José R. Ubieto. Psicólogo clínico y Psicoanalista
La violencia está en la raíz misma del vínculo social, por ella se establecen las fronteras de una nación y se conservan las leyes (W.Benjamin). La educación misma incluye ciertas “coacciones” que aceptamos como condición de la vida en sociedad. A partir de aquí podemos dar al fenómeno de la violencia un estatuto de normalidad como manifestación de una agresividad constitutiva del sujeto humano y del orden social.
Jacques Lacan situaba la agresividad en el origen mismo del nacimiento del yo y de la adquisición de una imagen corporal. Definió ese momento del estadío del espejo como una identificación primaria con la imagen del semejante que nos permite apropiarnos de nuestra propia imagen. Es viendo al otro que nos podemos hacer una idea de lo que somos. Antes de ello nuestro cuerpo carece de unidad y sus sensaciones se ligan a imágenes de un cuerpo fragmentado. Los juegos infantiles donde se destripan peluches, se golpean muñecos, o las pesadillas donde el cuerpo se disloca son manifestaciones clínicas de un hecho que un pintor como El Bosco supo reflejar mejor que en nadie en su obra.
A esta rivalidad especular (“o tú o yo”), que implica una tensión con el otro (¿quién no la ha experimentado en un cara a cara en situaciones de territorio cerrado y limitado como la cabina de un ascensor?) viene en ayuda eso que llamamos socialización, la asunción de una serie de ideales colectivos que tienen un efecto pacificador y cohesionador (nación, familia, Barça,..).
Toda sociedad debe, pues, prever formas sociales de exteriorización de esa agresividad que permita al sujeto canalizarla. La violencia de los jóvenes de las clases populares, ligada a las bandas juveniles, a los ritos iniciáticos, a las fiestas ha sido tradicionalmente tolerada y animada por los adultos a pesar de que oficialmente sea condenada. Sus formas clásicas –boxeo, peleas, novatadas – han sido suavizadas por la cultura de la clase media que ha ocultando todas aquellas formas viriles que atentaban a los ideales de paz y seguridad.
El fútbol, y otros deportes, han tomado el relevo. Cuando esas manifestaciones no están localizadas en un marco territorial fijo (el estadio) ni regidas por unos rituales claros (cánticos, banderas, rival..) adquieren un mayor furor y una mayor capacidad de destrucción. Sin ese ritual y acuerdo social, la violencia queda como un acto sin sentido, desligado del contexto social y simbólico donde encuentra su significación y muestra entonces su cara más cruel y destructiva.
Publicado en el diario LA VANGUARDIA
Tendencias | sábado, 16 de mayo de 2009 |