéuticos, pero su inclusión en la clase “víctima” la excluye del acceso a la palabra y en ese sentido la des-responsabiliza en relación a la causa, si bien eso no la vuelve incompetente para hacer algo frente a ese abuso. Se trataría pues, en nuestra escucha como analistas de apuntar a lo singular de la víctima más que a aquello que la colectiviza y la atrinchera en la categoría social de “víctima de…” diluyendo así su singularidad y su responsabilidad.

Lo singular de la víctima se opone a la universalización del concepto víctima. Una de las enseñanzas que nos proporciona la clínica es verificar, en el caso por caso, el uso off label (particular) que muchos sujetos hacen de ese significante para desmarcarse de esa nominación.

Víctima puede ser la ocasión de no hacerse cargo de lo que a uno le sucede imputando al otro siempre la responsabilidad. Pero también víctima es la oportunidad de hacerse escuchar, de usar ese significante para dirigirse al otro y denunciar su abuso. Víctima incluso puede ser el nombre que uno se da para mantener una dignidad cuando es despojado de sus recursos más básicos.

El psicoanálisis no desconoce el sufrimiento que implican los fenómenos de violencia y su orientación hacia lo real, hacia aquello más íntimo de cada uno, supone pensar al ser hablante como responsable –el que puede responder de sus hechos y dichos- más que como sujeto pasivo.

Las manos de la protesta, Oswaldo Guayasamín.


María José: En relación a la violencia intrafamiliar, al parecer la tendencia es ubicar la violencia ejercida específicamente en la pareja ligada a un tema de género, en donde – al menos en Chile – el sesgo es mujer víctima, hombre agresor-victimario y además alcohólico, cómo poder pensar esa relación de un modo distinto, alejado de la criminología y que no cristalice esas posiciones.

José Ramón Ubieto: Como usted señala muy bien, la complejidad del fenómeno implica formular una primer respuesta: no hay una explicación simple del fenómeno en términos unicausales (educación, poder, patología,..) como tampoco hay la solución, hay soluciones, respuestas en plural. Tomemos, en primer lugar, la perspectiva del maltratador y descartemos los casos episódicos, aquellos donde el maltrato aparece como una respuesta puntual, sin continuidad, fruto de una contingencia reactiva o de una patología mental muy evidente.

Para la mayoría de los casos podemos partir de una dificultad subjetiva del maltratador, generalmente sin conciencia mórbida, de la que nada quiere saber y que encuentra en la respuesta violenta una salida que lo protege de esa dificultad, aunque sea al precio de la desaparición del partenaire. Esa dificultad tiene que ver con una idea fantasmática sobre su posible desaparición o anulación como sujeto, una idea que no por inconsciente opera menos (más bien al contrario), y que toma la forma imaginaria de una falta de valor, de un poder disminuido, de una potencia que desfallecería, de una falta de reconocimiento, de un sentimiento íntimo de sentirse “en menos”.Es por eso que para protegerse de ese temor proyectan esa desaparición y esa impotencia en la pareja: son ellas las que no saben, ni pueden hacer las cosas bien y son por tanto objeto de desprecio como deshechos.

Para que el maltratador pueda sostener su realidad psíquica y social le es necesario, entonces, esa disyunción entre su condición de sujeto poderoso (persona digna) y la de la pareja como objeto degradado. Es por eso que para obtener la satisfacción sexual –momento crítico para la verificación de la potencia masculina- es necesario el previo sádico de la agresión (forzamiento, violación). Sólo así es recuperable el deseo sexual. Este aplastamiento del otro es lo que le previene de la angustia propia del acto sexual. La paradoja, dramática, es que esa respuesta de aniquilación del otro implica, en muchos casos su propia desaparición, como se ve en muchos casos donde al asesinato de la pareja le sigue el suicidio –o tentativa- del agresor.

¿Qué subjetividad encontramos del lado de la mujer maltratada? Aquí también cabe hacer el previo de la particularidad de cada caso y las diferencias evidentes entre los casos episódicos y los patrones de relación continuados. Uno de los mitos es el del masoquismo de estas mujeres como explicación causal. Hemos visto que en el maltrato –en cualquier maltrato-lo que está en juego es la destrucción de toda posición de sujeto en privilegio de su posición de objeto. Esto se confunde con el mal llamado masoquismo femenino: “¡será que les gusta!”.

Esta confusión no ocurre por casualidad, se apoya en una razón de estructura. La pregunta ¿qué es una mujer, como se comporta una mujer? encuentra una posible respuesta en la relación de pareja en la cual la mujer puede consentir a ocupar un lugar causa del deseo del hombre y que le permita a ambos obtener una satisfacción de acuerdo a su fantasía sexual. Es únicamente en el contexto y el marco de esta relación sexual que la mujer ocupa ese lugar de objeto del deseo. No se trata –en la mayoría de los casos- de una posición permanente y que afecte al conjunto de la vida de esa mujer. La clínica y nuestra experiencia cotidiana nos muestra esa diferencia, que a veces aparece como una disparidad paradójica, entre lo que es la vida pública o familiar de una pareja, en la que cada uno desempeña un rol bien definido y esa otra escena, la vida íntima donde a veces esos roles se intercambian radicalmente, de tal manera que el marido seguro, decidido y en aparente control de la situación social se muestra en escena sexual como alguien vacilante, vulnerable o incluso con claras preferencias a ser humillado y castigado por el partenaire. Lo mismo en el caso de la mujer identificada a ideales de mujer autónoma, independiente, que en su vida sexual, sin embargo, acepta ciertas propuestas de su pareja difíciles de conciliar con esos ideales.

Por supuesto no se trata de ninguna patología, al menos no en la mayoría de los casos, se trata de la puesta en acto de la escena fantasmática y de las condiciones de satisfacción que cada miembro de la pareja encuentra ¿Cuál es el límite de eso a lo que una mujer –ya que nos referimos a la violencia de género- puede consentir en la relación con su pareja? ¿Dónde poner la frontera entre un amor sexualizado y bien tratado y un amor claramente patológico y maltratado?

Una primera respuesta tiene que ver con la capacidad de maniobra del sujeto. No es lo mismo poder ocupar y abandonar una posición que quedar fijado a ella. Poder pasar de objeto en la escena fantasmática a sujeto en la relación o quedarse fijado a ese lugar de objeto del goce del otro. Por eso vemos a mujeres que responden rápidamente frente a una situación de abuso y maltrato separándose de esa pareja y otras que encuentran más obstáculos a esa ruptura. La posibilidad de pensar en una relación basada en el amor implica que los lugares del amante y del amado deben poder dialectizarse, que aquel que es amado debe poder también convertirse en amante y viceversa, proceso que difícilmente se da en las relaciones maltratador-maltratado donde los roles son inamovibles y donde la primera condición del amor –que al otro le falte algo-no se cumple. Si el amor, por definición, alude a la posición de debilidad de cada sujeto (tonto, ciego, flojo) es justamente esto lo insoportable para el maltratador y de lo que este huye mediante la violencia.

Entonces, si no es masoquismo, ¿de qué se trata? Y ¿por qué llamarle amor patológico? En primer lugar porque es un uso del amor que produce su propia anulación y ese uso no es ajeno a ciertos imperativos que se imponen a un sujeto por mor de sus avatares, entre ellos los establecidos de manera primaria con sus objetos infantiles, p.e. con la madre como el primer Otro con el que interactuamos ¿Cuántas veces no hemos escuchado, de boca de estas mujeres, que no puede romper ese vínculo con la pareja porque eso afectaría de manera grave a su propia relación con su madre? ¿Cuántas respuestas de esas madres, ante los lamentos de las hijas, no indican y refuerzan esa posición de resignación sacrificial? La espera infinita del amor del partenaire que no llega signa para cada una su forma particular del estrago materno y conyugal.

María José: Otra forma de violencia que se ha hecho común es el Bullying o la violencia escolar, cómo se puede entender este fenómeno.

José Ramón Ubieto: El acoso siempre existió y la pregunta es ¿Qué habría de nuevo en nuestra época para explicar las formas actuales que toma este fenómeno? ¿Cuál sería la clave temporal cuyo envoltorio formal incluye lo atemporal, lo que se repite incluyendo así la diferencia? Sin ánimo de exhaustividad podemos aportar cuatro causas a considerar:

1. El eclipse de la autoridad encarnada tradicionalmente por la imagen social del padre y sus derivados (maestro, cura, gobernante). No se trata tanto de ausencia de normas -haberlas hay las- sino de valorar la autoridad paterna por su capacidad para inventar soluciones, para transmitir un testimonio vital a los hijos, a esos que como Telémaco, hijo de Ulises, miran el horizonte escrutando la llegada de un padre que no acaba de estar donde se le espera, para acompañar al hijo en su recorrido y en sus impasses.
2. La importancia creciente de la mirada y la imagen como una nueva fuente privilegiada de goce en la cultura digital. Ante eso se trata de no quedar al margen como un friki o un pringao. Junto a la satisfacción de mirar y gozar viendo al otro-víctima hay también el pánico a ocupar ese lugar de segregado, de allí que los testigos sean muchas veces mudos y cómplices.
3. La desorientación adolescente respecto a las identidades sexuales. En un momento en que cada uno debe dar la talla, surge el miedo y la tentación de golpear a aquel que, sea por desparpajo o por inhibición, cuestiona a cada uno en la construcción de su identidad sexual.
4. El desamparo del adolescente ante la pobre manifestación de lo que quieren los adultos por él en la vida y la subsecuente banalización del futuro. Esta soledad ante los adultos y la vida supone una dificultad no desdeñable para interpretar las fantasías y las realidades que puede llevar al extravío y a la soledad. Entre los refugios encontrados en los semejantes, la pareja del acoso es una solución temporal.

Estos cuatro elementos convergen en un objetivo básico del acoso que no es otro que evitar afrontar la soledad de la metamorfosis adolescente y optar por atentar contra la singularidad de la víctima. Esta“fórmula” genera un tiempo de detenimiento en la evolución personal. Elegir en el otro sus signos supuestamente “extraños” (gordo, autista, torpe, desinhibida,..) y rechazar lo enigmático, esa diferencia que supone algo intolerable para cada uno, es una crueldad contra lo más íntimo del sujeto que resuena en cada uno y cuestiona nuestra propia manera de hacer.

El bullying genera, en su tipología ideal, una extraña pareja que comparte una experiencia siniestra: los signos extraños no son ajenos a ninguna de las partes, suenan a familiares. Tornan a cada componente de la pareja del bullying solidario con el otro. Este malentendido inconsciente que empareja al elemento actuador (agresión) con el inhibido (falta de respuesta del agredido) reclama ser elaborado, más allá del trabajo de evitación de las conductas, en un relato comprensible. La polaridad entre la actividad del acosador, que apunta a algo del acosado que flojea, y la inhibición de éste es una clave esencial en la lectura de la fenomenología del acoso.

“Llanto, miedo, ira”, Oswaldo Guayasamín.


María José: Otro tipo de violencia que ha proliferado es el maltrato infantil, en Chile la mayoría de las denuncias efectuadas y las medidas de protección realizadas son por “negligencia o inhabilidad parental”,pero también hay un porcentaje ligado al abuso sexual, maltrato físico, experiencias tempranas abusivas, violentas y de desprotección, lo que puede ser pensado como un encuentro con el Goce del Otro, qué intervención posible en estos casos y que respete la singularidad.

José Ramón Ubieto: El tristemente famoso caso de la pequeña Alba, niña catalana gravemente maltratada por sus cuidadores (madre y pareja) sin que los diferentes servicios lo hubieran evitado, y otros muchos sucesos de menores ingresados en el hospital a causa de los graves malos tratos infligidos por su padres, han hecho emerger otra de las figuras modernas de la violencia: el padre maltratador. Se suma a la serie de los hombres maltratadores, de los jóvenes violentos y de los xenófobos de todo tipo. De hecho, es una figura antigua bien catalogada en la literatura, en las crónicas de sucesos y en los informes anuales de múltiples ONG y organismos públicos. No olvidemos que la Convención sobre los Derechos del Niño es todavía muy reciente (1989).

Lo nuevo frente a esa repetición está en la respuesta social, en la voluntad de protección que toma a su cargo el Estado y sus organismos judiciales, policiales y administrativos. En estos casos se han mostrado impotentes para ejercer esa protección y parece que la responsabilidad es compartida y por razones variadas: protocolarias, organizativas, competenciales. Todas ellas son mejorables y ya hay iniciativas en marcha que tratan de evitar que esa máquina burocrática acabe convirtiéndose en el mejor seguro para la vulnerabilidad de los menores.

El trabajo en red, como práctica colaborativa entre varios, es precisamente otra manera de hacer en la intervención con la infancia y adolescencia en riesgo que, más allá de la suma de protocolos y circuitos por donde circulan los casos de manera anónima, pone en el centro de la acción de los diferentes servicios el abordaje global del caso y la conversación interdisciplinar permanente como garantía de esa intervención. Intervención que no olvida nunca la singularidad de cada caso y de cada miembro del grupo familiar.

Pero incluso esto sigue siendo insuficiente, porque en la raíz de muchos de estos sucesos dramáticos hay un axioma que debiéramos cuestionar (nos): el peso de lo biológico en el lazo familiar. Seguimos creyendo que los lazos de sangre son sagrados y no deben por eso tocarse, que un padre o una madre "biológicos" - como se dice- tienen derecho per se a disponer de sus hijos más allá de los cuidados efectivos que les procuran.

Todavía encontramos algunos jueces y profesionales del ámbito de la infancia que conceden visitas a padres de niños tutelados, sea en centros residenciales o en familias de acogida, aun sabiendo que la posibilidad de retorno con ellos es inexistente y que los lazos con esos padres son a veces nulos y en otros casos claramente perjudiciales. Sus síntomas pre-visita y post-visita así nos lo enseñan: angustia, eczemas en la piel, inquietud motriz, trastornos del sueño y de la alimentación.

El argumento es que "su padre tiene derecho por su condición de procreador", olvidando que la paternidad es siempre una atribución, son los niños quienes autorizan al otro como padre y madre, una verdad que cualquier padre adoptivo o acogedor comprueba a diario. La familia, como bien sabían los romanos al distinguir el genitor del pater, no tiene nada de natural, es un artificio, una invención que cada civilización moldea bajo diferentes formas. Por eso la verdad que cuenta para cada niño, más allá de la biología, es cómo encuentra un lugar habitable en ese grupo familiar, un lugar que le permita ser acogido en su particularidad y no como instrumento de la voluntad de satisfacción de los que lo (mal) tratan.

Esta inexorabilidad de lo biológico está en el origen de muchas de las dificultades de los servicios y organismos públicos de protección a la infancia. Es por el peso de esa verdad que muchos actos quedan suspendidos y a veces imposibilitados. Así se olvida la prioridad del interés superior del menor, como principio jurídico del sistema legal de protección a la infancia y de la propia Convención sobre los Derechos del Niño.

“La madre”, Oswaldo Guayasamín.


María José: Gracias a los programas gubernamentales, de protección social y de salud mental, se ha instalado la idea que los actos violentos o la violencia tienen consecuencias a nivel psíquico, las cuales deben ser reparadas a través de “terapias reparatorias” estandarizadas, que muchas veces confrontan a los sujetos con experiencias de las que ya no quieren hablar, ¿cómo poder maniobrar analíticamente en estos casos?

José Ramón Ubieto: Hablar sobre el trauma tiene efectos que conocemos bien. Tratar ese real mudo y silencioso permite al sujeto otra elección subjetiva. Ahora bien esto no siempre es así para todos y en cualquier momento. Muchos sujetos hablan de situaciones de abuso sexual, acoso escolar o maltrato infantil cuando son adultos aunque, en algunos casos, hayan tenido oportunidad de hacerlo antes.

Ese silencio tiene siempre sus razones particulares y cuando tratamos de forzarlo mediante técnicas de psicoeducación y de sugestión, en nombre de un ideal de reparación sacando la verdad a cielo abierto, a veces nos encontramos con respuestas mutistas e incluso de desaparición del sujeto. Los supervivientes de los campos de concentración nos enseñaron mucho al respecto y algunos como Jorge Semprún tardaron tiempo porque eligieron la vida antes que la escritura.

El derecho al silencio debemos respetarlo como un derecho inalienable del sujeto y como signo del tiempo que cada uno necesita para encontrar un destino a ese real sufrido. La versión que luego nos ofrecerá, cuando esté dispuesto, será siempre una construcción, a su cargo, de esa experiencia que en ningún caso habrá que confrontar con la pretendida exactitud de los hechos. Dará cuenta más bien de la verdad y la satisfacción en juego.

María José: Una forma distinta de violencia – y esto es una hipótesis – se asocia a la violencia ejercida por las instituciones que resguardan los derechos avasallados (Centros de protección a niños, Juzgados de Familia, establecimientos educacionales, etc.), instituciones que en nombre de la protección, que se instala como un Ideal, terminan ejerciendo actos violentos y sin palabras que medien, o “medidas para todos igual” que terminan segregando en nombre de la igualdad. ¿Cómo poder pensar la violencia desde el Otro institucional?

José Ramón Ubieto: Finalizada la primera década de este Siglo XXI podemos decir que la tendencia “individualista”, junto a las falsas promesas del cientificismo, constituyen la base más firme de la nueva relación asistencial cuyas características y consecuencias podemos ya vislumbrar con claridad. Un primer rasgo evidente es la desconfianza del sujeto (paciente, usuario, alumno) hacia el profesional al que cada vez le supone menos un saber sobre lo que le ocurre (y por eso se ha institucionalizado la segunda opinión) y del que cada vez teme más se convierta en un elemento de control y no de ayuda. Las cifras actuales sobre las manifestaciones de protesta subjetiva a las propuestas médicas, que incluyen el boicot terapéutico (rechazo de lo prescrito), la falta de adherencia al tratamiento o los episodios de violencia en centros sanitarios o sociales son un claro signo de esta pérdida de la confianza en la relación asistencial.

Un segundo rasgo lo encontramos en la posición defensiva de los propios profesionales que hacen uso, de manera creciente, de procedimientos preventivos ante posibles amenazas o denuncias de sus pacientes. El miedo se constituye así en un resorte clave que condiciona la práctica asistencial y cuyas consecuencias no son banales. El tercer rasgo nos muestra una de esas consecuencias: la pérdida de calidad y cantidad del vínculo clínico-paciente. Ese dialogo basado en la escucha de la singularidad de cada caso, y que requería un encuentro cara a cara, con cierta constancia y regularidad, se ha transformado en un encuentro, cada vez más fugaz, de corta duración y siempre con la mediación de alguna tecnología (pruebas, ordenador, prescripción). El cuarto rasgo, correlativo del anterior, es el aumento notable de la burocracia en los procedimientos asistenciales. La cantidad de informes, cuestionarios, aplicativos, que un especialista psi debe rellenar superan ya el tiempo dedicado a la relación asistencial propiamente dicha.

Estas características configuran una nueva realidad marcada por una pérdida notable de la autoridad del profesional, derivada de la sustitución de su juicio propio (elemento clave en su praxis) en detrimento del protocolo monitorizado, una reducción del sujeto atendido a un elemento sin propiedades específicas (homogéneo), y que responde con el rechazo ya mencionado (boicot y violencia), y una serie de efectos en los propios profesionales diversos y graves: burn- out, episodios depresivos recurrentes, mala praxis.

El abuso de la categorización protocolizada y de la medicación generalizada en muchos niños y adolescentes muestra bien la forma que toma hoy esa violencia institucional. El caso del TDAH es un ejemplo claro. Para nosotros, analistas, la cuestión que nos importa, más allá de las discusiones nominalistas o etiológicas: ¿sabremos leer esos cuerpos agitados y/o indolentes que hablan de un malestar que interfiere en sus aprendizajes tomándolos como interlocutores? ¿O por el contrario vamos a reducirlos a cuerpos deficitarios que exigen correcciones bioquímicas o conductuales sin escuchar el sufrimiento subjetivo que implican? Ignorar la subjetividad y tomarlos como sujetos mudos es una modalidad de violencia institucional insostenible y más cuando se trata de niños y adolescentes.


María José: Muchas gracias por la disposición y por la transmisión.

Publicado al blog de Psicoanálisis en Chile: Psicoanálisis Entre Vistas

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