Niño de 9 años, violado en jaén por 4 menores de 12-14 años
La Vanguardia, viernes 9 de
febrero de 2018
Que un niño de 9 años sea acosado por sus compañeros
a lo largo de meses sin que ningún adulto se dé cuenta no es una novedad, a
pesar de la gravedad del hecho. Los datos que tenemos sobre el acoso escolar
nos hablan de un aumento y de un inicio precoz. Si antes el bullying se
centraba básicamente en la adolescencia, hoy vemos como se adelanta a los 9-10
años en sus primeras manifestaciones, algunas ya muy crueles.
Lo que sí resulta más novedoso, y al tiempo más
traumático por lo que tiene de inexplicable, es que ese acoso incluya una
agresión sexual como la sucedida a este niño de Jaén. Sobre todo cuando los
agresores son menores de 14 años. Es lógico, pues, que tratemos de encontrar
una explicación para esa violencia sinsentido que ha hecho estallar nuestra
ficción de una infancia más apacible. Las causas son, como siempre, múltiples y
diversas.
En primer lugar está la responsabilidad individual,
uno por uno, de estos niños preadolescentes, que no por ser inimputables
legalmente son irresponsables. Ellos tienen que responder de sus actos y
aceptar las consecuencias de ello. No podemos anticipar esas explicaciones que
sólo ellos podrán dar. Lo que sí constatamos en nuestra experiencia clínica es
que la violencia a veces no tiene más causa que el puro deseo de destruir, de
romper algo o a alguien. Freud habló de la pulsión de muerte que anida en cada
sujeto para mostrar ese lado oscuro que tanto nos cuesta aceptar, y que sólo la
realidad, en su versión más cruel como aquí, nos obliga a ello.
En segundo lugar están los adultos, responsables de
sus actos y de sus omisiones. Algunos por lo que les han transmitido de odio y
desprecio por el otro, sobre todo por lo que el otro encarna de diferencia
insoportable. Sea por su condición sexual, por su procedencia o por sus
limitaciones. Rechazo de cualquier signo de debilidad aparente que resuene en
cada uno de nosotros a nuestra propia falta.
Y están los otros adultos por lo que no han hecho,
por mirar a otro lado, por no querer saber de esa satisfacción “sucia” y
cruel que mancha nuestra versión
disneyficada de la infancia y adolescencia.
Este hecho, además, nos habla de una responsabilidad
colectiva como sociedad que coloniza cada vez más el mundo de la infancia. Una
sodomización a los 12-14 años no forma parte de las escenas sádicas típicas en
la infancia ni de sus hábitos sexuales. Hay allí reflejado algo de la intrusión
del adulto. Estamos acelerando el tiempo de la infancia porque los queremos
cada vez más como nosotros, satisfechos con nuestros objetos y con nuestros
modos: emprendedores, hipersexualizados, hiperactivos. A veces gozamos cuando
su éxito de “niños adultos” colma nuestro narcisismo (concursos) y otras nos
horrorizamos cuando el Tánatos
desborda lo razonable y aparece el exceso de conductas pedófilas y en “manada”.