La Vanguardia. Tendencias, sábado 1 de marzo de 2014
Cada adolescente tiene un presentimiento,
algo más o menos difuso que conecta su niñez con la vida adulta. Este
presentimiento es el anhelo de hacerse mayor realizando aquello que le es
propio y que le permitirá vincularse al otro y le proporcionará un cierto
sentimiento de utilidad social y personal
Para ello no tiene otra que construirse una
vida "ejemplar", algo que le sirva a él ya que no se dispone del pret-a-porter ni de la medida estándar. Realizar este presentimiento requiere
un lenguaje nuevo, que sea propio y donde cada adolescente se reconozca. Un
lenguaje desafiante y provocador, sentido como vivo y que diga algo del
malestar experimentado.
Este lenguaje se hace con diferentes herramientas:
palabras, música, baile, dibujo, fotografía, rap, hip hop, cuerpos tatuados, peinados,
formas de vestir.
Pero descubrir y hacer suyo el presentimiento
no es fácil, rápidamente emerge la angustia de no dar la talla, la sombra del
fracaso, de no tener nada digno para presentarse al otro.
Surge la regresión y los
impasses en forma de inhibición, conductas perturbadoras, consumos, prácticas
de riesgo que pueden “confirmar” su exclusión y el No Future.
Ningún adolescente es ajeno a la mirada del
Otro adulto, de hecho muestran una sensibilidad extrema que los hace esconderse
en el anonimato de su habitación cerrada, los parques desiertos o la red.
Sustraerse a esa mirada es una necesidad que a veces implica cierta
confrontación.
Cuando los miramos y los clasificamos poniendo
el énfasis en sus déficits (trastornos, fracaso, adicciones) bloqueamos, más
que facilitamos, la salida de ese túnel que el adolescente, como decía Freud,
debe perforar en una doble vía: cumplir las exigencias sociales y dar
satisfacción a las pulsionales que el nuevo cuerpo sexuado le plantea.
Esta tarea de separación del mundo infantil
no es deseable que la hagan solos o con sus conexiones virtuales. Necesitan
también un interlocutor de cuerpo presente que sancione ese tránsito y les ayude
a renunciar al autoerotismo de la fantasía -actualizada con los omnipresentes gadgets y los consumos diversos-para
buscar los nuevos objetos en el exterior (pareja, estudios, trabajo).
Caducados los viejos ritos de iniciación, el
riesgo es que ante la ausencia de nuevas propuestas, el pasaje adolescente se
eternice y terminemos viéndolos como un problema y un déficit para el que
algunos (expertos) creen tener la solución.
La alternativa es dar un lugar a sus
invenciones, conscientes que lo propio de la invención es que, al fabricarse
con los materiales existentes, siempre se trata de un saber incompleto, de pequeños
fragmentos creados a modo de un bricolaje para poner palabras a ese real íntimo
y singular de cada uno (Lacan).
Acompañarles en esas invenciones es
asegurarnos que lo nuevo de su generación se inscribe en la época, sin
excluirlo, y crea así nuevas tradiciones que trasmitan sus logros a las
generaciones futuras. ¿De qué otra cosa, sino de invenciones, están hechas
nuestra tradiciones, tal como muy bien nos mostró el gran historiador Eric
Hobsbawm?