La Vanguardia. Tendencias, 21/08/2016
Dios ha
muerto. Ergo, todo está permitido. Esta parecía ser la promesa de la liberación
sexual de los sesenta. Ya nada ni nadie impediría que gozáramos de nuestros
cuerpos libremente. Aquí la cosa llegó, como otras muchas, un poco más tarde y
le llamamos destape.
Pasada la
euforia inicial, y como ocurre con la pasión, las aguas volvieron a su cauce
pero con una novedad. Ahora que Dios había muerto, estábamos obligados a
gozar y, de paso, a mostrar ese goce con todo lujo de detalles. La intimidad a
cielo abierto devino un imperativo de transparencia máxima. La sociedad digital
se basa en ese “compartirlo todo”, como si la vida misma fuera un reality show.
Ese goce
obligatorio impone sus exigencias de funcionamiento y para ello disponemos de
ayudas varias como estimulantes, ciberporno y todo tipo de apps de contactos
para que la pasión no decaiga. Un sujeto hipermoderno que se precie debe, como
mínimo, conocerlas e incluso tener cierto uso. Los datos actuales de consumo de
porno online, estimulantes sexuales o uso de apps de citas no dejan lugar a
dudas sobre su función.
La paradoja
es que en esa carrera por el sexo-máquina, por contabilizar y evaluar los resultados,
empezaron a aparecer objetores de conciencia. Gentes que preferían
abrazarse sin sexo mediante. Sentir el cuerpo del otro, tomarlo como un
reconocimiento y como signo de amor. Pensar que el otro les daba un lugar que
no pasaba por la satisfacción sexual. Que podrían privarse del goce sexual para
obtener otros beneficios. Eso les resultaba terapéutico.
Mientras Tinder, Badoo y otras apps triunfaban, nacía también en los EE UU Cudder. Inspirada en los cuddle parties, fiestas muy populares que proliferaron en 2004 donde se ofrece cariño sin sexo. Al mismo tiempo los cafés para abrazar y tocar gatos o los grupos de “sin sexo” se revelaban como otras opciones para vivir la sexualidad.
Poco importa
si las cábalas de los terapeutas del abrazo acerca de la liberación, que el
touch facilitaría,de la oxitocina, la llamada hormona del bienestar, son
ciertas o no. Lo que cuenta de verdad es que sus clientes, mujeres y hombres
más bien jóvenes, se sienten solos y como promete la web www.cuddlecomfort.com,
con más de 36.000 miembros en España y en el resto del mundo, puedes encontrar
otro solitario con el que acurrucarte sin ninguna otra expectativa.
En el fondo
unos y otros buscan lo mismo: no querer saber que la relación sexual no existe
como armonía natural. Que las cosas del sexo no acaban de encajar y por eso no
nos queda otra que inventar soluciones, cambiantes en cada época, para velar
ese secreto último: hay un más allá del goce sexual fálico. El cuerpo encuentra
otras vías para satisfacerse, distintas a lo genital, y no siempre
incompatibles.
Todos
necesitamos contarnos algún relato para olvidar esa falla original. Las novelas
de amor y eróticas sirven para eso. Con sexo o sin él, son ficciones necesarias
para vivir la sexualidad en todas sus variedades, que no son pocas.
Abrazarse
para sentirse en comunión con el otro es tan terapéutico como las otras
fórmulas. Todas ellas curan, parcialmente, lo incurable del ser humano. El
hecho cierto de que cuando se trata de hallar la satisfacción con el otro
siempre se nos escapa algo. Ningún abrazo, por muy intenso que sea, ni ninguna
cópula por muy satisfactoria que nos resulte, anulará ese desencuentro sexual
que nos anima a hablar, escribir y contar historias de amor alrededor de ese
vacío.