viernes, 29 de julio de 2011

La "justificación" de un asesinato


José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista


De nuevo la violencia nos sacude dramáticamente y nos despierta bajo la forma de la peor de las pesadillas, jóvenes atrapados en una isla huyendo despavoridos de un asesino. De alguien que invoca la cultura y sus creencias para justificar su acto destructivo. No se trata, en este caso, de una violencia por diversión. Como su abogado refirió a la prensa, tras el interrogatorio policial, la cosa era un asunto serio y por eso su defendido Anders Behring Breivik asumió que “era cruel ejecutar esos asesinatos, pero en su opinión esto era necesario". Confirma el tuit que Behring había colgado, parafraseando a Stuart Mill: "una persona con una creencia equivale por su fuerza a cien mil que sólo tienen intereses".

Matar es un acto inmoral que atenta contra nuestros principios y que nos provoca rechazo por lo que tiene de traumático. Pero hay un modo de superar ese límite si nos acogemos a una causa que justifique esos actos y nos libere de la culpa implícita en el asesinato. Las organizaciones sectarias y radicales, a la vez que canalizan la violencia, también la producen a partir de sus discursos autojustificativos. Estos grupos definen un marco normativo con sus propias reglas y su solidaridad, allí donde nuestra sociedad hipermoderna se muestra incapaz. El grupo se presenta a sí mismo como reconfortante ya que ofrece una visión simplificada de las relaciones sociales y de la realidad.

Uno de los rasgos identificatorios más comunes y potentes es la defensa del territorio que identifican como suyo. A partir de esa delimitación topológica se identifican los extranjeros, que quedan más allá de las fronteras, y que se convierten por eso en enemigos a combatir. El uso de la violencia se justifica a partir de la idea que los otros (inmigrantes u otros grupos rivales) tienen lo que yo no tengo porque me lo han robado (poder, mujeres, dinero, trabajo).

Las publicaciones de Behring en Internet denunciando la invasión de Europa por los musulmanes, protegidos por el multiculturalismo y las “violentas organizaciones marxistas”, junto a algunas de sus lecturas favoritas, como El proceso de Kafka o 1984 de Orwell, apuntan a esa visión paranoica de la realidad y a la impotencia de la ley para impartir justicia.

Este noruego de “pura cepa”, como lo presenta la policía, abandonó hace unos años el Partido del Progreso, ultranacionalista y xenófobo, parece que por considerarlo excesivamente débil, y decidió reconstruirse, solo, como un héroe en pos de su "Santo Grial", una sociedad mejor, limpia de toda impureza étnica y de toda corrupción. Un justiciero solitario que, como uno de sus personajes favoritos de TV (Dexter), realiza aquello que la sociedad y sus representantes son incapaces de hacer. Su grito de guerra "Debéis morir, debéis morir todos", dirigido a las futuras generaciones de políticos, es la “misión necesaria” que, en nombre de una patria limpia y pura, justifica sus asesinatos.

miércoles, 27 de julio de 2011

¿Vamos hacia una dictadura de la transparencia?

José R. Ubieto. Psicólogo clínico y Psicoanalista

Escuchar las conversaciones privadas de un hombre público, ver en directo por TV como esposan y trasladan a un detenido, leer los documentos confidenciales entre cancilleres, curiosear en las intimidades de los famosos o localizarlos en tiempo real mediante una web radar (http://www.justspotted.com), todo eso forma parte ya de nuestra cotidianeidad.

Más allá de su legalidad, nos plantea interrogantes sobre este afán de volver todo transparente, anular los secretos, como si la vida o el sujeto mismo debieran (y pudieran) ser transparentes. ¿De donde surge ese empuje que a veces toma la forma de una “servidumbre voluntaria” (Étienne de La Boétie)?

Parece responder a una curiosa mezcla de dos satisfacciones, más o menos conscientes. Por una parte la satisfacción de la mirada que se recrea en el espectáculo mismo de las desgracias del otro, sobre todo si éste ha conocido tiempos mejores. Por otra parte el goce que resulta del juicio moral que castiga al otro por su falta, esa lección de ejemplaridad que algunos gobiernos quieren dar en ocasiones, no es ajena a una cierta satisfacción por la aplicación de la sanción misma. Kant (imperativo moral) con Sade (goce sádico) es la pareja que el psicoanalista Jacques Lacan compuso para mostrar esa doble satisfacción que encontramos en la imposición de la ley y en su reverso, la transgresión forzada.

La exigencia de transparencia se presenta como una reivindicación de la Verdad, reducida a la exactitud de lo dicho o lo visto, cuando en realidad se trata de una exigencia de uniformidad, de allí la obligación de lo “políticamente correcto”. La paradoja es que detrás de ese imperativo de transparencia, muchas veces lo que encontramos es la ilusión de una sociedad panóptica, donde el Ojo absoluto (Wacjman) todo lo vea y todo lo juzgue. Basta ver a políticos y deportistas taparse la boca para mantener una conversación telefónica en lugares públicos.

La realidad psíquica nos muestra, por el contrario, que el sujeto no puede ser transparente y que la mentira y el secreto forman parte de su humanidad misma. Un signo de progreso en los niños pequeños es cuando descubren que sus pensamientos no son transparentes para los padres y adultos. Es entonces cuando la conocida amenaza infantil (“¡pórtate bien que el niño Jesús lo ve todo!”) cae y la mentira aparece como un nuevo recurso en la relación al otro.

Desconocer esa opacidad subjetiva, que la es siempre para uno mismo, en aras de una conformidad con el sentir colectivo, sólo puede conducir a una civilización enferma ya que como declaraba recientemente, a este mismo diario, Pablo Rudomin, neurólogo y premio Príncipe de Asturias “si toda la población llega a ser uniforme, le será mucho más difícil readaptarse”.

La verdad no puede ser un pretexto para instaurar una dictadura de la transparencia, entre otras cosas porque la verdad es siempre mentirosa, aunque sólo sea porque es parcial. Es siempre un medio-decir que oculta que detrás de todos los secretos que revelamos, como ocurre con las matrioskas rusas, sólo hay el vacío. Ese es el último secreto que vela la verdad.

No se trata de reivindicar el oscurantismo pero un cierto pudor es una condición de la convivencia que deberíamos preservar si no queremos vernos fagocitados por ese ojo feroz que todo lo escruta como si la vida fuera un reality show permanente.

lunes, 11 de julio de 2011

¿Son necesarios los líderes para organizarse?

José R. Ubieto. Psicoanalista. Autor de “El trabajo en red”

El movimiento 15-M ha suscitado un amplio debate sobre su futuro, incierto por carecer de un liderazgo al estilo tradicional, encarnado en una o dos personas. Quizás ese sea el error: mirar este movimiento con los ojos de la tradición, que concibe al líder como aquel que encarna los ideales del grupo. Freud ya señaló que el ideal, cuando se encarna, necesariamente se degrada porque ningún ideal resiste la prueba de la realidad y su pureza se corrompe, al menos parcialmente. El objeto amoroso, pasado el momento de su idealización y confrontado a la satisfacción que proporciona, se revela como lo que es: un objeto no exento de impurezas.

Con los líderes ocurre lo mismo y en nuestra época, donde parece que el ideal de consumo comanda nuestras vidas, esa degradación es más rápida. Hoy los ídolos de todo tipo (espirituales, deportivos, artísticos, políticos) son tan efímeros como las nuevas tecnologías en que se aúpan, y tan consumibles como cualquier otro objeto.

Además los liderazgos tradicionales enmascaran una tensión, latente en cualquier grupo: la tensión entre lo Uno (líder) y lo Múltiple (colectivos). La caída del muro de Berlín nos mostró claramente como la desaparición de esos líderes únicos dejó a cielo abierto la multiplicidad que velaba (étnica, política, cultural) con la consecuente fragmentación y conflictividad política que le siguió.

Lo Uno es siempre impotente para integrar lo Múltiple y, a su vez, éste no puede ignorar lo común que hay en lo diverso, si no quiere caer en la atomización y derivar en un funcionamiento autístistico. La idolatría de lo Múltiple encuentra su disfunción en la génesis, a pequeña escala, de múltiples Unos que, a modo de reinos de taifas, reproducen aquello mismo que denunciaban.

El éxito de las nuevas tecnologías nos ha revelado la existencia de un nuevo paradigma en la constitución de los grupos humanos: la red. Internet es sin duda su mayor expresión. La red se ofrece como una tentativa de abordar ese dilema entre lo Uno y lo Múltiple. Horizontal y policéntrica, carece de líderes únicos y ello la hace más dinámica y productiva, más ágil e inventiva, pero también esa falta de referencia puede hacerla estéril y fácilmente manipulable.

El movimiento 15-M se apoya en la funcionalidad de la red. Sus modos organizativos (comisiones, asambleas, comunicaciones, tecnologías) reivindican lo Múltiple y diverso como valores compartidos. Ese es el principio creativo y fundacional de toda red pero para mantenerse y consolidarse como movimiento, con capacidad de incidir en las dinámicas colectivas, requiere de otros elementos.

En primer lugar es precisa una orientación compartida y ampliamente consensuada, pero encarnada en un grupo motor que distribuya algunas funciones y que haga de la permutación (rotación) un principio regulador que evite la personalización excesiva.

En segundo lugar es preciso que los encuentros sean cara a cara, sin descartar las comunicaciones virtuales, porque poner el cuerpo se revela como algo necesario para sostener un trabajo colaborativo. De allí la importancia que están cobrando las asambleas. Un tercer elemento es garantizar la continuidad de esos contactos porque la discontinuidad de las acciones las vuelve estériles.

Considerar así el uso de la red-movimiento puede crear un liderazgo social que fuerce a otros líderes políticos y económicos a tomar en cuenta los deseos y las propuestas de los ciudadanos indignados y devolverles algo de la dignidad perdida.