La Vanguardia | Domingo, 22
de junio 2014
“La codicia es buena” (greed is good), lema del Gordon Gekko de la película Wall Street,
anunciaba en los 80 la era del darwinismo social. Richard Sennett lo corroboró más
recientemente al declarar de manera contundente que el capitalismo en los
últimos veinte años se ha hecho completamente hostil a la construcción de la
vida.
La exacerbación de ese lado salvaje se inicia
con la desregulación de los años 80, liderada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan,
como nos lo ha mostrado de manera rigurosa Thomas Piketty (El capital en el
siglo XXI). En nombre de ideales democráticos y de progreso (libertad,
autonomía, crecimiento), y con el apoyo de las nuevas tecnologías, se enmascara
esa voluntad de goce que no conoce límites y cuyo resorte pulsional y entrópico
es evidente: no tiene otra finalidad que ella misma.
Hoy ya percibimos con claridad que no sólo se
trata de liquidar formas de trabajo o de creación sino de constatar que el
propio sujeto consumidor es ante todo un consumible.
Esta tesis ha sido dicha de muchas maneras y
uno de los que la anticipó a finales de los sesenta fue Jacques Lacan cuando
señaló los rasgos de este discurso que ambiciona la anulación de cualquier
pérdida –de allí su pasión por reciclarlo todo incluida la protesta- y tiene la
convicción cínica de que en la vida finalmente se trata sólo del goce. Es por
ello que el amor –que siempre presupone la existencia de una falta, de un anhelo-
no tiene lugar en el discurso capitalista, salvo en su condición de mercancía
consumible.
Un ejemplo preciso de esta tendencia dominante
lo encontraran en la web de citas www.seekingarrangement.com/es
donde los sugar daddies (papis chulos),
varones maduros con recursos y miembros de la élite, prometen “Relaciones de
Beneficio Mutuo” a sugar babies,
jóvenes estudiantes “atractivas, inteligentes, ambiciosas y orientadas a sus
metas”. Bajo el eufemismo del beneficio mutuo se oculta una práctica de
prostitución que bien pudiera considerarse como la forma actual del derecho de
pernada feudal. Aquí son los padrinos
quienes lo ejercen, velado por esas buenas intenciones y el consentimiento de
las jóvenes: “Sabes –les exhortan desde la web- que te mereces salir con
alguien que te consienta, que te haga crecer, y te ayude tanto mentalmente como
en el ámbito emocional y financiero”.
La iniciativa goza de gran éxito en muchas
ciudades de EE. UU. y en otros países. También en Catalunya donde la proporción
de chicas por padrino es de 5 a 1 y como se señala en la web: “¿Qué otro sitio
para hombres ricos tiene números tan impresionantes como estos?”. Ni Étienne de La Boétie hubiera imaginado una servidumbre voluntaria tan
genuina.
Esta es la lógica que parece imponerse en
nuestras vidas: la obsolencia programada de bienes y sujetos, sacrificados en
el altar del dios money. Al falso
dilema de la desregulación o el furor de la normativización –propia de una
moral victoriana que sólo halló alivio en la carnicería de la I Guerra Mundial-
habría que oponer una fórmula que, como el propio papa Francisco decía en estas
mismas páginas, no alimente “la cultura del descarte”. Regular es aceptar una
pérdida (pagar impuestos, consensuar normas colectivas) y ese límite es
constitutivo de un lazo civilizado. Lo otro –digamos las cosas por su nombre- es
la jungla salvaje de la pulsión de muerte.