LA VANGUARDIA, Tendencias / Lunes, 4 de octubre de 2010
José R. Ubieto. Psicólogo clínico y Psicoanalista
Cada generación tiene su propia “marca biográfica”, ese hecho colectivo que está presente en buena parte de su vida, sea una guerra, una postguerra, la caída de una dictadura una catástrofe natural o un atentado terrorista. Cada uno luego deberá hacerlo suyo y vivir con eso, con respuestas diversas, desde la resignación hasta el afrontamiento.
La generación de nuestros jóvenes y adolescentes tiene como particularidad haber nacido y vivido en el bienestar, sin conocer, hasta hace poco, privación alguna (excepciones aparte). Junto a ello comparten el hecho digital como acontecimiento global que ha marcado y marcara su vida.
Su futuro ya es otra cosa porque todo indica que los pronósticos de los sociólogos van camino de cumplirse: será la primera generación que vivirá peor que sus padres, con mayor precariedad (laboral, vivienda,..).
Y además esa promesa del Don’t worry, be happy se ensombrece con los desafíos existentes, sostenibilidad, guerras, convivencia social,..Allí tienen sus causas y por eso la rebeldía que muchos de ellos muestran es legítima y necesaria para la sociedad, la mantiene viva y fuerza el debate sobre aquello instituido que tiende a la inercia. A esa rebeldía se suma la propia de la edad, esa que contribuye a la emancipación.
La cuestión hoy son las formas que toma esa rebeldía, los canales que encuentra para manifestarse. Tradicionalmente las vías estaban abiertas por las generaciones anteriores y los jóvenes se sumaban a ellas con su propio estilo. Vías políticas, religiosas, culturales o incluso deportivas. Hoy esas referencias intergeneracionales han perdido buena parte de su peso, ni siquiera los partidos políticos mas afines son capaces de acoger esas manifestaciones que los desbordan.
Esa ruptura con la historia provoca efectos nuevos y uno de ellos es el abandono a sí mismos en que se encuentran estos movimientos, que huérfanos de otras referencias, se acogen al prefijo anti como bandera colectiva. La psicología de las masas nos enseña que estar en contra de algo o de alguien es un principio de la constitución de un movimiento, y de entrada puede ser muy productivo (lo vemos en la política misma, en extrañas alianzas), pero es claramente insuficiente para construir un futuro. Y lo peor es que ese ideal ausente cede el lugar de mando a la satisfacción de la destrucción del otro o de los objetos, ese goce que parece formar una comunidad que corre el riesgo de no tener otro lazo que la expresión de ese odio colectivo.
No es casual que bajo esa bandera encontremos figuras tan diferentes como los jóvenes bienintencionados que denuncian las injusticias del sistema y junto a ellos toda una panoplia de personajes muy precarios, desinsertados de sus vínculos familiares, laborales y sostenidos muchas veces por consumos de tóxicos. Sin olvidar a los que hacen ganancia del rio revuelto y usan en su propio beneficio la protesta.
Criminalizarlos y homogeneizar las respuestas sólo generará más violencia y segregación. Tampoco parece que abandonarlos a su propia destrucción, dejarlos impunes a ese odio de sí mismos, odio por lo que a cada uno le resulta insoportable de su propia existencia, sea una buena salida.
Podemos, en cambio, aprender de la experiencia clínica y educativa que nos muestra como esos jóvenes rebeldes son los primeros interesados en encontrar un partener adulto para construir ese futuro que les inquieta. Dar lugar a su rebeldía y limitar los efectos destructivos no deben ser excluyentes.