La Vanguardia
Cultura (s)
| miércoles, 5 de marzo de
2014 | Páginas 2-5
Dossier: El sentimiento de culpa
El sentimiento de culpa está ligado, en nuestra
tradición judeo-cristiana, al obrar en oposición a la moral convenida y merece
por ello el castigo. De la misma manera la impunidad -nunca ausente en sus
diversas formas de corrupción- en ese discurso queda relegada a la
clandestinidad.
Hoy el goce, satisfacción que empuja a su máximo
logro, otorga otro estatuto a la impunidad. Ya no se trata de los vicios
privados que "ahorran" el pago sino que ahora se presenta precedida
de un investimento social positivo: la idolatría de esos personajes -algunos
enjuiciados- como ejemplos públicos de ese goce llevado a la excelencia. Ese
empuje al gozar -resorte del consumo y la adición generalizada- no es ajeno a
la impunidad del sujeto contemporáneo.
¿Donde queda pues la culpa y que tratamientos
observamos para aliviarla? Por un lado la ciencia ofrece argumentos de disculpa
ligados a las explicaciones causales de muchos actos vitales (infidelidad,
fracaso escolar, trastornos mentales, inversiones especulativas) que dejarían
de implicar la responsabilidad del sujeto para reducirse a aspectos
"moleculares" (genética, neurotransmisores) sobre los cuales el
sujeto nada tendría que decir. La paradoja es que ese sentimiento de culpa
arrojado por la puerta, retorna por la ventana de las imputaciones hereditarias
(padres con antecedentes genéticos). La religión y el discurso (neo) moral
también proponen otra tratamiento vía el perdón que supone renegar del acto sin
necesidad de rectificar y por tanto hacerse responsable de ello.
¿No será la angustia, un afecto que no engaña al decir
de J.Lacan, el que toma el relevo de ese sentimiento de culpa y de la vergüenza
que, en ocasiones, la acompañaba? La prevalencia de los cuadros de angustia
(desde el estrés postraumático hasta el panick attack) así parece atestiguarlo.
En este dossier , tres psicoanalistas discuten estas cuestiones.
Culpa,
vergüenza y perdón
La culpa tiene diversas causas, la primera es la que los
clásicos resaltaron: el dolor de existir. Aún sin haber pedido venir al mundo,
paradójicamente, nos sentimos culpables de habitarlo. Freud habló luego del
sentimiento de culpa por gozar y transgredir los límites, sea bajo la forma de
una compulsión, una infidelidad o un desafío.
Lacan añadió otra vertiente de la culpa, más compleja
pero más actual, ahora que los límites se difuminan: la culpa por no gozar lo
suficiente, por no ser felices con todos los objetos que pueblan nuestra
existencia.
El mito del padre edípico, agente de la prohibición, ya
no sirve para explicar el hecho de que uno se siente culpable de gozar poco, lo
que obliga al sujeto a hacerse cargo de esa falta sin poder culpar al otro
castrador de esa insuficiencia. El goce está limitado al hombre por su
condición de ser hablante -ya Hegel se refirió al lenguaje como asesinato de la
cosa- y la respuesta a esta falta de gozar es la culpa que deviene así
estructural. El Nothing is imposible, lema
global, vela esa imposibilidad con su ilusoria promesa.
Culpa “secreta” y causa del
imperativo superyoico que exige de nosotros un esfuerzo más y un sacrificio que
hoy toma formas diversas, muchas de ellas ligadas a la “gestión” xtreme de los cuerpos. Informaciones
recientes del New York Times nos
hablan de que el 35 por
ciento de los estudiantes universitarios toman psicoestimulantes para combatir
el estrés de los periodos de exámenes y circunstancias similares. Otros
consumos compulsivos (tóxicos, cibersexo, comida) muestran como ese empuje al
¡Goza! (Enjoy!) certifica que lo que no está prohibido es
obligatorio, en la búsqueda imposible de ese goce perdido cuya culpa (falta) no
cesa de agitar al sujeto.
El
reverso de todo ello es la prevalencia actual de la angustia como pathos. Basta
como muestra los 500.000 soldados americanos (de los dos millones desplazados a
Irak y Afganistán) que padecen secuelas graves post traumáticas.
Diversidad de la culpa a la que corresponden también
modos distintos de tratarla. Uno es el autocastigo, fijación a un síntoma que
nos produce malestar consciente si bien implica un alivio de esa culpa
inconsciente. ¿Cuántos varones infieles se “hacen castigar” por ello de
diferentes maneras? ¿Cuántos conductores demasiado veloces se “hacen multar” o
limitar por otros motivos?
Otro modo clásico, y hoy de renovada actualidad, es pedir
perdón y mostrar arrepentimiento. Lo practican políticos, líderes religiosos,
empresarios e incluso países enteros. Algunos –no todos- añaden a la petición
los signos de otro afecto: sentir vergüenza por sus actos. Otra manera de dar
salida a la culpa, que implica un grado de subjetivación mayor que el simple
perdón.
Que extrañas suenan hoy las palabras de Vatel, cocinero del Gran Condé: “Señor, no sobreviviré a esta desgracia. Tengo
honor y una reputación que perder”. Pronunciadas como
preludio de su posterior suicidio, al no poder cumplir con sus obligaciones en
el festín con el que el príncipe quería seducir al rey francés, evocan el
afecto de la vergüenza.
Pretender hacerse perdonar por los daños causados implica
la existencia de un discurso moral, teñido de religiosidad, que busca más la
absolución del pecador que su rectificación efectiva. El problema es que ese
pedido de perdón no es seguro que confronte al sujeto con su responsabilidad. Y
si no lo hace sabemos que la única consecuencia posible será la repetición de
ese exceso. Es lo que la clínica nos enseña: cuando un sujeto no elabora la
culpa respondiendo de sus actos, queda entonces fijado a la búsqueda de ese
perdón sin que su posición se modifique lo más mínimo. La responsabilidad queda
entonces del lado del Otro que es quien puede/debe perdonar.
“Lo que tu haces sabe lo que eres” aseveración de Lacan
que indica que un sujeto ético no es aquel que se disculpa sino el que
testimonia de lo íntimo de su ser que se halla comprometido en sus actos y
decide qué hacer con ello, lo cual no va sin una pérdida, sea en bienes, en
imagen, en afectos. Cuando el sujeto no consiente a esa pérdida, y si además se
trata de un personaje público, el mensaje que transmite es la impunidad por el
goce obtenido.