LA VANGUARDIA, Cultura / Jueves, 5 de noviembre de 2009
El interés del ser humano por el erotismo es tan antiguo como el propio mito que lo sustenta. Eros simboliza en la mitología griega la satisfacción sexual que junto a su lado amable presenta también la vertiente “agridulce y cruel”, calificativos que le dedico la poetisa Safo para destacar su falta de escrúpulos.
Esa doble cara del mito nos enseña que en el erotismo hay algo siempre velado que Freud destacó al unir Eros y Tanatos, la pulsión de vida y la pulsión de muerte.
Esa función de ocultamiento ha estado presente, a lo largo de las civilizaciones, en los discursos del amor: desde el culto a la belleza y la estética del cuerpo en la Grecia clásica hasta los modelos del amor cortes medieval y por supuesto en la moral victoriana del siglo XIX.
Hoy el interés por el erotismo convive con fenómenos como el consumo de cibersexo, cuyas cifras crecen de manera espectacular, siendo un mercado con grandes beneficios. No se trata de lo mismo pero tampoco son cuestiones ajenas. La sexualidad, fuente del erotismo, en sus manifestaciones actuales destaca por una ausencia de normas y modelos para la construcción de la identidad sexual. Ello abre la vía a una banalización de la relación sexual que tendría como consecuencia borrar al mismo tiempo el ideal amoroso sin que por ello surgiera ninguna desesperación.
Hoy ya no nos confrontamos a la prohibición de las prácticas sexuales puesto que hay mayor permisividad que nunca, sino al traumatismo propio de lo sexual, a lo que carece de palabras porque nos faltan esos modelos que “dirían” bien el sexo. Todo ello acentúa el desfase entre sexo y sentimiento: la relación sexual se presenta con crudeza, sin mediaciones convenidas, sin semblantes de los discursos instituidos. Es por eso que los afectos que les acompañan son el tedio y la morosidad (véanse las películas de Gus Van Sant).
La confesión amorosa desaparece, particularmente por parte de los varones (entregados a los gadgets y videojuegos), y no por el pudor viril, sino porque no encuentran palabras que digan ese sentimiento que resuena en su cuerpo.
La paradoja actual es que hay sexo por todas partes, pero en un mundo donde todo se ve falta la intimidad, propia de lo subjetivo, al faltar el saber sobre el sexo. ¿Quizás es eso lo que buscamos en maestros del erotismo como Picasso?
José R. Ubieto, psicólogo clínico y psicoanalista