sábado, 21 de noviembre de 2020
viernes, 13 de noviembre de 2020
sábado, 7 de noviembre de 2020
¡ATrumpame si puedes! La gran estafa
Catalunya Plural, 07/11/2020
¿Recuerdan la historia de Frank Abagnale, ese estafador que ya con solo 16 años descubrió su talento para la estafa y la actuación y en busca de reconocimiento, se hizo pasar por piloto, médico y abogado, magníficamente interpretado por Leonardo DiCaprio en esa gran película de Steven Spielberg?
Trump podría hacer un remake si tenemos en cuenta su carrera empresarial y política, llena de trampas, estafas y deudas pendientes. Pero no hay que minusvalorarlo porque si bien no es un gran estratega, como táctico de corto plazo no le gana nadie. Hace 4 años logró, con sus recursos de marketing y en medio de grandes turbulencias de su partido, hacerse con el mando de la situación.
lunes, 2 de noviembre de 2020
Esto no era un paréntesis
El Periódico de Catalunya, 30 de octubre de 2020
Parecía un paréntesis pero no lo es, parecía que en nada volveríamos al relato, que despertaríamos solos de este mal sueño -sin necesidad de hacer nada-, pero lo cierto es que seguimos dormidos en él. Daniel Defoe, en su diario de la epidemia de peste que asoló Londres entre 1664 y 1666, describe con precisión fenómenos que estamos viviendo ahora: el miedo, los engaños -'fake news'- de la época, la caridad inicial, devenida cinismo posterior, la tristeza y pesadumbre de sus habitantes, las huidas a la campiña. No hemos cambiado tanto en más de 300 años.
jueves, 29 de octubre de 2020
La rabia
La Vanguardia, 29 de octubre de 2020
La
rabia tiene tantas formas como nombres diversos: ira, enojo, enfado grande,
indignación, furia, cólera. Cada sinónimo aporta sus matices y ese detalle es
clave para entender los fenómenos de protestas, e incluso violencia, que se
están produciendo estos días en diversas ciudades europeas, Catalunya incluida.
Escuchando a sus protagonistas, es fácil darse cuenta de que no hay una
explicación sencilla: no todos son negacionistas, de extrema derecha, jóvenes
airados, militantes de extrema izquierda, o simplemente gente que pasaba por
allí.
Hay un
poco de todo, pero quizás podemos localizar algo en común: el sentimiento de
estar indignados por haber sido víctimas de una injusticia que ha lesionado su
dignidad. Por supuesto, a cada uno y a cada una la suya. Hay dignidades
relativas a la pérdida de trabajo, a la prohibición de salir, a la quiebra de
la patria, a la injusticia misma de la vida. Y también oímos la indignidad de
no sentirse alguien y querer, como protesta, hacerse una selfi a la luz de las
hogueras, aunque el fondo de pantalla sea un contenedor.
Todos
podemos sentir que nuestra dignidad ha sido violada por unos o por otros y, en
la situación actual, la gestión de los gobernantes en relación a la pandemia
ofrece motivos varios. Pero, al mismo tiempo, no todos los indignados salen a
la calle y, mucho menos, queman contenedores o arrojan piedras a los
escaparates o a la policía. El poeta francés Charles Péguy explicaba, con
humor, que la cólera -un paso más allá de la indignación- se debía al hecho de
que las clavijas no entren en los agujeritos, que algo que debía encajar no lo
haga.
Lacan
retomó esa idea para señalar que la indignación puede provocar que montemos en
cólera cuando sentimos que nuestra
singularidad es cuestionada, rechazada o simplemente desconocida. Todos
y todas lo hemos experimentado alguna vez siendo atendidos en un servicio
público. Cuando el médico recoge nuestros datos, sin apenas mirarnos abducido
como esta por rellenar el aplicativo informático que le piden, o cuando no
conseguimos que el funcionario entienda nuestra casuística personal, dejándonos
el regusto de ser una especie de código de barras que no logra superar el torno.
Sentir
nuestra dignidad -ligada al reconocimiento de la singularidad- ultrajada es una
garantía del pasaje al acto violento, de que esa rabia experimentada explote. En
ese caso la indignación y la cólera subsiguiente van de la mano, aunque es
obvio que podemos indignarnos sin encolerizarnos y, por otra parte, como
escuchamos en algunas de esas protestas actuales, hay personas que no necesitan
ningún atentado a su dignidad para enfurecerse. Les basta con la satisfacción
que encuentran en esa pulsión destructiva.
Recuperar
la dignidad es necesario para limitar la rabia y eso exige algo más que buenas
palabras y mejores intenciones. Sanitarios, cuidadores, taxistas, hosteleros, riders…esperan ayudas que preserven su
singularidad, como trabajadores y como personas.
domingo, 18 de octubre de 2020
«Cuanto más nos confinemos nosotros mismos, cuanto más renunciemos, más culpables y miedosos nos sentiremos»
Catalunya Plural, 14/10/2020
“Muchos jóvenes se preocupan poco por la pandemia, igual como a mucha gente mayor que tampoco le preocupa demasiado el cambio climático”, explica José Ramon Ubieto. Con él hablamos sobre el riesgo de confinarnos en nosotros mismos por el miedo al virus y el auge del mundo online.No ha sido el fin de un mundo. El filósofo coreano Han hablaba del fin de un mundo, no del fin del mundo. No ha sido el fin del mundo y tampoco estoy seguro de que haya sido el fin de un mundo. Habría que ponerse de acuerdo en lo que quiere decir eso. Está claro que habrá cosas que cambiarán y me parece que lo que cambiará es un aumento de lo virtual sobre lo presencial, pero también está en nuestras manos, porque el destino no está escrito, matizar esos cambios. La gente va a seguir tomando decisiones que influirán un poco en ese futuro que no está escrito.
lunes, 5 de octubre de 2020
Tristeza COVID, la nueva pesadumbre
The Conversation, 1/10/2020
La distancia con los otros nos aleja también de nosotros mismos. Nos cuesta además imaginar el futuro pos-COVID-19, y recurrimos más fácilmente a alimentar la nostalgia.
Hay algo irreal en el paisaje de máscaras en el que vivimos que hace que a veces no reconozcamos al conocido que pasa al lado, que no podamos entender la página del libro que acabamos de leer (aunque se trate de un texto fácil). O que nos sorprendan los
besos y abrazos de una película, como si eso fuese ya otro tiempo.
La clave está en pasar de la impotencia –el sentimiento que nos abruma por aquello que no podemos hacer– a la imposibilidad –el reconocimiento de que hay cosas imposibles–, sin solución programada.