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miércoles, 29 de mayo de 2024

Freud y la IA: el porvenir de una ilusión

 


Freud y la IA: el porvenir de una ilusión*

Sigmund Freud, y más tarde Jacques Lacan, sostuvieron la tesis de que lo colectivo resulta ser el sujeto de lo individual. En las primeras líneas de Psicología de las masas y análisis del Yo, Freud señala cómo “la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social”. Conocemos el interés de sus ‘textos culturales’ como Totem y tabú, El malestar en la cultura, El porvenir de una ilusión o Moisés y la religión monoteísta. Espoleado por el drama colectivo que supuso la Primera Guerra Mundial -que puso fin al mundo de ayer que tan bien nos describió su amigo vienés Stefan Zweig- trató de captar en esos textos el devenir de una civilización tensionada entre lo pulsional, con un fuerte carácter tanático, y esos ideales constitutivos de grandes relatos de uno y otro signo.

Lacan, en su retorno a Freud para “restaurar -como dijo- el filo cortante de su verdad”, tomó el relevo y no dejó de recordar que para un psicoanalista era fundamental tener en su horizonte la subjetividad de su época. Sus análisis de la cultura, el racismo, la misoginia, los liderazgos o los gadgets son un buen ejemplo. En junio de 1955 dictó una conferencia “Psicoanálisis y cibernética, o de la naturaleza del lenguaje” donde se refiere a las máquinas inteligentes, emergentes entonces al albur del proyecto Manhattan.

Destaca cómo la representación del lenguaje como máquina es afín con la noción del inconsciente freudiano, ya que el mensaje de la máquina puede ser reducido a una serie de elementos, considerados en una oposición binaria que encarna bien la actividad simbólica y su repetición: presencia/ausencia, más/menos, verdadero/falso. De sus combinaciones posibles se extrae una sintaxis, al margen de toda idea de sentido. Para Freud, el sueño era la referencia que muestra del modo más simple esta autonomía del orden simbólico. Y Lacan toma esta indicación para captar los desplazamientos, los retruécanos, los juegos de palabras, que revelan la existencia de un circuito simbólico exterior al soñante, que se cuela y que constituye la fabricación misma del sueño.

Las neurociencias -en su particular lectura del Proyecto de una psicología para neurólogos- pretenden establecer la analogía de las huellas neuronales y las huellas freudianas, olvidando que estas últimas no se inscriben en el sistema nervioso, ya que son significantes y deben vincularse al sistema del viviente. La clave, para Freud, es que, para convertirse en una letra, toda impresión debe pasar primero por el significante, por la palabra. No hay, pues, inscripción directa del viviente en lo neuronal.

Los desarrollos actuales de la IA nos muestran cómo estas manifestaciones del inconsciente: sueños, lapsus, olvidos… no tienen cabida en ella puesto que una máquina no procesa la subjetividad al carecer de experiencias cotidianas de vida, de un pasado o de afectos como los humanos. Si bien tanto la IA como el inconsciente prescinden del sentido, la IA evita la contingencia y solo apuesta por lo posible, lo cual merma su capacidad inventiva (GPT 4o).

Lo digital, con sus gadgets, sus mundos virtuales y sus programas de IA podemos leerlo como una respuesta actual -en términos de no querer saber- a lo Real, que es aquello que nos embrolla por su sinsentido. Esta repuesta algorítmica elide toda pregunta sobre la causalidad, suturando así la dimensión inconsciente. En ese sentido, es afín a la magia, al ‘pensamiento del milagro’, como recuerda Umberto Eco: “El deseo de la simultaneidad -dice- entre causa y efecto se ha transferido a la tecnología”. Lo cierto es que el inconsciente no se puede clonar: las máquinas aprenden, pero no comprenden la ironía o el doble sentido ni cometen lapsus. Los modelos lingüísticos que se usan en la llamada IA generativa (GPT) calculan estadísticamente las probabilidades de combinar el texto, y al operar con patrones repetidos simplifican las decisiones, pero saber es otra cosa. Saber implica gozar de su adquisición y las máquinas no gozan, si bien sus diseñadores sí, de ahí sus sesgos. La tontería, no hay duda, sigue siendo un privilegio humano.

La IA, como lo digital, tiene la ilusión de domar el decir, programar el deseo y degradar la singularidad a una customización de la demanda. Todo ello no es sin consecuencias ya que lo excluido siempre retorna como síntoma: fatiga zoom, errores, angustia. Su actual hype se basa en la idea de que real y virtual pueden superponerse: tanto el Uno como el Otro pueden reducirse a emociones o sensaciones, sin palabras.

La falacia de que la inmersión sensorial es igual que la inmersión social alimenta su ambición de externalizar la vida, delegar en lo digital aquello que nos hace propiamente humanos en tanto seres hablantes: la sexualidad, la fantasía, la creación, la decisión o las relaciones sociales. Pretende transferir al algoritmo el saber y los modos de goce, encontrando la causa del deseo en el exterior: preferentemente en los gadgets. Lo virtual y la IA serían, así, la memoria externa, en oposición a la dimensión del inconsciente. De allí que la pregunta interesante, hoy, no es si la IA reemplazará la Inteligencia Humana -esa suposición de intención olvida que ella solo responde a nuestras demandas- sino qué sesgos y brechas perpetuará y en qué medida queremos -nosotros, como seres hablantes- devenir seres virtuales .

El toque smart y de amistosidad que ofrece la IA –no en vano se habla de asistentes virtuales o de mayordomos para nombrar los programas- hace invisible su intención de dominio y nos lleva más fácilmente a consentir. Las redes sociales son, sin embargo y cada vez más, figuras del discurso del Amo en tanto prescriptores comportamentales. Percibimos, incluso, las máquinas como seres sensibles con los que mantener un vínculo como el de la artista catalana Alicia Framis, que ha anunciado sus próximas nupcias con un holograma creado con IA.

Pero, ¿qué implica, subjetivamente, desprenderse del aquí (espacio) y el ahora (tiempo) sustituyéndolo por la sincronización y la interconexión? ¿Un vínculo y una conexión son el mismo tipo de lazo? ¿Cómo pensar una subjetividad sin experiencia vivida y sin cuerpo con el que interactuar? Esa nueva subjetividad algorítmica –programada a la carta- sueña con prescindir del cuerpo, reducido a un organismo sensitivo.

 

 

 

La apuesta del psicoanálisis

La apuesta de Freud y Lacan es otra, radicalmente diferente. Por un lado, elucidar los síntomas contemporáneos y por otro, adecuar la clínica, como señalaba recientemente Jacques-Alain Miller “sin nostalgia, amargura, ni espíritu de venganza”. Ese trabajo requiere de la presencialidad, que incluye la imagen, la voz, pero también lo que Lacan llamó ‘el misterio de la presencia’ con lo opaco del deseo del otro y de su goce, que puede producir efectos inquietantes, ya descritos por Freud como lo siniestro.

La ausencia del cuerpo –y su sustitución por la imagen en la pantalla- imposibilita tocar lo Real, ya que sin el analista presente la prevalencia de la imagen y su invasión de sentido lo velan. La angustia afloja sin el cuerpo, pero a costa de elidir lo material del agujero pulsional. Si Internet es metatópico -está más allá de cualquier lugar propio-, el psicoanálisis, en cambio, es hipertópico porque restablece el silencio en un espacio particular e íntimo. Hacerse presente a través del silencio -que siempre evoca para el paciente algo de su propia posición subjetiva- es un modo de presencia más intenso que una verborrea constante o la vociferación constante de las redes sociales. Se trata de una presencia intensa que une vacío y silencio. La IA ofrece con sus chatbots psicoterapéuticos, por el contrario, una presencia demasiado llena, que no para de intervenir aconsejando o explicando. Sus interpretaciones basadas en su saber acumulado bien pueden retransmitirse por la pantalla, pero para la práctica analítica hace falta que el analista se encarne con su cuerpo y su presencia física. La manera de recibir al paciente, sus gestos, el tono de la voz, todo eso ‘da cuerpo’ al analista y cobra todo su valor en el vínculo transferencial. Eso no excluye, puntualmente, algún uso de lo virtual como evocativo del encuentro, pero nunca como sustitutivo ni como eje de la presencia.

Los límites de esta Ilusión Asubjetiva siguen estando en su dificultad para codificar aquello que es incodificable e inclasificable, porque alude a la singularidad misma de cada uno y a la significación que otorgamos a los dichos y hechos. Al basarse sólo en la acumulación de cantidades ingentes de datos, no puede tomar en cuenta otros aspectos propios de la inteligencia humana como la intuición, la creatividad o el inconsciente mismo. Basta pensar en las imperfecciones de nuestra memoria, incapaz de guardar los datos con la misma precisión que lo hace un ordenador.

Freudiana, a lo largo de estos primeros 100 números, ha dado buena cuenta de estos síntomas contemporáneos, ha ofrecido a sus lectores claves para entender la subjetividad contemporánea con una lógica alejada de los algoritmos y más confiada en la invitación que el propio Lacan hacía en los años 70, para oponer el gai savoir como auténtico afecto de alegría, a la tristeza de una IA que no deja lugar para la sorpresa. ¡Larga vida a Freudiana y al Psicoanálisis!

Exposición del autor en el Acontecimiento Freud, presentación del nº 100 de la revista Freudiana en la Casa Museo Sigmund Freud, Viena, 23/5/24.


martes, 7 de marzo de 2017

Psicología de las masas en la era digital y post-patriarcal (II). Pokémon Go: atrapar la realidad huidiza







La Vanguardia. Dossier Culturas. Sábado 25 de febrero de 2017


Reflexionemos en primer lugar sobre la llamada realidad aumentada, término que se usa para definir la visión de un entorno físico del mundo real, cuyos elementos se combinan con elementos virtuales para la creación de una realidad mixta en tiempo real.

En los pocos meses que el juego Pokemon Go lleva en circulación, amenaza con desbancar en tiempo de uso y/o usuarios  a apps muy populares como Tinder, Whatsapp, Twitter o el mismo Facebook. ¿Qué tienen en común sus usuarios para definirse como comunidad de jugadores? No parece que compartan ideales de ningún tipo, ni siquiera segmento de edad ni género o raza. Lo que destaca es cierta compulsión que los empuja, a veces con riesgo para su vida en algunos casos extremos, a no dejar el juego hasta conseguir su objetivo de cazar los pokemones.

¿Sería esto una adicción? Seguramente no en el sentido más clásico, pero revela bien que hoy nuestra relación a los objetos de consumo (compras, drogas, comida, gadgets) es básicamente una relación adictiva, un vínculo de dependencia con ese objeto que nos procura alguna satisfacción y del que nunca parece que tengamos suficiente. Hasta que la magia se agota y lo sustituimos por otro, signo de nuestra realidad, cada vez más efímera y propia de un tiempo instantáneo e hiperactivo.

Pokémon Go ha sabido combinar algunas variables.....

domingo, 13 de noviembre de 2016

El síntoma Trump. Sujetos a la intemperie




La Vanguardia, Opinión, 11 de noviembre de 2016

Racista, xenófobo, misógino, homófobo y sin embargo 60 millones de americanos lo han hecho presidente. Lo fácil sería demonizarlos pero quizás lo más oportuno es preguntarse por qué.

Centrándonos en las claves psicológicas –otros tomarán las políticas- quisiera señalar tres factores que considero esenciales para entender este fenómeno.

En primer lugar, y seguramente la razón más importante, es que Trump ha captado muy bien el estado de desamparo de muchos sujetos que han quedado a la intemperie tras el huracán de la globalización. Personas que han perdido su empleo y se han visto abocados al paro o la fragilidad laboral. 60.000 fábricas y cerca de 5 millones de empleos industriales bien pagados han desaparecido en los últimos años. A esa pérdida ha seguido la de su casa,  que han debido sustituir por caravanas o viviendas precarias.

Pero la pérdida seguramente más grave ha sido la de su dignidad y orgullo. Su particular sueño americano se ha convertido en la pesadilla de los parias abandonados por aquellos que deberían protegerles.

Se calcula que un 10% de los votantes de Obama lo han hecho ahora por Trump y muchos otros se han abstenido o han votado otras opciones.

Trump ha desplegado una retórica que apunta directamente al retorno a un estado feliz y grandioso donde América devolvería a los auténticos americanos el orgullo de ser sus hijos: «Make America Great Again».

Ante el desamparo surge, decía Freud, el recurso al padre protector que constituye la raíz de la religión. Trump, un hombre grande y exitoso, ha sabido encarnar mejor que nadie ese anhelo, anclado en el miedo, de salir de un destino que los iba empequeñeciendo e invisibilizando. Sus diatribas contra grandes compañías como Ford y Apple y contra grandes fortunas, a las que amenazó con hacerles pagar más si no fabricaban sus productos en los EEUU, reforzaba esa figura del padre protector.

El segundo factor es el personaje mismo de Trump que, junto a esa versión acogedora, encarna también otra figura del padre señalada por Freud en su ensayo “Totem y Tabú”, el padre del goce excesivo, sin cortapisas, que guarda para sí todas las mujeres. “Cuando eres una estrella, te dejan hacerles cualquier cosa. Agarrarlas por el coño”. Esta frase de Trump, junto a otras muchas de desprecio a las mujeres, pone a cielo abierto su condición de gozador obsceno, condición de la que no parece arrepentirse ni sentir vergüenza ni culpa. 
El habla con las tripas, muestra así su “autenticidad” y deja que los que le escuchan puedan dar rienda suelta a sus sentimientos reprimidos. Encarna así la normalidad –lo que él llama “un conservador con sentido común”- que se opone a lo excepcional de las elites, desconectadas de la realidad de sus votantes.

Su misoginia y xenofobia no sólo no ha sido castigada sino que incluso el 54% de las mujeres blancas lo han apoyado. Su exceso ha sido leído como una legitimización y una reivindicación de orgullo hecha desde el éxito de alguien que sí parece haber realizado el sueño americano. Otros antes, como Berlusconi y sus velinas, ya consiguieron amplio apoyo popular al encarnar esa figura de la potencia fálica. Trump es un buen representante obsesionado por sus retratos y torres erectas.

El tercer factor es el rechazo que suscita Hillary Clinton con su secretismo, cambios de criterio tacticistas y “malas compañías” (Wall Street). Representa bien a aquellos que se han beneficiado generosamente a costa de los nuevos parias. Y por otro lado, su ambigüedad ante los propios excesos de su marido seguramente le han pasado factura entre las mujeres: ¿perdonó por amor o por ambición?

¿Resultado inesperado? La cabina de votar (Brexit, Colombia) parece ser el único lugar donde la mirada global no alcanza y allí cada uno puede decir lo que piensa, su rabia y su cólera, sin responder públicamente. Nos ha revelado que lo peor es posible. Mejor entonces saberlo y buscar otro destino para ese odio y esa angustia.