La
Vanguardia, sábado 18 de marzo de 2017
“Joan, de 28 años, se tiró hace diez días a las vías del
metro. Lo hizo dos horas después de abandonar el servicio de urgencias de un hospital
de Barcelona. Fue allí a pedir ayuda, pero al parecer no la
encontró. Entonces decidió suicidarse. Ahora se recupera de las graves heridas
(le quedarán serias secuelas que limitarán su movilidad) en el hospital Clínic
de Barcelona. Es la cuarta vez que Joan ( nombre supuesto) intenta quitarse
la vida. Este es el último capítulo de una historia –con un final que la
familia de este joven ya auguró hace un año en una carta enviada a La Vanguardia– de la que se empezó
escribir las primeras líneas cuando Joan tenía 12 años.”. Javier Ricou
La historia de Joan es, sin duda, una historia dramática y muy dolorosa.
Para él y para sus padres, que se sienten impotentes para ayudarle. Coincide
con otros muchos casos que vemos en nuestra práctica. Hay recursos públicos,
pero es verdad que son insuficientes y a veces no idóneos.
Pero esa no sería la única clave del destino de estos adolescentes. Sus malestares,
expresados en forma de actos, ya nos hablan de una dificultad para elaborarlos
mentalmente. Su vivencia de la vida es de una gran extrañeza y no les permite
entender sus propias razones para actuar así.
Su dolor toma una forma emotiva y pasional. No encuentran términos medios
y
eso hace que resulten expulsados de muchos lugares (institutos, centros de día)
donde lo incomprensible de su conducta resulta inasumible. En primer lugar para
ellos mismos y a veces para sus terapeutas y cuidadores.
En esas conductas, acompañadas generalmente de una mirada extraña, hay un
sentimiento de inhumanidad, una dificultad que precariza su sentimiento de la
vida: ¿qué son ellos para el otro? ¿Cómo responder a eso con alguna metáfora
del amor y no como si su destino en este mundo fuera ser un resto, escoria?
A esa pregunta no responden más que con una certeza de destino: se sienten
desheredados, enfadados con el mundo, al que acusan en su interior de deberles
algo. No importa que en su vida haya habido situaciones objetivas de exclusión.
Estos chicos/as pueden pertenecer a familias con recursos o a familias desfavorecidas.
No se trata de lo que pasó, sino de cómo lo vivieron e interpretaron ellos.
Sus respuestas maníacas (agresividad, conductas de riesgo, consumos,
desafíos, errancias) esconden un sentimiento íntimo de desánimo, una convicción
de haber sido dejados caer como si fueran un objeto que se desecha.
Es por ello que el suicidio (o su intento) es un destino relativamente
frecuente. Sobre todo cuando no encuentran una manera de hacer con esa vivencia
de fracaso, que les permita sostener una imagen de sí mismos más amable.