La Vanguardia, 15 de junio de 2018
Hace unos días
conocimos la noticia de una anciana hallada en estado de momificación, cuatro
años después de morir en la más absoluta soledad. Lo llamativo del caso no es
su muerte solitaria – hecho cada vez más frecuente, como saben bien los
profesionales de la intervención social- sino el largo tiempo pasado antes de
encontrarla, sin que ningún vecino la echara en falta.
Desde hace unas
décadas, los sociólogos nos advierten que los hogares unipersonales (muchos de
ellos de ancianos, sobre todo mujeres) ocupan el ranking estadístico en las
grandes ciudades. En urbes como Nueva York, Tokio o Paris superan ya el 50% y
en Barcelona o Madrid la cifra es también alta.
Es un signo inequívoco de la atomización de los vínculos sociales, del estallido de antiguos lazos comunitarios y de las transformaciones de las formas familiares. La muerte, tanto la natural como la buscada (suicidios), nos devuelve....
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