La anulación del Mobile no ha sido un hecho aislado. Hace algún tiempo, desde el
episodio del SARS (2003), se producen cancelaciones de eventos importantes: deportivos
o ferias de negocios, sea por epidemias víricas o por atentados terroristas.
El sentimiento del miedo se viraliza
rápidamente gracias a tres factores
básicos: los discursos que
agitan el pánico, sea con intencionalidad o por ignorancia; la movilidad cada vez mayor de la
población que transporta así el virus o el explosivo y las tecnologías que permiten un flujo constante de imágenes,
informaciones y cada vez más fakes. Según
un estudio publicado en Elsevier[1],
que analizaba diferentes noticias sanitarias escritas en múltiples redes sociales,
el 40% de estas informaciones
contenían errores o eran directamente falsas, y se compartieron 451.272
veces durante 5 años (del 2012 al 2017). Y, en lo que se refiere al
coronavirus, sólo del 24 al 27 de enero
se registraron más de 13.000
entradas en redes como Twitter, Facebook i Reddit que contenían desinformaciones. [2]
Podríamos añadir dos factores más
recientes y cada vez más presentes: la judicialización de la vida cotidiana y
el temor a dañar la imagen corporativa que convierten cualquier evento
accidental en un motivo de reivindicación y de reclamación de daños.
Todos
podemos sentirnos víctimas del otro y exigir, por tanto, las indemnizaciones
correspondientes. Un síntoma más del declive de la noción de responsabilidad en
nuestra época, donde los liderazgos son líquidos o profundamente cínicos. En
cualquier caso, efímeros e inconsistentes, de allí la deriva judicial de los
conflictos sociales o políticos en detrimento de la confianza,
clave en cualquier ámbito de la vida social: finanzas, política, salud,
educación. Los clásicos llamaban affectio
societatis, a ese pegamento social sin el cual la convivencia se resiente
gravemente y aparece la desafección, la indiferencia o directamente la
hostilidad ante las propuestas del otro. Esta pérdida de la confianza mina la
credibilidad de los líderes pero también de los llamados sistemas expertos: docentes, médicos, científicos.
El miedo es hoy más que nunca un
factor de la política. Para salir del desconcierto y la parálisis del
acontecimiento traumático (infección, atentado), el sujeto se aferra a
discursos “protectores” que sitúan la culpa de lo que ocurre en un otro
definido de manera clara por ese discurso: gobierno extranjero, inmigrante,
colectivo social. Ahí radica la xenofobia y las políticas del miedo: el mal
está en el otro, él es el portador del virus de mi malestar. Políticas que se
implementan magnificando los problemas para justificar las soluciones más
radicales, generalmente de carácter excluyente. La fobia al otro, el temor del
contagio al que se refería Freud, parece imponerse.
Su “éxito” es que al nombrar ese miedo, le ponen un rostro al
agente causal y, al darle además un carácter colectivo, ahorran a cada uno la
pregunta por su responsabilidad personal en esa crisis. Es en estas coyunturas
de precariedad donde los liderazgos políticos, sociales o religiosos tienen la
ocasión de contribuir a recuperar esa confianza, base de la affectio societatis, o bien rentabilizar
ese miedo en beneficio propio. Para lo primero conviene, más que alimentar los
prejuicios y el odio de cada cual, aceptar los propios límites, entre ellos que
no hay riesgo cero en la vida y que por lo tanto para disfrutar de algo siempre hay que renunciar al Todo.
[1] Przemyslaw M.Waszak;Wioleta Kasprzycka-Waszak ; AlicjaKubanek (2018). “The spread of medical fake news in social media –
The pilot quantitative study”. Disponible en Internet.
[2] Sara Fischer, Ina Fried. « Misinformation about coronavirus is spreading fast”.
Disponible en Internet.