domingo, 23 de mayo de 2010

¿Cómo abordar la violencia escolar?

JOSÉ R. UBIETO - Psicólogo clínico y psicoanalista

La violencia está presente en la escuela de igual manera que en otros ámbitos: familia, calle, eventos deportivos. Cambian, eso sí, las formas y las causas específicas. Por eso lo importante es entender la lógica de esos fenómenos, fijarse en los detalles de cada caso, captar su particularidad. De lo contrario, corremos el riesgo de hacer equivalentes situaciones que son muy diferentes, aunque sus manifestaciones (episodio violento) puedan ser similares.

El suceso de Alicante parece indicar que se trata de una violencia recurrente, consentida por los padres, asociada a consumo de drogas, y que se presenta como un patrón de relación violento y generalizado (compañeros, profesores). Esta violencia implica un modo de vínculo al otro que busca su destrucción y que en muchos casos repite situaciones que el propio sujeto ha vivido pasivamente. Abordar este hecho supone un conjunto de tentativas previas que, al fracasar (en muchas ocasiones el propio joven confirma ese empuje al fracaso), provocan la necesidad de una actitud firme de contención, y en casos extremos de exclusión, como medida última de protección para el resto de alumnos y docentes. Afortunadamente son casos infrecuentes, donde las intervenciones educativas, clínicas o familiares encuentran sus límites.

El caso de Badalona muestra otro perfil diferente. Se trata de un niño de ocho años, adoptado y parece que con una situación familiar compleja, que se comporta de forma molesta en clase. Con todas las reservas que conviene, podemos aventurar que responde a otro tipo de situaciones en las que podría haber elementos, asociados, de dificultades emocionales. Estos actos violentos son respuestas del sujeto frente a dificultades internas difícilmente regulables por él mismo. Aquí la contención, facilitada por la cuidadora que le asiste, debe acompañarse de otras medidas terapéuticas y educativas especiales, que ofrezcan a este niño un marco educativo más apropiado. Y que al mismo tiempo preserven también el derecho de los otros alumnos a seguir su escolaridad.

Un tercer grupo de episodios violentos escolares lo encontramos en los casos de acoso escolar, donde la violencia se centra en un alumno identificado, por el matón, como chivo expiatorio de sus propias debilidades. Aquí conviene ser firmes con el agresor, pero también con los espectadores (otros alumnos) que asisten, pasivamente, a la escena de abuso. Son ellos los que pueden deslegitimar esa violencia persistente y colaborar con los docentes para detenerla.

La violencia escolar es demasiado compleja para dejarla en manos de los docentes. Por eso desde hace diez años llevamos a cabo una experiencia de trabajo en red en el distrito de Horta-Guinardó (www. interxarxes. net), donde educadores, clínicos y trabajadores sociales buscamos salidas colectivas a situaciones como estas, diversas y muy complejas.

domingo, 11 de abril de 2010

Autoridad Perdida

La Vanguardia. Sábado 10 de Abril, Tendencias

¿Por qué aumentan las agresiones a docentes y médicos?

JOSÉ R. UBIETO - Psicólogo clínico y psicoanalista

Las recientes noticias de agresiones a maestros y médicos forman parte de una tendencia que va claramente en aumento. Prueba de ello es que la violencia dirigida a los profesionales de los cuidados ocupa ya un lugar en los temas habituales de los congresos educativos y sanitarios.

Hay razones generales y particulares. Las generales tienen que ver con lo que el sociólogo François Dubet ha calificado como el declive del modelo institucional que instauro la modernidad, que pasaba por la relación privilegiada entre el alumno o paciente y el maestro o clínico, definidos como especialistas. Ese encuentro estaba fundado en una autoridad absoluta del profesional, que tenía el monopolio del saber académico o médico.

La postmodernidad vino a exarcerbar algunas de las contradicciones y paradojas ya incluidas en el propio programa de la Ilustración. Una de ellas deriva de la consideración de los derechos del individuo como un valor absoluto, que mina entonces esa autoridad del experto.

Este declive no sólo se ha hecho patente en los sistemas públicos de atención social, de salud o de educación, sino sobre todo, y en primer lugar, en la acción social y política donde la desafección y desconfianza hacia los gobernantes y gestores es notoria.

A esta primera razón podemos añadir otra, más clara en el ámbito sanitario: la reducción del paciente a una cifra, a una categoría diagnostica, a un código de barras. El modelo asistencial actual pone más énfasis en el cálculo y tratamiento estadístico de las patologías, que en el propio sujeto que las sufre. Eso se refleja bien en el tiempo, demasiado breve, de la atención personalizada, que se reduce a medida que aumentan los recursos informáticos, la proliferación de pruebas.

¿Quién no se ha sentido un poco cobaya cuando el médico escribe en el ordenador datos, que nos va pidiendo sin apenas mirarnos a la cara, concentrado en esa tarea que, por otra parte, no puede evitar ya que forma parte de los protocolos asistenciales?

El efecto subjetivo de esta limitación de la escucha, tan importante para emitir un juicio profesional, tiene mucho que ver con las reacciones de protesta y rechazo de los pacientes y familiares que, a veces, toman formas violentas activas (insultos, agresiones) y otras, la mayoría de los casos, se expresan como boicot pasivo (incumplimiento terapéutico, falta de adherencia a los tratamientos).

En el caso de los docentes, el proceso de “cosificación” del alumno no es tan extremo, si bien también se constatan los efectos nocivos de una voluntad excesiva de uniformización, como si los quisiéramos a todos iguales, incluidos en los mismos itinerarios y con las mismas performances. Anular la singularidad de cada uno es lo que retorna luego en esas manifestaciones de rechazo, indiferencia o incluso agresión.

Cuando alguien siente que sus cosas no son tomadas en cuenta, difícilmente establecerá una relación de confianza en ese otro y por tanto no le reconocerá la autoridad necesaria para producir efectos terapéuticos o de aprendizaje.

Finalmente, a estas razones más generales, cabe añadir las particulares de cada uno, que hacen que decida en un momento responder a una situación de una manera u otra, decisión de la que es responsable y por lo tanto debe responder ante la sociedad y la justicia, si es preciso.

lunes, 8 de marzo de 2010

¿Cómo dejar de tener miedo al miedo?

LA VANGUARDIA, Tendencias / Domingo, 7 de marzo de 2010

José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

Una de las paradojas de nuestra sociedad es que a pesar de ser la más segura de cuantas existieron no nos ha librado del sentimiento subjetivo de inseguridad. Hasta el punto que uno de los malestares más frecuentes, y origen de muchas consultas y de un elevado consumo de ansiolíticos, lleva el nombre del miedo: panic attack.

Vencer ese miedo al miedo exige, antes, conocer sus causas. La más importante, como civilización regida por el saber científico, es que la creciente tecnificación de nuestra sociedad nos hace dependientes de una complejidad nunca vista anteriormente. Cualquier acción, por sencilla que sea (uso del móvil, trámites online, viaje en avión) depende de recursos y conocimientos técnicos ajenos a nuestro control último Sólo nos queda, entonces, confiar en los expertos y en los sistemas de control y vigilancia.

Cuando alguno de estos sistemas falla, experimentamos una sensación de pánico, más o menos intensa, seguida de una desconfianza en ese Otro que nos servía de garantía (médico, político, científico, policía..). Si la respuesta, política o mediática, a esa crisis magnifica el problema, aumenta la desconfianza. Ahí tenemos el caso de la gripe A o los recientes sucesos de delincuencia o los conflictos internacionales.

Una de las fórmulas más eficaces para producir más miedo, y por tanto más inseguridad subjetiva, es proponer medidas alarmantes o excesivas (escáneres corporales en los aeropuertos, vacunación generalizada) que justifican una hipervigilancia y suscitan el pánico frente a amenazas por venir, tengan o no rostro conocido.

Cuando el umbral de desconfianza y pánico es alto, el sujeto se retrae y a partir de allí sólo confía en sí mismo. Ese aislamiento no es gratuito ya que paga un precio alto en forma de sufrimiento personal: ansiedad, estados depresivos, ese “temor narcisista de la lesión del cuerpo propio” al que aludía el psicoanalista Jacques Lacan. Empieza a tener miedo al miedo y es por eso que otro de los malestares por lo que hoy nos consultan más es la llamada agorafobia y la fobia social, como signos evidentes del fracaso del lazo colectivo.

Allí donde debían hacerse realidad las promesas de felicidad, garantizadas por el acceso al consumo y sus objetos del bienestar, encontramos su reverso bajo la forma de esta angustia social difusa, caldo de cultivo de las políticas del miedo.

¿Cómo prevenirnos entonces de la prevención generalizada, de la pendiente a un estado panóptico, que todo lo vigila y sin embargo nos hace más vulnerables e inseguros frente a ese miedo generalizado? ¿De una sociedad que se convierta en una tierra hostil sembrada de amenazas?

Ante todo debemos diferenciar claramente entre la alerta a la población, medida necesaria ante un peligro (salud, social,..) y sembrar el pánico, que no tiene otro efecto que el de recluir y controlar a la población “legítimamente”.

Por otra parte debemos combinar la alerta con el conocimiento y el debate sobre eso que se presenta como desconocido, y a veces irrumpe bruscamente sin todas las claves que le darían sentido (atentado terrorista, epidemia). Sabemos hasta qué punto muchos de los fenómenos racistas que observamos en nuestras sociedades –ahora agravados por la precariedad económica y laboral- podrían atenuarse con un mayor conocimiento de ese otro que percibimos como intrusivo, y amenazante y del que apenas sabemos más allá de nuestros prejuicios.

El miedo es humano y contribuye a nuestra supervivencia, desde la primera infancia. Por eso es razonable aprender a convivir con él, más que tratar de eliminarlo radicalmente, no sea que lo que sacamos por la puerta nos retorne por la ventana.

jueves, 25 de febrero de 2010

FORUM "LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA. Un caso urgente: El Autismo"

Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano
FORUM
LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA Un caso urgente: El Autismo

Barcelona - Sábado, 19 de Junio de 2010

¿Por qué un Forum?

Porque es necesario explicar los riesgos de la evaluación limitada a la cifra, que silencia lo particular de cada ser humano.
Porque los criterios de falsa ciencia, sostenida hoy en la ideología de la evaluación, en el uso indiscriminado de los cuestionarios y en los argumentos de evidencia científica, pretenden erradicar la subjetividad en la cultura, en el arte, en la universidad, en el campo médico-sanitario, en el sector laboral y de empresa, en el campo legal, pedagógico y social; es decir en todos aquellos ámbitos que atañen a los seres humanos. Pero la ciencia no implica eso.
Porque en todas las disciplinas humanas se impone cada vez más un sesgo cuantificador. En base a un trato supuestamente igualitario, se anulan las diferencias entre los seres humanos y se promueve una homogeneización cuyos efectos son devastadores. La evaluación instala en sus fundamentos una profunda desconfianza sobre el saber de los profesionales; su trabajo se centra cada vez más en responder a las exigencias del sistema evaluativo, rellenando cuestionarios y elaborando estadísticas.
Porque si todas las intervenciones que atañen al individuo se evalúan con un rasero únicamente cuantitativo estamos destinados a la pobreza de pensamiento y al automatismo mental.

¿Por qué el autismo?

Porque en España el autismo se ha convertido en un caso urgente: dos propuestas, una del Partido Popular dirigida al Senado de España y otra formulada por una asociación de padres al Parlament de Catalunya, han sembrado una gran preocupación entre profesionales que llevan años dedicándose al diagnóstico y tratamiento del autismo. Estas propuestas entienden el autismo únicamente como una deficiencia cognitiva a ser disminuida y como una dificultad de aprendizaje a ser pedagógicamente tratada.
Sigmund Freud y Jacques Lacan pusieron de relieve la particularidad del ser humano, un ser de lenguaje que se diferencia de los demás seres vivos. El lenguaje humano no es un mero sistema de signos sino una estructura simbólica compleja, ya que las palabras se articulan con la subjetividad de cada uno y el vínculo social está teñido de esa subjetividad particular.
Porque el psicoanálisis entiende, así, que el tratamiento del autismo no puede reducirse a modelos de adiestramiento de la conducta ni a simplificar la complejidad del habla y del lenguaje humano a ejercicios de comunicación.
Porque el autismo no es una deficiencia ni sólo una categoría clínica, sino una manera límite del ser hablante de situarse en el lenguaje y en el vínculo social.

¿Para qué un Forum sobre autismo?

Para argumentar y reflexionar sobre el riesgo que corremos todos si se pierde de vista la dimensión subjetiva, esa dimensión que implica lo real no acotado por la ciencia.
Para que los profesionales, los que se han psicoanalizado y los que se acercan hoy al psicoanálisis digan lo que saben: que el psicoanálisis es una disciplina de plena vigencia que aporta la comprensión de un real humano que escapa a la ciencia, y que así lo estudia, lo desarrolla y lo contrasta desde hace más de un siglo.
Para que la sociedad civil y sus gobernantes sean conocedores de esta situación: que sobre la etiología del autismo se sabe muy poco y que sesgar los tratamientos con el argumento de una supuesta evidencia científica es caer en una deducción falsa y una tremenda imprudencia.
Para no limitar la oferta de tratamiento a un único modelo teórico que niega el derecho de los ciudadanos a elegir qué tratamientos prefieren para ellos y/o sus hijos.

Los números son hermosos, sí, siempre que puedan acompañarse de palabras.
La evaluación impone las cifras en detrimento de las palabras y, así, las silencia.
Pero recordemos, las incógnitas van siempre en letras.
Urge continuar manteniendo en el corazón del ser hablante el enigma que lo constituye. El autismo así nos lo enseña.

Promueven:
Asociación Mundial de Psicoanálisis
Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano
Instituto del Campo Freudiano en España
Campo freudiano en Bélgica, Francia e Italia.


Invitamos a todos aquellos que deseen manifestar públicamente su apoyo a este Forum a que envíen un mail incluyendo: nombre y profesión.

Apoyos al Forum e informaciones: foroautismo@gmail.com

Toda la actualidad de este Forum en: http://foroautismo.blogspot.com/

El guardián entre el centeno: la nostalgia de la infancia

¿Por qué nos fascina este personaje que no acaba de crecer?
LA VANGUARDIA, Cultura / Sábado, 30 de enero de 2010

José R. Ubieto. Psicólogo clínico y Psicoanalista


El joven Holden Caulfield, protagonista de El guardián entre el centeno, tras un periplo en busca del partenaire sexual siente nostalgia de la infancia y confiesa: “Hay cosas que no deberían cambiar, cosas que uno debería poder meter en una de esas vitrinas de cristal y dejarlas allí tranquilas”.
Se añade así a una larga lista de personajes literarios que nos siguen fascinando muchos años después de su “nacimiento”.

Su investigación sexual, más allá de las diferencias de épocas y lugares, se inicia a partir de un primer instante de mirar donde se le revela al sujeto un estremecimiento, acompañado de sensaciones corporales extrañas, a veces en el límite de un episodio de despersonalización y sobre el cual pocas explicaciones surgen.

Caulfield lo expresa bien en su fracasada tentativa con la prostituta: “De pronto empecé a notar una sensación rara. Iba todo demasiado rápido. Supongo que cuando una mujer se pone de pie y empieza a desnudarse, uno tiene que sentirse de golpe de lo más cachondo. Pues yo no, lo que sentí fue una depresión horrible”.

Se abre allí un segundo tiempo para comprender lo acaecido, tiempo que exige producir nuevas significaciones, añadir a ese horror vivido una interpretación. La construcción de una nueva ficción –sea por la escritura o por el recurso a otras herramientas del pensamiento - se convierte en un apoyo necesario para la exploración de ese enigma inicial. Exploración que contempla las diferentes posiciones sexuales , oscilando entre una y otra, y guiado por el deseo de ser uno-entre-otros.

Finalmente, se trata del momento de concluir, momento que supone la realización del duelo por lo infantil, abandonar esos objetos y esas relaciones familiares. Eso lleva aparejado siempre una cierta confrontación generacional, de allí la rebeldía de estos personajes.

Este tránsito no es sin pesar para el sujeto y por eso la tentación nostálgica del retorno a lo infantil está siempre acechando: “Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños,. y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde del precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiezo a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo… Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Yo sería el guardián entre el centeno”

Lo que sigue siendo fascinante es pues el carácter singular que tiene, para cada uno, este despertar a lo real de la sexualidad. Despertar que es también un exilio de sí mismo. Ilustrativo el dialogo que inicia la obra de Wedekind (El despertar de la primavera), entre una hija que se resiste a vestir un traje de mujer y una madre que lamenta que deje de ser su “niñita”. “¡Quién sabe como serás cuando las otras sean más mujeres!” –exclama la madre. “Vete a saber, quizás ya no seré, yo”

Precisamente porque la relación sexual no existe, como proporción armónica, es posible, entonces, en sus márgenes, inventar ficciones.

jueves, 28 de enero de 2010

¿Ayudan las ficciones literarias a entender la violencia sexista?

José Ramón Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

La principal novedad que aporta la adolescencia es que la vida aparece desprovista de sentido. Las palabras que hasta entonces servían al joven para situarse en el mundo, tomadas de los adultos, pierden su valor. Incluso muchas de ellas se rechazan por ser signo de impostura e inservibles para nombrar todos los cambios que supone la pubertad.

Surgen afectos de angustia, perplejidad y malhumor por la falta de palabras que puedan nombrar esa novedad en el cuerpo y en las relaciones personales, sexuales y sociales. Las respuestas a este malestar son variadas y unas más logradas que otras. Las hay que tratan de ahorrarse el encuentro con el otro que queda sustituido por la alineación al objeto (consumos de todo tipo), por el rechazo (anorexia) o por el pasaje al acto (conductas de riesgo, errancias, violencia).

Pero también encontramos el recurso a la invención y la creación para bordear ese vacío que surge y darle formas artísticas y creativas (teatro, música, danza, nuevas tecnologías, juegos de rol). La escritura sigue siendo uno de los recursos privilegiados en sus diversas expresiones: letras musicales, poesías, diarios, relatos,…El interés que despierta concursos como Ficcions, impulsado por deria.cat así lo prueba.

La violencia sexista es sin duda un tema que les concierne muy directamente porque pone a prueba las vías de salida de ese nuevo interrogante que es la sexualidad en acto, más allá de las fantasías infantiles. Disponer de ficciones sobre el tema escritas por ellos y para ellos es ya una forma de respuesta. Una invención más operativa y útil que muchas de las bien intencionadas campañas que proponen ideales de conducta sin tener en cuenta las verdaderas preguntas –no exentas de apremios subjetivos- que se plantean ellos sobre la relación con el nuevo partenaire sexual.

viernes, 15 de enero de 2010

¿El sujeto puede ser transparente?

LA VANGUARDIA, Tendencias / Viernes, 15 de enero de 2010

José R. Ubieto. Psicólogo clínico y Psicoanalista


El debate actual sobre el uso de escáneres que desnudan en los aeropuertos va más allá de la medida concreta y del ámbito especifico de los vuelos. De hecho se incluye en una lógica mucho más amplia y que se sostiene en un ideal de transparencia y en el imperativo de lo “evidente” como garantía universal.

Hoy no se autoriza ninguna intervención en el ámbito de la subjetividad que no esté basada en las llamadas “evidencias científicas”. Una psicoterapia, un programa reeducativo, un proyecto de acción social sólo reciben financiación si responden a esa doble exigencia de transparencia y evidencia científica, principios de la evaluación de sus resultados.

¿Quién podría oponerse a esas buenas intenciones, que además parecen basarse en certezas y evidencias aportadas por la ciencia? De la misma manera ¿Quién podría resistirse a las recomendaciones sanitarias sobre la epidemia de turno, basadas también en razonamientos lógicos y “científicos”? Y por supuesto ¿quién podría negarse a ser un cuerpo transparente y “evidente” ante la mirada del Otro, en nombre de la seguridad pública y bajo los auspicios de todas las garantías tecnológicas?

La ciencia y sus desarrollos técnicos son un activo fundamental de nuestra civilización, al que difícilmente podríamos renunciar en el momento actual. Su aportación a la mejora de las condiciones de vida y a los estándares de salud es incuestionable. Pero todo ello no obvia que la ciencia como saber tiene sus límites, bien conocidos y admitidos por los propios investigadores. Y cuando se trata de ciencias aplicadas a la subjetividad y de ámbitos como la psicología, la educación, las relaciones sociales y personales esos límites no pueden obviarse salvo que queramos “ahorrarnos” lo más singular del ser viviente que es el sujeto mismo, sus elecciones y decisiones, erróneas o no. No admitir esos límites es convertir la ciencia en una pseudociencia y por tanto en una nueva religión de charlatanes sofisticados.

Nunca una tecnología debería eliminar el juicio y la valoración de un médico, de un psicólogo, de un educador, de un político y por supuesto del propio sujeto afectado, sobre las decisiones que se deben tomar porque ese juicio, susceptible de errores y riesgos, es fundamental y da la medida ética del acto mismo. ¿Qué valor tendría un acto médico, terapéutico, educativo o político si excluimos aquello que lo fundamenta, la convicción íntima de quien lo ejecuta, y lo sustituimos por la guía de un protocolo estándar? ¿Quién se haría entonces responsable de sus consecuencias?

El asunto de los escáneres es una buena prueba de esta tendencia a sustituir ese juicio por un imperativo de autoría anónima y justificada por supuestas “evidencias”, como muchas otras medidas vinculadas a la vigilancia y seguridad. ¿No era del juicio y valoración de los responsables policiales de quien dependía nuestra seguridad? ¿No eran ellos los que debían sopesar las informaciones que la tecnología les procura en nombre del bien público?

Cuando renunciamos a nuestra responsabilidad y nos resguardamos en la (falsa) promesa de la tecnología “que todo lo ve” nos volvemos cada vez más ciegos frente a lo que constituyen nuestros retos actuales como civilización.