Publicado en Colofón 32: "Políticas delirantes", boletín de la Federación Internacional de Bibliotecas del Campo Freudiano (FIBOL), Barcelona, marzo 2012.
Empowerment, traducido por empoderar, dar poder
o autorizar a alguien, es uno de esos términos importados de la cultura
angloamericana que acaban colonizando diversas prácticas: sociales, psicológicas
y políticas.
El término empieza
a usarse en la Psicología
social a finales de los años 70, promovido por el psicólogo americano J.
Rappaport como un intento de superar los límites de otro significante amo de la
época: la prevención. Este último concepto, nacido en los 50 y procedente del
discurso biomédico, otorgaba un rol relevante a los expertos, encargados de
decirles a los sujetos qué debían hacer para evitar la aparición de los
problemas (primaria) o bien disminuir sus efectos (secundaria y terciaria).
Bajo el paradigma problema-solución, los programas preventivos proliferaban en
todas las áreas, desde la salud hasta la seguridad vial. Es también un momento
de omnipresencia del estado que en los golden
years, posteriores a la segunda guerra mundial, vigila y controla con mano
firme los hábitos saludables de sus ciudadanos.
Rappaport propone
un cambio de paradigma que implica que los sujetos ganen control y se apoderen
(empower) de sus vidas favoreciendo
una redistribución de los recursos en detrimento de los expertos y sus normativas.
Todo ello en un momento en que el mundo atraviesa una fuerte crisis económica
con un cuestionamiento de las propias instancias políticas.
En la década de
los 80, y bajo la influencia de la psicología social comunitaria, varios
movimientos sociales se apropian del término y lo convierten en un lema de su
batalla contra los estereotipos sociales y la desigualdad. Los grupos
militantes feministas, las poblaciones de color, las asociaciones de gays y
lesbianas son los promotores, en los EEUU, del empowerment como arma de combate. Algo más tarde el término,
traducido como empoderamiento, se hará presente en el trabajo social
latinoamericano.
A principios de
los 90 es popularizado en el campo del management
por autores como Don Tapscott, que
promueve la capacidad de los
empleados para tomar decisiones sin consultarlas con los altos directivos. Eso supone un avance en relación a los
ensayos que se hicieron en los ochenta con los círculos de calidad y los de
participación, donde las decisiones de los llamados grupos autónomos tenían que
consultarse con la alta gerencia. Es una herramienta de la calidad total que en los modelos de mejora continua
y
reingeniería provee de elementos para fortalecer los
procesos que llevan a las empresas a la excelencia.
Hoy esos ideales de colaboración, transparencia,
conocimientos compartidos y proactividad se encarnan en la red como acción
global que permite a sujetos y colectivos el sueño de apoderarse y tener un
mayor control de sus vidas y sus proyectos. Tapscott recogió el termino prosumo – contracción de producción y consumo-
planteado
por Toffler en 1980 (La Tercera Ola), que designa cómo
los clientes participan en la creación de productos de un modo activo y
continuado. Los usuarios se organizan para crear sus propios artículos,
formando comunidades de prosumidores en las que comparten información,
intercambian y desarrollan herramientas y métodos y
nuevas versiones del producto (markets
are conversation). Los proyectos de la Web 2.0 (redes sociales) son
ejemplos de este sistema de trabajo.
No es casual que el propio Don Tapscott, acuñador
del concepto de “economía digital” y autor de dos best-sellers como
“Wikinomics” y “Grown up digital” se haya consolidado como el gurú de este
modelo colaborativo, opuesto a la jerarquía y que encuentra en la red el
escenario privilegiado para este empowerment.
A la idea de gobierno tradicional, él opone la
idea de un gobierno plataforma que “libera información, a ciudadanos y
empresas, para que puedan organizarse autónomamente y crear valor público”. Su
idea no está muy alejada de los movimientos sociales de indignados que apuestan
por la idea de un gobierno-asamblea.
Los hijos
de la luz
Si bien Rappaport fue el impulsor contemporáneo
del concepto de empowerment, sus orígenes
son más antiguos y nos ilustran bien sobre su uso actual. El primer uso de empower lo encontramos a mediados del s.XVII
en la colonia inglesa de la actual Pensilvania. William Penn, ilustre cuáquero
inglés, había constituido la colonia, por cesión del rey inglés, y fundado la
capital a la que puso el nombre de “amor fraternal”: Filadelfia.
Los cuáqueros,
tolerantes y pacifistas, conocidos por su defensa de las obras de acción social
y a favor de los derechos humanos, rechazaban cualquier mediación entre Dios y
el hombre, afirmando la doctrina de la “luz interior” que sostenía que Dios se
comunica con naturalidad con sus criaturas. Voltaire, en la carta filosófica
dedicada a los cuáqueros, se admira de que tuteen al soberano, carezcan de
sacerdotes y de armas, y sean ciudadanos iguales ante las leyes y “vecinos sin
envidias”.
Durante setenta años
la colonia cuáquera llevó a cabo lo que se conoció como “El Santo experimento”
(Holy Experiment) basado en una
organización política animada por ese amor fraternal, rechazando cualquier
forma de jerarquía, reivindicando la igualdad social y especialmente la
reivindicación de la dignidad de la mujer y su participación en la vida
pública. La fórmula de gobierno se basaba en una asamblea donde participaban,
en igualdad de condiciones, todos los pobladores. El final de esta arcadia se
produce por el mestizaje con colonos no cuáqueros y por la disminución del celo
religioso de los antiguos, a medida que aumentaba su progreso material.
Su influencia en
la libertad de cultos incluida en la futura Constitución de los EEUU y en el
radicalismo político de sectores antiautoritarios ha sido evidente: feministas, black power, gays y lesbianas. No
menor fue su influencia en las tesis, ya mencionadas, del management actual. La práctica que promovió William Penn de las businnes meetings, asambleas de construcción colaborativa de propuestas –y
que hoy conservan todavía los cuáqueros- ha sido asumida por numerosas
organizaciones de negocios bajo el nombre de “toma de decisiones por consenso”,
prácticas ya implementadas por los nativos iroqueses de Pensilvania y que ahora
vemos retornar en el negación del político como autoridad, ese mediador que la
religión cuáquera, los hijos de la luz, siempre consideró prescindible e
incluso obturador de esa luz interior que nace en cada uno.
Las paradojas del empowerment
Los movimientos
sociales que se apoderaron de este término establecieron como primer paso para
alcanzar su empowerment la
redefinición de su identidad, hasta entonces denotada negativamente, por oposición
a la norma social. Mujeres, negros, homosexuales, pobres, constituyeron una
identidad positiva que les permitiese apoderarse de su contexto y desarrollar
nuevas relaciones de poder. La paradoja, que la propia Judith Butler señala, es
que esas nuevas identidades constreñían sus estilos de vida y, al crear nuevas
reglas, los desempoderaban y los volvían vulnerables a esas nuevas identidades.
El mismo proceso ha sido descrito por antropólogos como Carles Feixa para
indicar como los jóvenes latinos se han visto conminados a reproducir, en su
identidad con lo latino, la misma segregación a la que querían combatir.
En el ámbito
político, el fracaso del Holy Experiment
y las contradicciones de todas las propuestas antiautoritarias posteriores
muestran los límites de esa idea “original” del amor fraternal y de
desconfianza en la élite letrada, tan propia del igualitarismo fundacional
norteamericano (Hofstadter). Hoy
vemos la paradoja en esos movimientos de indignados, que agrupan colectivos diversos
(desencantados de la izquierda, grupos sociales desfavorecidos), a la espera de
un amo “capaz de producir el Acto alejado del bla bla bla gerencial de la “gobernanza” (Guéguen) y que vaya en la
dirección de la reconexión del lazo social.
El ámbito del management, donde el término ha tenido
un éxito relevante, no es ajeno al surgimiento de las contradicciones que
implica ese ideal de “toma de decisiones por consenso” en un momento de crisis
profunda del sistema, con relaciones laborales basadas en un modelo de
capitalismo salvaje.
Las redes
sociales, otro ámbito privilegiado del empowerment,
ofrecen también paradojas como es el caso de los intercambios en la red de
pares (peer to peer) donde es el
objeto voz quien comanda, a partir del imperativo Goza! Los síntomas más
frecuentes de la adicción y la fetichización son buena muestra de ello
(Brousse).
Todas estas paradojas
surgen, sin duda de la idea de yo autónomo que preside el anhelo de Penn y que
fundamenta la creación del pueblo americano. La alianza entre la fe, el trabajo
y la autoayuda han dado forma a un homo
psicologicus y a una “sociedad terapéutica” (Rieff) en la que la psicología
del yo encontró su mejor acogida.
El propio término
ya introduce la paradoja intrínseca a la autonomía y su relación a la heteronimia:
empower es dar poder a otro,
apoderar. La elisión de la alteridad, presente en esta autosuficiencia, retorna
en el poder omnímodo de los expertos, tecnocracia de la hipergestión que se
disfraza bajo la acefalia de sus procedimientos de consenso. Como se preguntaba
recientemente Eric Laurent: a propósito del déficit de encarnación del lugar de
la excepción:”¿La pasión democrática acabará con la “pasión del poder”?”.
Referencias
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José Ramón Ubieto