Como sucede a menudo en el mundo de las series, son ellas -más que ellos- sus protagonistas y heroínas. La asistenta ofrece una panorámica de muchas vidas de mujeres, algunas más cómodas socialmente que otras, pero en todas aparece en primer plano la soledad. Y, junto a ella, las formas posibles de su tratamiento: desde la pareja que las degrada, al convertirlas en objeto de abuso, hasta la solidaridad que encuentran en otras mujeres con historias similares.
Quizás la más interesante, por la novedad que aporta en ese contexto, sea la creación literaria. No tanto por su posible valor artístico (no descartable) sino por el poder que ofrece la poesía -entendida como el hecho de dar vida nueva a las palabras- para nombrar esa angustia que las paraliza y las devuelve siempre al mismo lugar. Las palabras con las que nombramos las cosas importan: no es igual hablar de abandonar o de ruptura de una relación complicada -con lo que eso implica de pérdida no elaborada-, que hablar de una separación, algo elegido. Encontrar las buenas palabras y el buen decir mediante la escritura permite, como le ocurre a Alex, una salida menos solitaria.