http://www.pipolnews.eu/es/portfolio-item/lo-singular-de-la-victima-jose-r-ubieto/
Quiero tomar
un punto que me parece esencial para abordar la investigación sobre el
significante víctima. Se trata de lo singular de la víctima como opuesto a la
universalización del concepto víctima. Esta universalización plantea una afinidad estructural entre el yo y la vocación
de víctima, que se deduce de la estructura general del desconocimiento, lo que Miller
nombra como “la ley de la victimización inevitable del yo” (Donc). Se trataría pues, en nuestra
clínica, de apuntar a lo singular de la víctima más que a aquello que la
colectiviza y la atrinchera en la
categoría social de “víctima de…”
Hay un caso especial - sujetos que han sufrido acoso
escolar- que nos muestran como lo singular juega un papel fundamental tanto en
la génesis de esa condición de víctima como en su posible tratamiento
analítico. Estos sujetos nos enseñan que el objetivo básico del acoso no es
otro que atentar contra la singularidad del sujeto víctima, golpear en sus
signos “extraños” ese goce diferente que resulta intolerable por lo que supone
para cada sujeto de cuestionamiento de su propia manera de hacer y de encontrar
la satisfacción.
Sustraer, en definitiva, lo singular de cada ser hablante. Esta hipótesis explica dos fenómenos relevantes en el bullying: la colaboración muda de los testigos que se aseguran así no ser incluidos en el bando de las víctimas, y el hecho de que el acoso se manifiesta en conductas de humillación y aniquilación psicológica del otro, más que en agresiones graves o abusos sexuales.
En sus formas actuales aparece como
respuesta al declive del padre que da paso a una lógica de red y a una
victimización horizontal. A falta de la consistencia de esa referencia
identificatoria surge cierto sentimiento de orfandad que haría de cualquier
escolar una posible víctima del otro. Si antes era el amo-maestro el que
regulaba el ejercicio de esa violencia represora (castigos, sanciones) ahora
esa violencia puede estallar entre los iguales más fácilmente. El sentimiento
de impunidad del acosador nace de este vacío educativo, en esta “aula desierta”
de la palabra del adulto.
Víctima es hoy, sin duda, un
significante amo que nombra el ser del sujeto. Su uso múltiple da cuenta de
como la tentación de la inocencia, a
la que se refería Bruckner, ha devenido ya una victimización generalizada. Como
psicoanalistas no desconocemos el sufrimiento que implican los fenómenos de
violencia pero nuestra orientación hacia lo real implica pensar al ser hablante
como responsable –el que puede responder de sus hechos y dichos- más que como
sujeto pasivo.
Al igual que ocurre con muchas categorías
diagnósticas, el ser hablante queda mudo, sepultado tras esa “nominación para”.
Una víctima es alguien de quien se habla, en nombre de la cual se realizan
actos políticos, educativos o terapéuticos, pero su inclusión en la clase
“víctima” la excluye del acceso a la palabra y en ese sentido la
des-responsabiliza. Lo singular de la víctima se opone a la universalización
del concepto víctima y no es ajeno a ello el uso off label que muchos sujetos hacen de ese significante para
desmarcarse de esa nominación.
Sabemos que las víctimas no
constituyen, como tales una categoría psicopatológica. El único rasgo en común
parece ser la contingencia de algún dato que les hace aparecer, ante el grupo,
como raros: demasiado inhibidos a veces, en otros descarados o simplemente poco
marcados por los logos compartidos (sujetos sin marca). Sus rasgos “extraños” y
singulares los diferencian del conjunto y los hace vulnerables y presa del
acosador. En ese sentido nadie ésta excluido, a priori, de su condición posible
de acosador y/o víctima.
Lo que a veces sorprende es su
silencio –a veces muy “ruidoso” (suicidio, encierro en casa) por los síntomas
que produce- cuyas causas van de las razones de “fuerza mayor” (temor de ser
represaliado) hasta la puesta en juego del real que para cada uno toma formas
diferentes en el fantasma que lo vela (Matet) sean intensos sentimientos de
culpa, vergüenza por la humillación recibida.
José
R. Ubieto. ELP