miércoles, 1 de mayo de 2019

Bullying: el acoso del sujeto









Publicado originalmente en Zappeur. 12/3/2019. Le bullying à l’époque de l’Autre qui n’existe pas



Bullying: el acoso del sujeto

El estado natural del adolescente es el acoso, acoso de su cuerpo púber. La tentación es desplazar ese acoso a un chivo expiatorio. Manipular el cuerpo del otro para dejar el suyo a salvo. Y todo esto en grupo, como falsa solución para salir del atolladero de la pubertad[1].
Los testimonios que encontramos en la clínica y en la literatura nos confirman el carácter traumático de ese acontecimiento, que deja huellas indelebles y singulares, hasta el punto que a veces tienen que pasar décadas para poder hablar de ello[2].
El bullying es además un síntoma social que forma parte del malestar en la civilización. Analizarlo implica tomar en cuenta dos ejes: aquello que aparece ligado al momento histórico donde emerge y lo atemporal: aquello que lo conecta con el pasado y con las razones de estructura. En el caso del bullying, lo que no cambia, aquello que permanece fijo, es la voluntad de dominio y la satisfacción cruel que algunos sujetos encuentran al someter a otros a su capricho, para así defenderse del desamparo ante lo nuevo. Eso ha existido siempre como el ejercicio del matonismo en la escuela, fundado en el goce que proporciona la humillación del otro, la satisfacción cruel de insultar y golpear a la víctima.
¿Qué habría de nuevo en nuestra época para explicar las formas actuales que toma este fenómeno? Por una parte, el eclipse de la autoridad encarnada tradicionalmente por la figura del padre y sus derivados (maestro, cura, gobernante); la importancia creciente de la mirada y la imagen como una nueva fuente privilegiada de goce en la cultura digital -junto a la satisfacción de mirar y gozar viendo al otro-víctima, hay también el pánico a ocupar ese lugar de segregado, quedar así invisible, overlocked[3]-; la desorientación adolescente respecto a las identidades sexuales y el desamparo del adolescente ante la pobre manifestación de lo que quieren los adultos por él en la vida, y la subsecuente banalización del futuro.
Esta soledad ante los adultos y la vida supone una dificultad no desdeñable para interpretar las fantasías y las realidades que puede llevar al extravío y a la soledad. Entre los refugios encontrados en los semejantes, la pareja del acoso es una solución temporal.
Estos cuatro elementos convergen en un objetivo básico del acoso que no es otro que evitar afrontar la soledad de la metamorfosis adolescente y optar por atentar contra la singularidad de la víctima. Esta “fórmula” genera un tiempo de detenimiento en la evolución personal. Elegir en el otro sus signos supuestamente “extraños” (gordo, autista, torpe) y rechazar lo enigmático, esa diferencia que supone algo intolerable para cada uno, es una crueldad contra lo más íntimo del sujeto que resuena en cada uno y cuestiona nuestra propia manera de hacer.

La escena del acoso: 4 elementos y un nudo
Una lectura que el psicoanálisis nos permite hacer del bullying es que se trata básicamente de una escena, un cuerpo a cuerpo en el que participan varios. Nuestra lectura no puede ignorar lo pulsional como clave subjetiva. Hay una intencionalidad agresiva que propone un destino a la pulsión sádica; una continuidad de la escena fija y un desequilibrio acosador-acosado marcada por la falta de respuesta de la víctima, por su inhibición ante ese acoso. La víctima es elegida por su silencio, su imposibilidad de responder.
La escena del acoso incluye al acosador, la víctima, los testigos y el Otro adulto (padres, docentes), que no está pero al que se dirige también el espectáculo. Lo que los embrolla es la subjetividad y sus impasses, que pasa básicamente por hacer algo con el cuerpo que se les revela como un misterio, pero un misterio que habla y esa extranjeridad (otredad) los perturba e inquieta. Lacan lo anticipaba en 1967 cuando en una de las clases de su seminario decía “El Otro, en última instancia y si ustedes todavía no lo han adivinado, el Otro, tal como allí está escrito, ¡es el cuerpo!”[4]
De allí que la acción resulte inevitable, y manipular el cuerpo del chivo expiatorio bajo formas diversas: ninguneo (dejarlo de lado), insultos (injuriarlo), agresión (golpearlo), sea una solución temporal para calmar la angustia. Para los testigos es crucial no quedar del lado de los pringaos, aquellos designados como chivos expiatorios. La escena del acoso –en su dimensión de acting-out-, es una escena que daría acceso a un cierto goce del cuerpo del otro a través del grupo, si seguimos las indicaciones de JAM en su texto “En dirección a la adolescencia“.[5]
Una escena, pues, alrededor de “la extraña pareja” que cada sujeto forma con el objeto innombrable. Una pareja donde el amor/odio se confunden y como uno de los protagonistas de la película Bully –inspirada en sucesos reales- que se deja maltratar por su mejor amigo a la espera de ese signo de amor que nunca llega. [6]

José R. Ubieto, psicoanalista en Barcelona. Miembro de la AMP y de la ELP. Profesor de la UOC. Co-autor de “Bullying. Una falsa salida para los adolescentes”



[1] Ubieto, J.R.(2016). Bullying. Una falsa salida para los adolescentes, Barcelona: Ned
[2] Ubieto, J.R.(2016). “Testimonios literarios del Bullying”. En La Vanguardia. Cultura(s).Sábado 20 de febrero de 2016. Disponible en Internet. 
[3]. Lacan, J. (2014). El Seminario. Libro 6. El deseo y su interpretación (1958-59). Barcelona: Paidós, p.29
[4]Lacan, J. (1967). El Seminario. Libro 14. La lógica del fantasma (1966-67). Inédito.
[5]Miller, J.A. (2016). “En dirección a la adolescencia”. En El Psicoanálisis, número 28, p.15-26.
[6] Bully (2001). Dirigida por Larry Clark. https://www.filmaffinity.com/es/film770576.html