The Conversation, viernes 22/5/2020
El confinamiento nos ha traído una nueva y paradójica modalidad de
cansancio: la fatiga de las videollamadas. Paradójica porque, a pesar de que
ahora los cuerpos no se desplazan por pasillos de metro, calles abarrotadas o
atascos interminables, terminan el día, sin embargo, más agotados que antes.
Cuerpos atrapados en las pantallas
La primera razón parece obvia: si no circulan libremente es porque están
atrapados entre la incertidumbre y el miedo, la angustia y la pesadumbre. El
cansancio es uno de los signos clásicos del afecto depresivo, junto a otros
como la tristeza, el lloro o la falta de ganas (apetito, sexual, placer…).
Pero hay otras razones derivadas específicamente del uso de la tecnología.
Las salas virtuales donde “nos reunimos” por videollamada con colegas,
pacientes, amigos o familiares dislocan la imagen y el cuerpo. En las pantallas
aparece a la vista de todos nuestra imagen, sí, pero más fija y rígida que de
costumbre, a veces incluso temporalmente congelada. Mientras que en la
intimidad (familiar) tenemos el cuerpo.