La Vanguardia, martes 17 de
marzo de 2020
El tamaño aquí cuenta: atenazados por el
abismo que se abre en nuestras vidas, nada más desesperanzador que ver estantes vacíos –dado el volumen que ocupa, es el primer gran hueco que detectamos- y
eso nos angustia porque evoca el agujero interior.
Agua, legumbres, arroz, pastas y papel higiénico son los productos
más comprados estos días. Los cuatro primeros parecerían lógicos si estuviéramos
ante una cuarentena larga. Pero ¿papel higiénico en cantidades anormales? Es
evidente que en
situaciones de pánico colectivo la gente muestra su lado aparentemente más
irracional. Y ¿quién dijo que los seres hablantes son racionales y razonables
al 100%?
El
temor del Covid-19 se debe a la incertidumbre: no sabemos el tiempo que durará
y hemos perdido el control personal de la situación, el locus control. Una primera estrategia es hacer algo para
recuperarlo, o al menos tener la sensación de que reducimos el riesgo. Acaparar
productos es una primera manera. Pasó en 1918, durante la llamada gripe
española, en la que miles de consumidores
compraron botellas de Vicks VapoRub sin ninguna evidencia de eficacia.
En
1973, los estadounidenses limpiaron los estantes del papel de WC durante un mes
basándose en poco más que rumores, temores y una broma. Al borde de la crisis
del petróleo y preocupados por los suministros limitados de productos como
gasolina, electricidad y cebolla, bastó para ello una broma de Johnny Carson,
famoso presentador de la televisión. En lugar de reírse, la gente lo tomó
en serio y comenzó a acumular papel higiénico. No es casualidad que mientras
muchas industrias han huido de ese país, la fabricación de papel higiénico no. Desde
entonces, cada crisis repite las mismas escenas: Venezuela, Australia, Hong
Kong y ahora se hacen virales en todo el mundo.
No importa que el riesgo que reduce tener papel de WC sea muy
inferior a disponer de alimentos, es un recurso barato que asegura que, en
medio del desastre, al menos habrá algo cubierto (el papel tiene una vida más imperecedera
que los alimentos). Y si, además, vemos que todo el mundo lo hace, eso nos
interroga sobre si no debiéramos también apuntarnos al rollo.
Por otra parte, el tamaño aquí cuenta: atenazados por el
abismo que se abre en nuestras vidas, nada más desesperanzador que ver estantes
vacios –dado el volumen que ocupa, es el primer gran hueco que detectamos- y
eso nos angustia porque evoca el agujero interior.
Una última razón, pero no menos importante. Freud equiparó de manera antitética las heces
fecales con el oro; la primera, la sustancia más despreciada por el hombre
y la segunda, la más preciada: "El oro es el excremento del
inframundo". La mierda, llena de microorganismos, es el reverso de lo más
valioso. Es lo primero que nos piden que entreguemos, nuestro regalo infantil
que luego se sublimará en dibujos, manualidades, poemas. Lo damos y lo
retenemos, según caracteres. No es cualquier acto, requiere de su tiempo y de
sus condiciones, algunos incluso tienen su pequeño santuario con libros, velas,
móvil... ¿Por qué no íbamos a asegurarnos de tener allí, en ese trono, todo lo
necesario, y más cuando il mondo a
nuestro alrededor gira, gira y gira?