viernes, 12 de abril de 2013

Las paradojas de la notoriedad







El afán de notoriedad encuentra en nuestra sociedad un eco notable. No importa mucho el contenido o la relevancia de lo exhibido, importa más el “ruido” mediático que provoca el hecho mismo de exponerlo públicamente. Entrenadores que no aceptan una votación, políticos que se empeñan en “sostenella y no enmedalla”, actores encantados de haberse conocido, jueces en busca del estrellato, la cuestión común parece ser el “dar a verse”.

En cada caso hay una razón particular que explicaría la satisfacción derivada de esa exhibición pública, un circuito pulsional - en términos freudianos- donde el objeto escópico (la mirada) ocupa un lugar central. Mirar y ser mirado, dar a ver y hacerse mirar son declinaciones de un empuje a la satisfacción que sitúa, para cada uno de nosotros, el valor de la mirada como un objeto privilegiado. Algunos sujetos incluso organizan toda su vida alrededor de este eje central.

Junto a esa causalidad psíquica individual, encontramos hoy una lógica colectiva que convierte a este “síntoma” individual en una manifestación social notable. Nuestras vidas ya no son imaginables sin su representación permanente y de allí el éxito de todos los dispositivos que a su función original añaden alguna modalidad de transmisión de imágenes (móviles, tabletas, webcams, redes sociales).

La tesis de Debord sobre la sociedad del espectáculo (1967) decía que la identificación pasiva de las personas con el espectáculo sustituiría su hacer autentico, creando así un nuevo vinculo social mediado por las imágenes. Hoy no se trata ya únicamente de la producción mediática de otra escena, virtual y llena de mercancías con valor de fetiches (gadgets), tan real como la vida misma. Lo que constatamos es que el sujeto participa muy activamente en ese espectáculo en el que sujeto (que mira) y el objeto (mirada) no se diferencian claramente. De hecho el sujeto se confunde con la mirada misma, por un lado consume imágenes pero al tiempo es él mismo reducido a un objeto consumible o de vigilancia.

Lo que en otras épocas era una experiencia de transgresión (exhibición/voyeurismo) ha devenido un imperativo con todas sus paradojas. Unas de ellas es que detrás de esa ilusión de visibilidad y notoriedad social, muchas veces lo que encontramos es la realidad de una sociedad panóptica, donde el Ojo absoluto (Wacjman) todo lo mira y todo lo juzga.

Basta ver a esos mismos personajes populares (políticos, deportistas, actores) taparse la boca para mantener una conversación en lugares públicos. O la cesión continua y exhaustiva de información personal, sin apenas control por nuestra parte, que nos exigen para acceder a redes sociales o bienes de consumo. Desde las cámaras de Google Earth hasta Pegasus, el nuevo radar de la DGT, no queda ya un trozo de tierra sin vigilancia.