miércoles, 23 de marzo de 2011

¿Puede el miedo paralizar una sociedad?

LA VANGUARDIA, Tendencias. Miercóles 23 de marzo de 2011

José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

El miedo es un sentimiento que aparece agudizado, como telón de fondo, en épocas de crisis. Nos habla de la percepción de inseguridad que tienen los sujetos respecto a cuestiones básicas: el trabajo, la vivienda, la subsistencia, el lazo social.

Pero el miedo es ya una consecuencia, la respuesta a un hecho previo como es el declive de la confianza. Cuando el umbral de desconfianza es alto, aparece el pánico y el sujeto tiende a paralizarse y hace suyos más fácilmente –para salir del desconcierto- discursos “protectores” que sitúan la culpa de lo que ocurre, de esa incertidumbre personal y colectiva, en un otro definido de manera clara por ese discurso: gobierno, inmigrante, país extranjero, colectivo social…

Lo que hasta entonces era una promesa de bienestar, ahora truncado, se convierte en un temor social, inicialmente difuso, que deviene caldo de cultivo de las políticas del miedo. Políticas que se implementan magnificando los problemas para justificar las soluciones más radicales, generalmente de carácter excluyente. El beneficio psicológico inmediato que proporcionan estos discursos es que nombran ese miedo, le ponen un rostro al agente causal y, al darle además un carácter colectivo, ahorran a cada uno la pregunta por su responsabilidad personal en esa crisis.

Es en estas coyunturas de precariedad donde los liderazgos políticos, sociales o religiosos tienen la ocasión de contribuir a recuperar esa confianza, base de la affectio societatis, o bien rentabilizar ese miedo en beneficio propio.

Para lo primero conviene, más que alimentar los prejuicios y el odio de cada cual, aceptar los propios límites, no como insuficiencia o impotencia, sino como el punto de partida para establecer un vínculo productivo. Freud decía que gobernar –como curar y educar- son tareas “imposibles”, aludiendo al hecho que ninguna de ellas dispone de un manual de instrucciones ni es completamente previsible.

Así, un líder aferrado a una certeza sin fisuras e incapaz de asumir las dificultades propias y las de sus gobernados o seguidores, difícilmente será “autoridad” (auctor) con capacidad de invención y resolución de los problemas, especialmente en una situación en la que el miedo puede ser el resorte de la parálisis propia y/o de la segregación del otro.

¿Puede el miedo paralizar una sociedad?

LA VANGUARDIA, Tendencias. Miercóles 23 de marzo de 2011

José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista

El miedo es un sentimiento que aparece agudizado, como telón de fondo, en épocas de crisis. Nos habla de la percepción de inseguridad que tienen los sujetos respecto a cuestiones básicas: el trabajo, la vivienda, la subsistencia, el lazo social.

Pero el miedo es ya una consecuencia, la respuesta a un hecho previo como es el declive de la confianza. Cuando el umbral de desconfianza es alto, aparece el pánico y el sujeto tiende a paralizarse y hace suyos más fácilmente –para salir del desconcierto- discursos “protectores” que sitúan la culpa de lo que ocurre, de esa incertidumbre personal y colectiva, en un otro definido de manera clara por ese discurso: gobierno, inmigrante, país extranjero, colectivo social…

Lo que hasta entonces era una promesa de bienestar, ahora truncado, se convierte en un temor social, inicialmente difuso, que deviene caldo de cultivo de las políticas del miedo. Políticas que se implementan magnificando los problemas para justificar las soluciones más radicales, generalmente de carácter excluyente. El beneficio psicológico inmediato que proporcionan estos discursos es que nombran ese miedo, le ponen un rostro al agente causal y, al darle además un carácter colectivo, ahorran a cada uno la pregunta por su responsabilidad personal en esa crisis.

Es en estas coyunturas de precariedad donde los liderazgos políticos, sociales o religiosos tienen la ocasión de contribuir a recuperar esa confianza, base de la affectio societatis, o bien rentabilizar ese miedo en beneficio propio.

Para lo primero conviene, más que alimentar los prejuicios y el odio de cada cual, aceptar los propios límites, no como insuficiencia o impotencia, sino como el punto de partida para establecer un vínculo productivo. Freud decía que gobernar –como curar y educar- son tareas “imposibles”, aludiendo al hecho que ninguna de ellas dispone de un manual de instrucciones ni es completamente previsible.

Así, un líder aferrado a una certeza sin fisuras e incapaz de asumir las dificultades propias y las de sus gobernados o seguidores, difícilmente será “autoridad” (auctor) con capacidad de invención y resolución de los problemas, especialmente en una situación en la que el miedo puede ser el resorte de la parálisis propia y/o de la segregación del otro.