La Vanguardia, miércoles 12/07/2017
Padres
y educadores se conjuran contra el consumo de alcohol de menores
En un acto celebrado en Madrid por la Fundación de Ayuda
a la Drogadicción (FAD), los presidentes de la Confederación Española de
Asociaciones de Padres (Ceapa) de la Confederación Católica Nacional de Padres
de Familia y padres de Alumnos (Concapa), reconocen que los adultos “hemos
fallado y somos cómplices del daño a la salud de nuestros jóvenes, por lo que
es necesario un cambio de rumbo. No hemos sido conscientes de que es un fracaso
social de todos, especialmente de las familias, que somos los principales
responsables de lo que está sucediendo, tanto por nuestras acciones como por
nuestras omisiones, y por no haber sabido asumir esa responsabilidad”
¿De qué son responsables los padres?
José R. Ubieto
Educar nunca fue
fácil. Ya Kant se refirió a esa tarea como “imposible” por la ausencia de un
manual de uso al depender siempre de dos factores imprevisibles: el deseo de
quien educa y el consentimiento del educando. Y además ahora está el mercado
quien, al modo de una opa hostil, ofrece formas de goce y ocio alternativas,
vía el consumo.
Por otra parte,
la autoridad ya no es lo que era. Antes se sostenía en la creencia –sin creer
no se obedece- en el padre como garante último de la verdad. Ese declive se
inició hace algunas décadas, como nos recordaba Lacan ya en 1936. En su lugar
surge una pluralización de “soluciones” que van desde el retorno
fundamentalista al padre más feroz, hasta el laissez faire más absoluto, donde impera el cinismo del goce: que
cada uno se las apañe como pueda para satisfacerse.
Entre una y otra
están la mayoría de madres y padres que se sienten huérfanos de las insignias
perdidas, culpables por no estar a la altura de los ideales actuales de
parentalidad positiva y desorientados e impotentes ante tanta diversidad de
respuestas.
Pero pasemos a la
buena noticia:
el mejor padre es el padre imperfecto, aquel que cojea de algún
lado. Piensen que la imperfección, en este caso, está llena de virtudes. Su
“pecado” permite al hijo inventar soluciones inéditas, de paso le muestra en
acto los límites de la vida y le permite organizarla con ánimo de superación.
Los padres
perfectos, en cambio, tienen un alto riesgo patógeno y por eso la clínica
psiquiátrica está llena de ejemplos. Con su omnipresencia anulan cualquier
deseo.
Claro que ser un
padre imperfecto “de la buena manera” tiene sus requisitos. Se resumen en su
acrónimo: Prohibir cuando es preciso
limitar aquellos excesos autodestructivos, o sea decir no a veces. Acompañar siempre a los hijos para
saber algo de lo que les preocupa (y no sólo recordarles nuestras exigencias). Disimular de tanto en tanto cuando se
equivocan porque eso les permite rectificar. Renunciar a saberlo todo, controlarlo todo y poderlo todo. La
influencia de los padres en los actos de los hijos es limitada, hay otras
“herencias” y además los hijos también eligen lo que quieren, incluso a edades
tempranas. Finalmente transmitirles un Estilo
de vida, una manera de vivir y satisfacerse, darles un sí a sus proyectos.
Todos hacemos un
“uso” de nuestros padres, en el buen sentido. Tomamos de ellos un rasgo que nos
orienta en la vida, a veces sin saberlo. Un paciente despotrica de su padre,
artista bohemio, no sin motivos. Sin embargo, fue gracias a él que se ha podido
hacer un nombre con su oficio artístico. Esa marca que nos dejan siempre es más
imborrable que el efecto pasajero de una o varias borracheras. De esa huella sí
son responsables.