viernes, 17 de febrero de 2012

¿Por qué el cibersexo resulta adictivo?




LA VANGUARDIA, Cultura / Viernes, 17 de febrero de 2012


José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista


El consumo de cibersexo afecta principalmente a varones jóvenes y su auge va paralelo al declive del discurso amoroso. Esta disociación es un clásico y Freud la nombró como la “degradación generalizada de la vida erótica” para explicar la dificultad específica del hombre para conjugar amor y satisfacción sexual.

La era virtual añade algunas particularidades y amplía también sus posibilidades. Si el amor, que implica dirigirse al otro a través de la palabra, siempre pone en juego nuestra falta (de oratoria, de decisión, de ingenio), el sexo virtual cortocircuita a ese otro, que no se presenta cara a cara. Eso tiene sus ventajas ya que nos ahorra ese sentimiento de falta y nos permite la ilusión de la potencia que no desfallece nunca.

Esas prácticas de ciberporno forman parte ya de la cotidianeidad de algunos pacientes que hablan de ello en las sesiones y muestran el uso que hacen de esa fórmula de “(no) relación” sexual. Donde la prostitución todavía implicaba algún riesgo de desfallecimiento o impotencia, el cibersexo les ofrece la seguridad de un control remoto que les permite, como señalaba uno “penetrar en lo más íntimo de la mujer”. Es una variante hipermoderna del onanismo, un goce idiota (Lacan) que prescinde del otro.

La adicción al sexo alcanza también a personajes famosos: políticos, deportistas, actores. En esa compulsión encuentran una dependencia del objeto sexual que resulta ser una verdadera paradoja. Donde el dominio de la escena prometía una liberación de los enredos del amor, hallan sin embargo su fiel atadura. Y no sólo del sexo sino también de los complementos que a menudo requiere su práctica: estimulantes de toda clase que se añaden a sus “obligaciones”.

lunes, 23 de enero de 2012

¿Por qué se suicidan ellos?



La Vanguardia, Tendencias 24 de Enero de 2012


José R. Ubieto

Psicólogo clínico y Psicoanalista


Establecer un perfil psicologico del maltratador no es fácil porque la causistica es diversa. Sí es posible identificar algunos elementos, presentes en muchos casos. Uno de ellos es la vivencia que tienen del avance de la mujer en ámbitos, hasta ahora reservados a los hombres.

Esa igualdad la imaginan como un peligro y una disminución de la potencia, que los infantiliza y despierta en ellos el odio más profundo por la perdida del objeto poseido. Reaviva una dependencia infantil y la vivencia de los celos, ser dejados por otro, se les vuelve insoportable. Muchas mujeres hablan de esta infantilización cuando se refieren a su imposible separación alegando la pena que les produce dejarlos solos e indefensos.

Golpear a la mujer, ahora sujeto, es un intento de degradarla a su “antigua” condición de objeto. Eso les funciona como la condición de su potencia viril, lo que se hace muy evidente en las relaciones sexuales –momento crítico para la verificación de la potencia masculina- donde los maltratadores recurren muy a menudo a la agresión. El aplastamiento del otro les previene de la angustia propia del acto sexual. Para que el agresor pueda sostener su realidad psíquica y social le es necesario, entonces, esa disyunción entre su condición de sujeto (persona digna) y la del otro como objeto degradado.

Su propia desaparición es la única salida tras el asesinato de ese “objeto” que los sostenía.

sábado, 14 de enero de 2012

¿Por qué el silencio (a veces) se hace insoportable?


LA VANGUARDIA, Cultura / Sábado, 14 de enero de 2012


José R. Ubieto. Psicólogo clínico y Psicoanalista

El ruido, en un espacio de silencio obligado como un concierto, un funeral o una conferencia, es una transgresión que puede resultar muy molesta si bien nuestra época, en general, soporta mal el silencio. Hay que señalar que no todos los silencios son iguales, hay el silencio voluntario que permite escuchar al otro y el silencio del que no puede romperlo por inhibición o vergüenza. Y hay también el silencio que no cesa de hablar, aunque su ruido sea perceptible sólo ocasionalmente.

A éste último, Freud lo llamó el “silencio de las pulsiones” para indicar cómo la pulsión es una manifestación psíquica interna que no descansa nunca y a la que el sujeto debe buscarle un destino. Destino que requiere de un objeto que vehiculiza esa satisfacción. La comida, sin duda, es uno de esos objetos que dibujan un circuito de va-y-viene donde los alimentos satisfacen ese empuje pulsional. Basta contemplar un bebé para darse cuenta que la comida, antes de tragarsela, describe todo tipo de recorridos alrededor de la boca. La pulsión es el conjunto de elementos que componen la escena: el empuje a la satisfacción, la boca como rodeo del agujero y por supuesto el objeto comida. El goce no reside sòlo en tragar el objeto, sino en todo el circuito y en el hacer mismo que comporta recorrerlo.

Hoy hay otros objetos donde realizar ese trayecto de satisfacción, que tienen que ver con la mirada y la voz. Los móviles y otros aparatos electrónicos, por ejemplo, son objetos “pulsionales” característicos de nuestro siglo XXI. Se adaptan muy bien al sujeto actual porque, como la pulsión, pueden funcionar sin parar. Se conectan al cuerpo físicamente (auriculares, vibración) como si fueran una prótesis que amplificase nuestra sensorialidad. Se escuchan, se tocan, se miran. e incluso se acumulan. En todas esas conductas hay un placer más allá de si tienen o no sentido y utilidad.

Por eso no es fácil, cuando estamos en un lugar público que exige un cierto silencio, “callar” este empuje y soportar el silencio “activo” de esa pulsión sin el recurso de un objeto. ¿Quién no ha experimentado la incomodidad de estos “incontinentes” enchufados a su móvil en un concierto, un vagón de tren o una reunión social?

Los nuevos gadgets se suman así a los otros objetos tradicionales: caramelos, chicles, pipas cuyo ruido nos habla de ese silencio pulsional que no cesa porque el cuerpo siempre exige satisfacción.

Autolimitarse en público, refrenar esa satisfacción, es un signo de “buena educación” que facilita la convivencia y nos permite disfrutar del placer de escuchar lo nuevo, sean ideas o manifestaciones artísticas.

jueves, 22 de diciembre de 2011

¿Psicoterapia o autoayuda online?



LA VANGUARDIA. Tendencias, 23 de Diciembre de 2011
José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

Las redes sociales (Facebook, Twitter) son hoy el paradigma de un tipo de lazo –terapias “online” incluidas- donde el cuerpo se escabulle produciendo una pseudo intimidad y de paso un ahorro del compromiso. Se puede decir cualquier cosa sin hacerse responsable de ello y por eso esta conversación virtual está llena de llamadas “perdidas”, citas que no llegan a término o finalizan pronto con decepción.

Siguen la lógica de lo efímero, rasgo típico de la nueva sociedad de la información y de sus tecnologías: lo que hoy parece un boom, mañana caduca sin apenas huella. El universo virtual prima, además, el presente expandido, abolición del pasado y del futuro, como si fuera posible un sujeto sin marcas y sin historia.

¿Quién es, pues, nuestro auténtico partenaire en este “encuentro”? Podemos estar seguros que no es un verdadero otro, alguien distinto (terapeuta o partenaire sexual), sino nosotros mismos y por eso parece más un monólogo narcisista que no un diálogo con su dialéctica propia.

Cuando uno se dirige a un terapeuta mediante la palabra, se pone en juego el resorte del trabajo psicoanalítico, lo que Freud llamó transferencia, vínculo que no puede darse “in absentia o in efigie”. Por eso, cuando se trata del malestar psíquico, el cara a cara, la presencia real del otro, no es sustituible por ninguna tecnología, si bien ésta puede resultar útil para otros intercambios.

Los efectos del encuentro real, que va precedido de una cita, donde hay que poner el cuerpo, además de la mirada y la voz, y situarse frente a otro que no es un avatar, son radicalmente distintos. En el zapping online ese otro es regulable a medida - uno puede conectarse y desconectarse- y los silencios y actos fallidos (lapsus, olvidos), valiosos clínicamente por lo que “dicen”: perplejidad, angustia o sorpresa, se eclipsan en el ciberespacio.

domingo, 27 de noviembre de 2011

¿Por qué nuestra época se resiste a Freud?


LA VANGUARDIA, Cultura / Domingo, 27 de noviembre de 2011


José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

La pasión de algunos intelectuales y profesores universitarios por “enterrar” a Freud no deja de ser un síntoma del malestar en la cultura. Dosieres temáticos en magazines de amplia difusión o panfletos, disfrazados de ensayos rigurosos, perseveran en hacernos olvidar el legado freudiano. Vana ilusión para la obra de alguien que nos recordó que lo reprimido, eso que no se quiere saber, retorna siempre por mucho empeño que pongamos en ocultarlo.

¿Qué resulta incomodo para el pensamiento actual de la obra de Freud? Por un lado su idea de la subjetividad como algo irrenunciable del ser humano. Para Freud el ser hablante no es dueño absoluto de sus actos ni de sus pensamientos. La dimensión del inconsciente es innegable y palpable en nuestra psicopatología cotidiana (lapsus, olvidos, síntomas).

Esa “otra escena” de nuestro psiquismo nos inquieta porque nos dificulta saber lo que somos, razón por la que algunas personas consultan cuando eso se les vuelve angustiante. Frente a esa incertidumbre, el cientificismo en boga apunta a la extinción de lo subjetivo en nombre de una programación genética o neuronal que dejaría al hombre a merced de su cerebro, único creador de nuestras vidas. Freud piensa al sujeto como responsable de sus dichos y de sus actos y su herencia genética no le exime de las decisiones que toma, no lo hace irresponsable.

La segunda razón del rechazo es su descubrimiento, en el contexto dramático de la primera guerra mundial, de algo que desdice la aspiración a la felicidad. Lo llamó pulsión de muerte y fue la constatación de que el sujeto no siempre quiere su propio bien y que, más allá de sus buenas intenciones, persigue su destrucción de múltiples maneras: guerras, accidentes de tráfico, destrucción del planeta. Hoy esa pulsión sigue la vía privilegiada del empuje a repetir conductas que dan forma a esa sociedad, cada vez más adictiva, en la que vivimos.

domingo, 20 de noviembre de 2011

¿De qué sufren hoy los niños y adolescentes?


LA VANGUARDIA, Tendencias / Viernes, 18 de noviembre de 2011



José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

El periodo vital de la infancia y la adolescencia no está exento de padecimientos psíquicos. Sus manifestaciones más importantes giran alrededor de la escuela y de los aprendizajes, principal foco socializador, tanto por lo que se refiere a la adquisición de conocimientos y de hábitos como a la interacción social con sus semejantes.
Es allí donde constatamos cómo los niños sufren cuando son objeto de acoso (bullying) o bien en situaciones de violencia en la relación con los adultos, adoptando a veces las formas de comportamientos perturbadores. La relación que mantienen con el saber y los aprendizajes no siempre resulta fácil y muchas veces constatamos la ausencia de un deseo y de un consentimiento a aprender. La proliferación del denominado TDAH (Trastorno por déficit de atención con hiperactividad), diagnóstico que sirve en muchos casos como cajón de sastre, incluye verdaderas dificultades de atención, vinculadas a conductas hiperactivas, pero también otras situaciones de origen y etiología diferente.

Otros escenarios privilegiados para captar los sufrimientos son las relaciones sociofamiliares y, por supuesto, las vivencias personales donde encontramos manifestaciones diversas: fenómenos de violencia intrafamiliar (maltratos) y de violencia social; agresiones sexuales y conflictos inter-generacionales; reacciones de ansiedad y estados depresivos que condicionan los rendimientos académicos y también la socialización y el desarrollo personal.

Quizás la novedad más radical de este nuevo siglo se refiere a lo que podríamos llamar las “patologías del exceso” vinculadas al consumo y a la relación de dependencia y adicción a los objetos, preferentemente los gadgets (móviles, ordenador, videoconsolas) y los tóxicos (alcohol, cannabis). Resulta frecuente recibir a pacientes jóvenes (16-30 años) que consultan preocupados por los excesos que cometen los fines de semana en las fiestas o salidas con amigos.
Excesos que los angustian y desorientan porque más allá de las “medidas” (¡tantas cervezas, tantos porros, tantas horas..!) no encuentran otra referencia más sólida para nombrar esa satisfacción “líquida”. Incluso en ocasiones presentan lagunas de memoria, producto en parte del efecto tóxico pero también de la ausencia de un relato que de sentido a conductas con un marcado carácter compulsivo, carentes de significación.

Esos excesos, a veces espectaculares y que por ello alarman e inquietan a los adultos, no siempre son sinónimo de placer. En realidad enmascaran fenómenos de angustia e inhibiciones en relación a elecciones que postergan: relaciones de pareja, estudios, carreras profesionales. A las dificultades actuales de la emancipación, algunas objetivas (paro juvenil, dificultad de acceso a una vivienda), se suman las propias de alguien que debe renunciar a la comodidad y seguridad del grupo familiar y asumir un riesgo, personal e intransferible, para verificar si está o no a la altura de las expectativas, las propias y las ajenas.

Obviar ese riesgo, bajo la forma de un exceso frecuente, es una tentación (nada ajena al marketing) que empuja a algunos jóvenes a eternizar ese momento vital en la fiesta colectiva. La trampa es que los riesgos así evitados retornan, como ocurre siempre con lo reprimido, aumentados bajo la forma de malestares psíquicos diversos y/o de las llamadas “conductas de riesgo”, con consecuencias más graves.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Jacques Lacan, un inclasificable


José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

En una de las últimas entrevistas concedidas por Jacques Lacan, éste le señalaba al periodista, pensando en todos los pacientes que había visto pasar por su diván en 40 años de escucha, la inexistencia de ese hombre de la calle al que siempre se alude como supuesto modelo común. Le preguntaba al reportero si ese “hombre promedio”, verdadero constructo de la estadística, sería él mismo, o acaso su conserje o incluso el general De Gaulle.
De esta manera Lacan pretendía mostrar como para el psicoanálisis que él proponía lo importante no era la homogeneización de los sujetos, la supresión de su especificidad, sino el hecho de poder acoger el detalle singular de cada sujeto, lo inclasificable que resiste a ser silenciado por la evaluación, que pretende igualar las subjetividades.
Él, mejor que nadie, fue un buen ejemplo de un sujeto inclasificable. La prueba la tenemos en los intentos diversos de ubicarlo en una casilla o en otra. Para algunos Lacan fue ante todo un teórico, algo excéntrico, amigo de Dalí y los surrealistas. Otros lo proponen en la serie de los pensadores estructuralistas (Levi-Strauss, Althusser, Foucault). Algunos pretenden hacer de él el adalid de la psicoterapia institucional y para otros muchos Lacan fue un defensor del Padre, del Nombre del Padre, como metáfora de acento religioso que promovería cierta nostalgia, en los tiempos que corren, de esa función mítica del padre-garante del orden social y psíquico.

La reciente publicación en Francia de “Vida de Lacan”, obra de Jacques Alain Miller, heredero intelectual y responsable de la edición de su obra, nos ofrece una imagen de Lacan algo diferente. Una versión del psicoanalista en la que acto y ética se imbrican porque la ética es una relación a los valores y sobre todo una relación al valor del goce. La ética de Lacan se opone a la del justo medio y por ello él se separa de Freud y de él mismo. Es un Lacan que no renunció nunca a cuestionar (se) su obra. Fundar la escuela de psicoanálisis fue su manera de trascender la soledad verdadera. La creación, como acto, se opone a la repetición y la rutina. Para ello consintió a su posición subjetiva de ruptura del bando en el que podria estar cómodamente ubicado como analista didacta de su asociación y del que fue excluido por inclasificable.

Este mes de septiembre se cumplen 30 años de su fallecimiento . Su vasta obra y su enseñanza continua han logrado una gran influencia en Francia, donde nació y fundó su Escuela, y en el resto del mundo. La creación en 1992 de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, impulsada por Jacques Alain Miller, es una buena muestra de ello. Con cerca de tres mil miembros, la AMP -a la que la ONU ha otorgado el estatuto de Consultante especial- agrupa psicoanalistas de los cinco continentes pertenecientes a diversas escuelas, entre ellas la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) en España.

Si hubiera que destacar algo de su legado, vigente y de plena actualidad, sería la importancia que dio a la formación de los psicoanalistas, no reducible a la adquisición de conocimientos ya que requiere, en primer lugar, un análisis personal y el control de su práctica. Lacan está además hoy muy vivo en el uso que se hace, prensa incluida, de algunos de los conceptos que el inventó o desarrolló.

Para mencionar solamente dos: el sujeto y la extimidad. Hablar de sujeto, y destacar la subjetividad como elemento específico del individuo, ser de lenguaje, resulta habitual en ámbitos no psicoanalíticos. Y si bien el término mismo no es originario del psicoanálisis, es verdad que fue Lacan quién lo desarrolló oponiéndolo tanto a los que niegan la dimensión del inconsciente y por tanto piensan que todos nuestros actos son voluntad manifiesta y consciente de nuestro yo, como aquellos otros que abogan –cada vez más- por la extinción de lo subjetivo en nombre de una programación genética o neuronal que dejaría al hombre a merced de su cerebro, único creador de nuestras vidas. La idea de Lacan, plenamente actual, es que el sujeto es responsable de sus dichos y de sus actos y su herencia genética no le exime de las decisiones que toma, no lo hace irresponsable (aquel que no puede responder).

El otro término que hemos tomado prestado de Lacan es el de extimidad. Lo encontramos en blogs de proyectos artísticos, en críticas literarias y textos de opinión. Generalmente se usa como si fuera el reverso de la intimidad y se asemeja al hecho de que hoy lo íntimo ha devenido público. Para Lacan, extimidad tiene otro significado, alude a aquello de lo más íntimo que es irreconocible para el sujeto porque se sitúa en un espacio mental ajeno a su conciencia.

Se trata de otra intimidad más extraña que nos inquieta porque intuimos que tiene algo que ver con nosotros. Hace referencia a la parte de cada uno con la que nuestro yo no se identifica (“no me reconozco en ese acto o en ese dicho”) por parecernos extranjera y sin embargo resulta tan familiar por constituir el núcleo de nuestro ser. Esa dificultad de identificarnos, saber lo que somos, es la razón por la que algunas personas consultan cuando se les vuelve angustiante.

Lo éxtimo es eso que nos empuja a repetir conductas, a veces muy displacenteras, sin ser del todo conscientes y que dan forma a esa sociedad, cada vez más adictiva, en la que vivimos. Lacan dedicó precisamente sus últimos seminarios a entender la manera que tenemos los seres hablantes de habitar y gozar nuestros cuerpos. A responder a cuestiones sobre cómo saber hacer con ese empuje a la repetición de lo mismo, para inventar otras maneras alejadas de la compulsión y del aburrimiento, síntomas tan contemporáneos. Por ello su lectura sigue siendo una referencia y una orientación para muchos de nosotros.

Publicado en La Revista del COPC nº 232, octubre-noviembre 2011