LA VANGUARDIA, Tendencias / Martes, 10 de agosto de 2010
¿Hasta donde nos lleva el afán de notoriedad?
José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista
La muerte del concursante ruso en el campeonato mundial de sauna en Finlandia, muestra que la muerte forma ya parte del espectáculo. Eso, en sí mismo, no es ninguna novedad. Desde siempre –y todavía en algunos lugares- la ejecución pública tiene valor ejemplarizante.
La novedad actual es que esa muerte es retransmitida, lo cual le da notoriedad sin duda al protagonista, pero tampoco debemos olvidar que en una escena siempre hay dos en juego: el mirado y el que mira. Si antes se trataba de sostener un ideal y en su nombre se justificaba esa “retransmisión”, ahora lo que está en juego es esa doble satisfacción de unos y otros.
Eso ocurre en diversos ámbitos, pero el más habitual es el deportivo donde el riesgo y la exploración y exposición extrema del cuerpo añaden un interés suplementario. Quizás por ello los deportes donde ese combate vital se juega más directamente (ligados al motor) adquieren cada vez más popularidad.
Esa búsqueda de la intensidad y su conjunción con la exposición publica, que la redobla, muestran que lo importante ya no es el objetivo final o la aspiración colectiva que podría acompañarla (ideal patriótico, desafío cultural,..) sino su focalización en un acto individual y, sobre todo, la referencia al cuerpo, y sus potencialidades, como la brújula del sujeto moderno.
La sauna es una tradición en Finlandia, exportada a todo el mundo, que cumple un rito de descanso y pausa en la rutina. Relaja el cuerpo y el espíritu y se fundamenta en un ideal saludable. Cuando ese ideal flaquea, porque el cuerpo se erige en el imperativo mayor, aparece el reverso del ideal: el empuje a la muerte, al límite que sólo ella marca, deteniéndolo.
¿Por qué, entonces, ese empuje más allá de lo saludable y lo razonable? Quizás la rutina de lo cotidiano se ha convertido en un problema para todos nosotros, quizás necesitamos algo más que un placer conseguido en el vínculo social y debemos añadirle un elemento extremo de riesgo para no tener la sensación de que el goce que obtenemos, con las cosas de la vida, es un goce light que no justifica nuestra existencia.
“No hay vida sin honor”, era un lema clásico que Vattel, el cocinero del rey francés encarnó con su propia muerte, al suicidarse tras un fracaso profesional. Con ello no dejo de recordarnos que la vida es impensable sin la muerte. Hoy esos actos extremos, en nombre de un ideal, quedan restringidos a los fundamentalistas de todo signo. Pero la pregunta por la razón de la existencia y la necesidad de justificarla no ha desaparecido, aunque se plantee en otros términos. ¿No hay algo de eso en es esa exploración de los límites del cuerpo, presente en los xtreme, deportes de riesgo que ya no responden a la ley del honor sino a la verificación de la potencia de cada sujeto?