La Vanguardia, jueves 19 de enero de 2017
La tasa de paro de los menores de 25 años en España es de casi el 42% y desde
2009 ha habido un aumento del 56,6% de españoles
que han ido a trabajar fuera, una parte de ellos jóvenes sin futuro en nuestro
país. En este contexto asistimos a un repunte notable de las apuestas online.
Casi un millón de personas apostaron en 2015 y las cantidades jugadas
superaron los 8.500 millones de euros, un 30% más que en 2014.
Uno de los sectores de edad que se inician en esta modalidad de juego son
jóvenes, entre 14-25 años. Las razones son diversas. La primera es su fácil
manejo de las nuevas tecnologías que los convierte, por ello, en un target
perfecto para las casas de apuesta online. Fácil accesibilidad, sin límite de
tiempo ni horario, pueden hacerlo desde cualquier dispositivo y por cantidades
pequeñas. A eso se le suma el anonimato de la red que les permite suplantar la
identidad de sus padres (en caso de menores de edad) fácilmente y no tener que
dar explicaciones.
Claro que nada de eso funcionaría sin otras causas más personales y que les
animan a hacer esa apuesta. Como por ejemplo
la necesidad de experimentar
nuevas sensaciones y conocer nuevas realidades, sobre todo para los
adolescentes. Para los adultos jóvenes su deseo de autonomía y de no dependencia
económica de los padres también cuenta.
Y para todos ellos es clave la visibilidad y “popularidad” que les
proporciona ganar dinero. Eso les permite “ser alguien”, evitar pasar
desapercibido –pánico de muchos en la sociedad de la transparencia- y acceder
de paso a la propiedad de bienes diversos (móviles, motos, salidas).
Otro factor clave a considerar es la significación social del juego online,
ligado básicamente en el caso de los jóvenes, al mundo del deporte. Como la
publicidad - constante y masiva en las redes y en la televisión- se ocupa de
remarcar, este mundo es de los triunfadores. La asociación deporte, ídolos y
éxito sociopersonal sortea el estigma de la degradación que acompaña a toda
adicción (alcoholismo, bulimia, toxicomanías) y vela así su resorte pulsional
compulsivo (“más, más, más”).
Pero destaquemos que este aumento del juego online no significa que estos
jóvenes acaben desarrollando necesariamente una ludopatía. Constata más bien la
facilidad que tiene nuestra sociedad en favorecer la relación con los objetos
de forma adictiva. O cómo dice Bauman, cualquier idea de felicidad hoy acaba en
una tienda. Las cifras de consultas en servicios especializados nos indican que
aproximadamente el 90% siguen siendo de varones adultos enganchados al
tragaperras y que tan sólo un 10% tienen relación con el juego online.
Una cifra baja pero que nos debe hacer reflexionar sobre la soledad en la
que dejamos a los más jóvenes en su conexión al mundo. Un informe de la ONU
(2015) ya nos advertía de ello al constatar que los mayores consumidores de
pornografía online en todo el mundo son adolescentes y jóvenes de entre 12 y 17
años.
¿Cómo podemos detectar cuándo estas prácticas dejan de ser un juego y pasan
a convertirse en un problema a tratar? Como siempre ocurre en las conductas
humanas no hay una sola causa y por tanto tampoco un solo signo indicativo. Es
más bien la suma de varios la que
puede ayudarnos a detectar si el adolescente o joven sufre una patología. Una
es sin duda la nueva preocupación que experimentan, de manera constante y
excesiva, por el dinero. Otra las mentiras que se ven obligados a fabricar sobre
el uso que hacen de Internet y sobre la procedencia del dinero.
Son notables también los cambios constantes y repentinos del humor. Cuando
ganan están eufóricos, pero al día siguiente pueden perder y sentirse alicaídos
o coléricos. La práctica regular, más allá de la experimentación inicial marca
un punto de inflexión en el fenómeno compulsivo. Para los más jóvenes la
despreocupación por sus tareas escolares y el bajón en el rendimiento académico
son signos claros de que el juego les absorbe toda su energía e intereses.
No se trata, pues, de alarmarse o de escandalizarse –en una sociedad que
hace del dinero y el triunfo su becerro de oro- pero sí de abrir los ojos y
escuchar las dificultades que las nuevas generaciones plantean en su apuesta
por una vida adulta. Apuesta que, como decía Hanna Arendt, nos convoca a los
adultos a ser capaces de integrar las novedades e invenciones que traen los
jóvenes y transmitirles nuestras “tradiciones”. A fin de cuentas esas
tradiciones, como nos enseño el gran historiador Eric Hobsbawm, en su momento fueron invenciones.