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lunes, 2 de octubre de 2017

Sintomas adolescentes (II): Tres transformaciones claves




Hoy no podemos pensar la subjetividad de los adolescentes sin tomar en cuenta tres transformaciones claves, todavía en curso, que inciden en ella y que supone un monto de incertidumbre y angustia considerable, para los padres, los docentes, los psi y por supuesto para los propios adolescentes..

En primer lugar la que afecta al trabajo, como significante amo y como polo identificatorio en la construcción de la persona. La actual precariedad, que no parece vaya a ser pasajera, la crudeza del vínculo que propone, donde el rendimiento/beneficio es el único valor constata, como nos han mostrado Sennett, Bauman y otros, que el sujeto es en sí mismo un objeto consumible y desechable. Si hasta hace unas décadas la promesa del sacrificio que implicaba la formación y el esfuerzo se traducía en estabilidad futura y buena vida, hoy el trabajo se asocia más bien a la degradación. Eso incide ya en la infancia y en la adolescencia donde el saber se ve también afectado por esa degradación y esa subordinación al rendimiento.

El debate actual sobre el futuro de la educación nos muestra los intentos desesperados

martes, 11 de julio de 2017

Los 'sintomas adolescentes' nos convocan





Empecemos por el principio: ¿a qué llamamos violencia? La pregunta, aunque parezca obvia, no es banal. Nosotros no somos sociólogos ni educadores ni tampoco juristas o policías. Por tanto nos conviene tener una definición operativa pero ajustada a nuestra disciplina y a nuestro objeto que no es otro que la subjetividad humana.

Y además se trata de un término coloquial, usado para designar muchos fenómenos y por tanto tiene sus riesgos como lo usemos. Sobre todo si lo acompañamos de un adjetivo como puede ser el “juvenil”. Violencia juvenil implica casi una naturalización el fenómeno, como si una palabra fuera naturalmente con la otra. Este efecto ha sido muy estudiado en criminologia.
¿La violencia de un conflicto como el de Siria o la de una banda mafiosa o la de un hombre que la ejerce contra su pareja son homogéneas entre sí? ¿Y si añadimos la que puede ejercer un joven con sus padres, con otros semejantes o contra el mobiliario urbano? ¿Nos ayuda ponerlas en serie, homogeneizarlas?

Seguramente no porque lo que ocurre entonces es que obviamos la significación que toma ese fenómeno para cada uno y el carácter de impasse que tiene en una situación y en otra. Ponerlos a todos en el mismo saco criminaliza y segrega a los adolescentes y además pierde de vista que hay respuestas decididas, que obedecen a una voluntad clara, y otras que son falsas salidas temporales como ocurre en la mayoría de los actos violentos que realizan los jóvenes.

Para nosotros la violencia es un síntoma que nos habla de un fracaso. Un síntoma, decía Freud, es la constatación del fracaso de un ideal. Es la prueba evidente de que algo de la