miércoles, 29 de abril de 2009

¿Por qué nos sentimos cada día más inseguros?





JOSÉ R. UBIETO - Psicólogo clínico y psicoanalista

Nunca una sociedad estuvo tan protegida como la nuestra, en todos los ámbitos: militar, sanitario, policial, tecnológico..., y sin embargo somos presa, cada vez más, de nuestros propios miedos. La sociedad del riesgo, a la que se refería el sociólogo alemán Ulrich Beck, es ya hoy la sociedad del miedo en la que la inseguridad, como nos señalaba hace poco el psicoanalista Jacques Alain Miller, se ha vuelto el mal absoluto.

La alarma que empieza a suscitar la actual gripe porcina se suma a una serie en la que encontramos otros temores vinculados a la salud, las catástrofes naturales o el terrorismo. En todas ellas, más allá de las causas específicas y de la gravedad real, el fantasma de la muerte planea sobre cada uno. Los historiadores dan fe de la presencia del miedo colectivo en las diversas épocas y de las reacciones que generaron. Para enfrentarlo, el hombre ha supuesto siempre una causa, tradicionalmente ligada al castigo divino por los vicios humanos. ¿Qué tiene de novedoso el miedo actual? Fue la ciencia y su progreso técnico quien nos liberó de esa teoría para hacernos "mánagers" de nuestro destino y prever así los obstáculos en nuestro camino. La fe y la confianza en ese progreso nos liberó, hasta bien entrado el siglo XX, del temor irracional, al precio de tecnificar nuestra vida, incluido el más mínimo detalle.

La prevención generalizada que forma parte hoy de lo cotidiano nos debiera asegurar la longevidad, la elección a la carta de la descendencia y su educación, el moldeamiento del cuerpo saludable, el evitamiento de trastornos mentales, detectados precozmente por sofisticados métodos (cuestionarios, imaginería cerebral)... Paradójicamente hoy somos una sociedad donde la confianza se ha vuelto un activo tóxico y esa idolatría del management (gestión) y la tecnología, ideologías revestidas de pseudociencia, descubren sus falsas promesas de seguridad. Una buena parte de sus cálculos financieros, políticos y sanitarios están seriamente cuestionados por la realidad misma.

Por supuesto, no se trata de demonizar los avances tecnológicos en todo aquello que facilitan nuestra existencia, sino de reconocer los límites propios de toda ciencia verdadera en los asuntos humanos. La técnica, entendida aquí como la monitorización protocolizada de la vida, en la que la palabra y la elección del individuo apenas cuenta, nos ha hecho más vulnerables. Derrocamos al Dios de la providencia y ahora vemos como los charlatanes pseudocientíficos nos reducen a un cálculo, una cifra de vulnerabilidad o un factor de riesgo, a tratar estadísticamente.

La pasión por el bienestar y la seguridad como valores absolutos nos hace consentir a una sociedad anestésica que propugna el olvido como solución, que no quiere saber nada de las razones de cada uno respecto a su sufrimiento estandarizándolo, y que prefiere como salida las respuestas adictivas (hipermedicación, drogas, comida...). Todo ello aumenta sin duda la inseguridad porque es una fórmula que renuncia a hacerse cargo de los propios miedos, profundamente humanos y por eso tan éxtimos.

Publicado en el diario LA VANGUARDIA

Tendencias | miércoles, 29 de abril de 2009 | Página 30

miércoles, 22 de abril de 2009

¿De dónde surge esta pasión a hacer pública la intimidad?



José Ramón Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista


La sociedad moderna, hasta mediados del S.XX, practicaba una doble verdad reflejada en el conocido dicho de “virtudes públicas, vicios privados”. Sólo algunos osados y extravagantes, generalmente artistas más o menos geniales, exponían en público aspectos de su vida privada, de lo que podía considerarse su intimidad, sexual y afectiva. Todas las otras versiones de la intimidad, alimento de la prensa del corazón, eran versiones edulcoradas que se proponían más como ejemplo o ideal que como piedra de escándalo.


La postmodernidad, desde Mayo del 68 hasta la actualidad hipermoderna, pasando por la caída del muro de Berlín, ha modificado sustancialmente la relación entre lo público y lo privado. Sin duda Internet ha sido el último, y poderoso, eslabón de una cadena que ya se venía fraguando décadas antes.


La intimidad se ha convertido en un producto más del mercado, un objeto de compra-venta, al que primero se apuntaron los famosos y que ahora está al alcance de cualquiera. El caso reciente de la venta de su muerte por Jade Goody ha puesto el listón muy alto para futuros intercambios comerciales.


Un dato sintomático de esta tendencia es la “asimilación” al lenguaje periodístico y coloquial del término psicoanalítico “extimidad”, neologismo que el psicoanalista Jacques Lacan uso en una sola ocasión y que más tarde, su heredero intelectual, el también psicoanalista Jacques Alain Miller desarrolló ampliamente en un curso titulado precisamente así: Extimidad.

Hoy encontramos ese término en blogs, proyectos artísticos de diseñadores, críticos literarios,..en la mayoría de los casos el uso que se hace poco tiene que ver con el concepto original. Se usa como reverso de la intimidad y se asemeja al hecho de que hoy la intimidad sale afuera, al exterior, se hace pública.


Extimidad, tal como la entendemos en psicoanálisis, tiene otro significado, alude a aquello de lo más íntimo que es irreconocible para el sujeto porque se sitúa en un espacio mental ajeno a su conciencia. Lo éxtimo carece de sentido, no es explicable para el sujeto, porque apunta a lo más real de cada uno. Imaginemos al defensor más decidido de la igualdad de sexos que, sin embargo, no tolera –y no se percibe como intolerante- ciertos gustos y detalles propios de su pareja. O el defensor a ultranza de la autoridad patriarcal que cede, sin apenas darse cuenta, a escenas en las que es humillado.


El malentendido en el uso del término nos da la pista del fenómeno. Eso que hoy llamamos intimidad en realidad es también una intimidad parcialmente edulcorada, ajustada a los requisitos de la época. Es una intimidad light que sólo muestra la cara de mentira que tiene toda verdad íntima. Es una versión de nosotros mismos que nos explicamos y compartimos como si fuera la estación última de nuestro ser, cuando en realidad se trata sólo de una parada más.


La verdadera intimidad, esa que apenas mostramos porque es éxtima para nosotros mismos, tiene otra cara, apenas se entreve en la angustia que es la brújula más precisa para alcanzar ese real más singular de cada cual. La intimidad de Jade Goody no es su cuerpo falleciente, ni sus sentimientos, paseados con afán en las pantallas de medio mundo, eso son sólo las respuestas que ella ha encontrado para dar forma a su nudo de angustia.


LA VANGUARDIA, 1/04/2009