Adolescencias
del S.XXI: nuevos ritos de paso
José R.
Ubieto
La
Vanguardia, lunes 15 de mayo de 2017
Nadie sale de la adolescencia sin superar unas
pruebas. Son los ritos de paso que implican siempre tres momentos. Primero hay
que salir de lo familiar, abandonar los juguetes infantiles para encontrar
otros modos de satisfacción, más acordes con el nuevo cuerpo, ahora ya púber y
sexualizado. En algunas culturas esto suponía dejar la tribu e irse lejos. En
otras, pasar de la autoridad del padre a la del maestro o patrón, en calidad de
aprendices. Y hasta hace unas décadas la mili, para los varones, o el servicio
fuera de casa, para las mujeres, servían también de ritos de paso.
Hoy las cosas son diferentes, la adolescencia
se alarga y la sociedad no ofrece ritos pautados. En la cultura del Do it yourself
cada uno se las apaña para inventárselos. El popular interrail, al termino del
bachiller, el Erasmus, los años sabáticos en el extranjero o las fugas
temporales parecen cumplir con esa función de alejamiento de lo familiar.
El segundo tiempo del rito es la exposición a
pruebas que verifique la capacidad del chico/a para hacerse adulto y le permita
habitar ese cuerpo “rebelde” que no deja de emitir signos extraños
(excitaciones, malestar) para los que no tiene respuestas claras. Las pruebas
hoy
incluyen domesticar ese cuerpo para controlarlo. Para eso lo musculan, lo
adelgazan, lo tunean, lo intoxican. Prácticas corporales que incluyen exponerse
a ciertos riesgos y peligros.
¿Quién establece hoy las pruebas si la
autoridad de maestros, padres y líderes sociales cuenta cada vez con menos
reconocimiento por parte de los adolescentes?
Parece que ellos tienen un nuevo interlocutor
en competencia con los tradicionales: el Otro digital. Es en la red donde los
adolescentes buscan, cada vez más, encontrar su lugar en el mundo, tercera fase
de todo rito. Allí cuelgan sus fotos como tarjeta de presentación y tratan de
hacerse así un nombre y una popularidad a golpe de likes.
Y es allí también donde buscan las pruebas
para superarlas. Un administrador anónimo, el cuidador – no importa quién sea, basta con que de las órdenes - les
procura este nuevo rito de paso. No buscan una nueva autoridad en la red, tan
sólo obtener una inscripción que, al ser efímera y volátil, marca de lo
digital, produce identidades precarias y líquidas.
¿Quién llega hasta el final, que puede incluir
como en el juego de la Ballena azul su propia desaparición? Afortunadamente
pocos, aquellos cuyas dudas sobre la posibilidad de encontrar ese lugar en el
Otro los empuja al abismo. La tentación de arrojarse, como un objeto sin valor,
surge cuando las respuestas que el adolescente encuentra en su búsqueda de una
identidad sexual y en su pregunta por su
valía (para él mismo y para los otros) le resultan muy insatisfactorias.
Se identifica así a un objeto vacío que no
encuentra una justificación clara a su existencia. Para algunos, incluso, puede
ser la única salida a una certeza delirante y muy firme acerca de su destino.