José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista
Los adultos llevamos ya un tiempo navegando entre
conceptos económicos para entender la crisis, acontecimiento traumático que nos
exige buscar significaciones a ese real (sin sentido) que ha surgido
bruscamente, provocando nuestra perplejidad. Lo siguiente, identificados los culpables, es buscar una salida a la
nueva realidad y eso implica revisar los valores, las prioridades entre lo
importante y lo prescindible. Rescatar
los valores para regenerar lo que se ha vuelto inmundo en el panorama actual: la
escasa credibilidad y la ausencia escandalosa de referencias éticas de los
líderes. Los elogios al triunfo de la Roja no han escatimado alusiones morales:
generosidad, esfuerzo, solidaridad.
¿Cómo viven los niños y adolescentes esta crisis,
ellos que apenas usan términos como Ibex o prima de riesgo pero que siguen
atentos a famosos y deportistas? Sus indicadores son otros: el malhumor o la
angustia de los padres, la irritabilidad de sus maestros, el cansancio de los
adultos que les rodean, los gestos y palabras de sus ídolos. Para ellos la
clave interpretativa, ahora y en los próximos años, no son los discursos
bienintencionados y la evocación de los valores. Lo que funcionará como
explicación auténtica será el ejemplo vivido, en su entorno más próximo y en la
sociedad en su conjunto.
Las dificultades recientes de algunos líderes para
asumir las consecuencias de sus dichos y actos, enredándose en eufemismos, o
las contradicciones entre los valores que deportistas y famosos enarbolan y sus
actos posteriores, nos dan pistas para el futuro.
Nadie mejor que los adolescentes para captar la
diferencia entre el dicho y el decir, entre la intención y la consecuencia. El
clásico “no me ralles” como respuesta de rechazo a la interpelación que les
hacemos, no siempre debe traducirse por un “¡déjame en paz!”. A veces es el “no”
que precede al “sí quiero”, que no pueden formular de entrada. También al revés
podemos ver como el “haré lo que me pides” puede ocultar un “¡paso de ti!”
Los mismos adultos funcionamos con esta dualidad:
¿cuántos padres, que se lamentan porque sus hijos no leen ni se interesan por
los estudios, muestran ellos mismos un evidente desprecio por el saber? Los
hijos saben “leer”, en los dichos paternos, si hay un deseo decidido de sus
progenitores por lo que dicen querer. A veces el ejemplo real desmiente el
dicho bienintencionado, que no se hace cargo de las consecuencias de su decir.
“Lo que tú haces sabe lo que eres”, frase de Jacques
Lacan que nos recuerda la pasta de la que estamos hechos, más compleja y espesa
que las palabras que usamos. Para inculcar el hábito de la lectura, un maestro
debe mostrar su deseo en acto, igual que para ser solidarios no basta tener
buenas intenciones, hay que practicar el encuentro con el otro. Ese es el valor
de los testimonios que nos conmueven realmente, como el reciente de Donna
Williams (Alguien en algún lugar, N.e.ed,) sobre su victoria contra el autismo, que nos enseña de manera ejemplar la relación
auténtica entre el ser y sus actos.
¿No deberíamos hacer lo mismo con nuestros líderes y
referentes? ¿Pedirles que practiquen
sus valores mediante el ejemplo, ya que se trata de adultos que, a diferencia
del adolescente que aún explora su nuevo mundo, conocen bien la diferencia
entre la intención y las consecuencias del acto? Sólo así merecerán nuestro
respeto y recobrarán la confianza de las generaciones más jóvenes.