¿Por qué nos resulta tan difícil esperar y lo queremos todo ya?
La Vanguardia,
28/7/2016
Nuestra
civilización es, sin duda, la de la instantaneidad y la prisa como el modo en
que los sujetos modernos viven su tiempo. Nos domina la cultura del just in time, tan presente en toda la
retórica del consumo (“¡¡no esperes a pagarlo, disfrutalo ya!!”) y de los
avances tecnológicos (“la información en tiempo real”) como una aportación
específica de este nuevo siglo, marcado por las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación.
Esta
instantaneidad no es sólo un efecto virtual y tecnológico, también lo captamos
en las formas de satisfacción más cotidianas (comida rápida, viajes acelerados,
acumulación de gadgets, zapping). Lo
cual no deja de crear, a la vez, sus propias patologías: accidentes de tráfico,
aumento de las muertes por infartos, cuadros de estrés y de hiperactividad,
pasajes al acto violentos o de riesgo. Se trata, pues, de una nueva relación
del sujeto a este nuevo tiempo hiperactivo en el que la espera parece un
anacronismo y una pérdida insoportable.
El tiempo del sujeto
Fue la modernidad
quien inventó el reloj y lo incluyó primero en el mundo laboral, como
contabilizador de los tiempos de producción, y luego en la vida social. Hoy el
tiempo es básicamente el presente, el aquí y ahora, desdeñando el pasado como
rémora y atadura y el futuro como incierto. Lo que cuenta es que “la cosa
funcione”, como si el hacer fuera un fin en sí mismo.
El psicoanalista
Jacques Lacan nos dio una pista para entender como vivimos el tiempo de
nuestras vidas. Un tiempo más lógico que cronológico. Podemos pensar cualquier
decisión de nuestra vida (relación de pareja, elección de estudios, proyecto
profesional) como una secuencia de tres momentos.
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