José Ramón Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista
La sociedad moderna, hasta mediados del S.XX, practicaba una doble verdad reflejada en el conocido dicho de “virtudes públicas, vicios privados”. Sólo algunos osados y extravagantes, generalmente artistas más o menos geniales, exponían en público aspectos de su vida privada, de lo que podía considerarse su intimidad, sexual y afectiva. Todas las otras versiones de la intimidad, alimento de la prensa del corazón, eran versiones edulcoradas que se proponían más como ejemplo o ideal que como piedra de escándalo.
La postmodernidad, desde Mayo del 68 hasta la actualidad hipermoderna, pasando por la caída del muro de Berlín, ha modificado sustancialmente la relación entre lo público y lo privado. Sin duda Internet ha sido el último, y poderoso, eslabón de una cadena que ya se venía fraguando décadas antes.
La intimidad se ha convertido en un producto más del mercado, un objeto de compra-venta, al que primero se apuntaron los famosos y que ahora está al alcance de cualquiera. El caso reciente de la venta de su muerte por Jade Goody ha puesto el listón muy alto para futuros intercambios comerciales.
Un dato sintomático de esta tendencia es la “asimilación” al lenguaje periodístico y coloquial del término psicoanalítico “extimidad”, neologismo que el psicoanalista Jacques Lacan uso en una sola ocasión y que más tarde, su heredero intelectual, el también psicoanalista Jacques Alain Miller desarrolló ampliamente en un curso titulado precisamente así: Extimidad.
Hoy encontramos ese término en blogs, proyectos artísticos de diseñadores, críticos literarios,..en la mayoría de los casos el uso que se hace poco tiene que ver con el concepto original. Se usa como reverso de la intimidad y se asemeja al hecho de que hoy la intimidad sale afuera, al exterior, se hace pública.
Extimidad, tal como la entendemos en psicoanálisis, tiene otro significado, alude a aquello de lo más íntimo que es irreconocible para el sujeto porque se sitúa en un espacio mental ajeno a su conciencia. Lo éxtimo carece de sentido, no es explicable para el sujeto, porque apunta a lo más real de cada uno. Imaginemos al defensor más decidido de la igualdad de sexos que, sin embargo, no tolera –y no se percibe como intolerante- ciertos gustos y detalles propios de su pareja. O el defensor a ultranza de la autoridad patriarcal que cede, sin apenas darse cuenta, a escenas en las que es humillado.
El malentendido en el uso del término nos da la pista del fenómeno. Eso que hoy llamamos intimidad en realidad es también una intimidad parcialmente edulcorada, ajustada a los requisitos de
La verdadera intimidad, esa que apenas mostramos porque es éxtima para nosotros mismos, tiene otra cara, apenas se entreve en la angustia que es la brújula más precisa para alcanzar ese real más singular de cada cual. La intimidad de Jade Goody no es su cuerpo falleciente, ni sus sentimientos, paseados con afán en las pantallas de medio mundo, eso son sólo las respuestas que ella ha encontrado para dar forma a su nudo de angustia.
LA VANGUARDIA, 1/04/2009