Cuando surge una crisis importante, como la actual de la
Covid-19, los marcos se desencajan y con ellos la jerarquía de prioridades de
cada uno/a, e incluso de la propia sociedad. Por eso, la primera pregunta que
deberíamos hacernos, en lo que respecta al trabajo en red, es ¿Qué es lo
esencial en nuestra propuesta, eso que constituye el hueso de Interxarxes?[1] Todo indica que no es la
coordinación entre profesionales, eso ya se hace de manera automática
(presencial o telefónica). Tampoco el uso de las redes telemáticas (protocolos,
mails, aplicativos) que ya hemos incorporado y se ha convertido desde hace un
tiempo en nuestro automaton. Ni
siquiera el hecho de reunirnos presencialmente, actividad que hacemos
habitualmente de dos en dos o en grupos más grandes.
Lo esencial, creo, es algo más ligero pero al tiempo más
consistente como revulsivo: el hecho de que la conversación –como procedimiento
central de nuestro “método”- da un lugar relevante a la sorpresa, ese factor que
contraría el funcionamiento automático, eso que hacemos sin pensar apenas. No
es poca cosa, sobre todo en un paradigma asistencial como el que tenemos, donde
la monitorización y la protocolización ahogan cualquier imprevisto, cualquier azar
y contingencia. El trabajo en red, en cambio, nos permite descubrir que un caso
que parecía negro tiene algunos detalles azules o incluso verdes. O que una
situación que no encontraba ninguna salida encuentra una, y también (hay
sorpresas menos agradables) que un caso -al que dedicamos muchos recursos y
esperamos mucho- sigue, sin embargo, sin cambios, fijado a una repetición
infinita.
La sorpresa es, de hecho, la verdadera causa de nuestra
conversación y de la elaboración colectiva de una nueva manera de ver los
casos, de captar algo que no estaba antes y que se ha producido en la conversación. [2]Y no solo en lo que se
refiere a los casos, también en nuestra propia organización del programa. Cuando,
p.e., descubrimos con alegría que un/a colega sin muchos galones ni experiencia
acumulada –pero con deseo y rigor- presenta un caso o se hace cargo de una
responsabilidad manteniendo y/o mejorando experiencias anteriores.
Para que todo eso suceda, hay que darle un lugar. La sorpresa
no es un brindis al sol ni un anhelo naíf, es la consecuencia de un método que
implica una cierta disciplina, en la construcción del caso pero también en las dinámicas
institucionales, basadas en la permutación y corresponsabilidad más que en los derechos
de antigüedad o estatus.
Las redes más allá de la pandemia
Todas las colegas que han intervenido antes han señalado –y también
otros muchos profesionales- la sorpresa porque el confinamiento ha sido leve e
incluso terapéutico para muchas personas. Como si se hubiera verificado la
tesis freudiana de que son los otros la fuente principal de nuestro malestar.
También se ha comentado casos de personas, como la que presentó Cosme Sánchez,
que han inventado sus fórmulas para asegurarse, en la desescalada, el
distanciamiento necesario para hacer soportable el lazo al otro.
La pregunta, entonces, que nos interesa hacernos ahora es ¿Cómo
continuar guiándonos por la brújula de la sorpresa, por lo nuevo que hay en
nuestra mirada y en las respuestas de cada persona y de cada familia a los
diferentes acontecimientos a los que tienen que hacer frente? Ese es el
principio al que no deberíamos renunciar porque apunta a lo importante, más allá
de las novedades técnicas de la asistencia. Las videollamadas, los protocolos, las
fichas, todo eso son instrumentos. Lo que de verdad importa, es conversar sobre
los casos juntos pero cada uno (docente, terapeuta, trabajador social) con su
pregunta, con aquello que lo sorprende porque no tiene (aún) la respuesta.
Para esto, hemos visto cómo lo presencial ayuda un poco más
porque hace más tolerable y sugestivo ese “no saber”, al convocarnos a todos alrededor
del agujero del saber, tratando de inventar razones y reconociendo también las
(auto) propuestas de las personas y familias que atendemos. Lo digital, en
cambio, nos deja más fijados a las imágenes y las pantallas, que son siempre un
poco hipnóticas y despistan sobre lo que (no) hay detrás.
Los algoritmos que gobiernan lo digital, además, se basan
cada vez más en lo que llaman Cámara de Eco o Filtro de burbujas, mecanismos
que nos atrapan en “lo mismo”: los mismos contactos, las mismas ideas, las
mismas imágenes. La orientación que nos damos en el trabajo en red apuesta, en
cambio, por construir otra cosa. De
allí, la importancia de dejarse sorprender, de reivindicar el factor sorpresa como
la clave fructífera del trabajo en red.[3]
Heidegger nos aconsejaba en Serenidad no renuncia a las novedades, tener una apertura al
misterio, pero sin renunciar tampoco a nuestros principios. La sorpresa forma
parte esencial de nuestra pragmática, es lo más sólido que tenemos para dar un
lugar central a la subjetividad y no reducirla a una categoría universal.
*Intervención del autor
en la Conversa virtual “El treball en xarxa amb la Covid-19. Idees i
propostes”, organizada por el Programa Interxarxes el 1 de julio de 2020.
[1]El Programa Interxarxes es
un programa de trabajo en red dirigido a la atención de familias en riesgo de exclusión
social que se desarrolla en el distrito de Horta-Guinardo de la ciudad de
Barcelona desde hace 20 años: www.interxarxes.com
[2] Ubieto, J. R. La construcción del caso en el trabajo en
red. EdiUoc, Barcelona, 2012.
[3]
Ubieto, J. R. (coord.); Almirall, R.; Boprràs, F.; Ramírez, L.; Vilà, F. Del Padre al Ipad. Familias y redes en la
era digital. Ned, Barcelons, 2019.