Si la realidad aumentada es el sueño, que la tecnología digital nos
procura, la realidad estallada es el despertar a lo real de nuestra existencia.
Otro escenario donde la realidad, más que aumentar, parece estallar de rabia,
indignación u odio. La crisis, desencadenada por la burbuja inmobiliaria y
continuada por la precariedad sociolaboral, ha generado muchos movimientos de
indignación, desde las primaveras árabes hasta el Occupy Wall Street pasando
por los indignados del 15M o de Brasil. El uso de las redes sociales es aquí
también clave.
Estas nuevas multitudes, diversas en su composición y contexto cultural,
tienen sin embargo algunos rasgos comunes. Ya no se orientan a partir de un
líder ni de un ideal común preciso y claro. Estos movimientos, como señalaba
recientemente el psicoanalista francés Eric Laurent, se desarrollan en dos
tiempos. Primero está el grito de indignación y rabia, un llamado que cada uno
hace, a partir de una pérdida (de casa, de trabajo o incluso de patria), sin
otra reivindicación inicial que pedir un lugar para él en un mundo que parece
volverse loco y cada vez más excluyente. Son los nuevos desahuciados que se
resisten a ese destino de marginados.
A ese grito le sigue la identificación de un culpable, alguien situado en el exterior y al que se hace responsable del estado de la cuestión. Ese cuerpo indignado, afectado hasta su raíz de esa pasión, empieza a pensar con los otros y dar forma a la rabia en un programa político nuevo que los constituye como una masa organizada. Fue el caso de Podemos en nuestro país o la incidencia clara que el movimiento Occupy ha tenido en el éxito del candidato demócrata Bernie Sanders. Otros países como Brasil, Túnez, Egipto han tenido mayores dificultades para traducir esa indignación en propuestas de cambio real.
Un movimiento más reciente, la “Nuit debout” en Paris, difundió el pasado 7
de abril, un comunicado firmado bajo el seudónimo de Camille Delaplace donde se
evoca “un vacío, una disponibilidad” que simboliza en París la plaza de la
República, lugar de encuentro de sus participantes. En ese texto se denuncia
esa falta de lugar del sujeto actual: “Este vacío no tuvimos que hacerlo
alrededor nuestro. Vivíamos en su interior hacía tiempo. Es el vacío de
legitimidad en el cual hoy se toman casi todas las decisiones”. Vacío que, a
juicio de Byung-Chul Han, anuncia la muerte del sujeto.
Aquí, como veíamos antes en las comunidades virtuales, tampoco se trata de
un lazo social organizado alrededor de un líder ni de un ideal común. Se trata
de un vacío compartido, una pérdida alrededor de la cual los sujetos toman la
calle tratando de bordear el vacío para no caer en él. Es conocido el aumento
de la tasa de suicidios, en la última década, vinculados a procesos de
precarización social (desahucios, despidos, burn-out,..).
Cuando la realidad, propia y singular que sostenía a estos sujetos estalla, el
propio sistema los deja caer como consumibles ya obsoletos, resorte luego de
muchas propuestas políticas actuales (Brexit, Trump, extrema derecha).